La Generalitat valenciana abrió hace algunas semanas un expediente sancionador a El Corte Inglés por el cartel de la campaña del Día de la Madre. En él se veía a una mujer y el lema: “100% Madre (97% entregada, 3% egoísmo, 0% quejas)”. Dicen esos/as político/as valenciano/as que es por “fomentar el estereotipo de madre que resigna a las mujeres a cumplir con su papel de buena madre basado en la entrega, por encima del resto de identidades”. ¿Qué quieren? ¿Que se fomente “el papel de mala madre”?
Feminismo salvaje
Se adivina lo que hay detrás de esa antipatía hacia la buena madre. Un feminismo que ha perdido el norte y que, al defender con libertad de expresión lo que piensa que es lo correcto, ataca la libertad de expresión de quienes no piensen lo mismo.
Otro resultado de lo culturalmente (o estúpidamente correcto) es la proliferación de eufemismos
O ese feminismo de un grupo, de cuyo nombre no puedo acordarme, que publicitó que el hecho de que los hombres fueran en autobús o en metro con las piernas abiertas era una especie de latente agresión sexual a las mujeres. El mismo feminismo que invadió una capilla católica a golpe de sujetador y gritando “más ovarios y menos rosarios”.
En otras modalidades más inteligentes de feminismo lo políticamente correcto se explica: muchas mujeres (no las mujeres en general, que serían unos 3.600 millones en el mundo) explicablemente acentúan sus reivindicaciones porque hasta hace no mucho tiempo eran tratadas jurídicamente como desiguales, sin caer en la cuenta de la verdad esencial: que antes que varón o mujer se es ser humano, sin distinción alguna.
La verdad de la tribu
Con este título acaba de aparecer en Debate, un libro de Ricardo Dudda, con el subtítulo “La corrección política y sus enemigos”. Una de sus conclusiones es que “la nueva izquierda es políticamente correcta y conservadora, porque busca conservar el bienestar conseguido”; “la nueva derecha es políticamente incorrecta, rupturista y heterodoxa… Hoy la derecha es punk y la izquierda puritana”. Se podría añadir que la izquierda es conservadora cuando está en el poder, porque lo quiere conservar lo más posible, cosa que suele ocurrirle a mucha gente, político o no.
Quizá es bueno ahondar un poco más. Lo políticamente correcto ha invadido otros ámbitos, hasta en algunos casos “hacerse cultura”. Hay numerosos ejemplos en la historia de esos “cambios culturales” en los que con más o menos lentitud o rapidez se hacen dominantes (o tienen su apariencia) otros modos de enjuiciar, de hablar, de sentir y de actuar. Un ejemplo relativamente cercano fue el de mediados de los sesenta hasta el final de los setenta, con los tópicos del estilo de “liberación sexual”, “sexo, drogas y rock and roll” o aquello de “hagamos el amor y no la guerra”, aunque esto último no ha impedido que haya habido guerras desde entonces y hasta hoy mismo.
Poco a poco, se hacen culturalmente correcto opiniones y modos de vida que solo merecerían el rotulo de “lo estúpidamente correcto”
La “corrección” social, más que política, lleva a considerar “correctos” comportamientos antes considerados incorrectos, quizá porque lo son. El proceso se completa cuando, por ejemplo, una venerable abuelita, que en toda su vida ha sido un modelo de bondad, ve ahora bien que su nieta aborte, porque “eso lo hace ya todo el mundo”. La corrección social se extiende atendiendo al tópico verdadero de “donde va Vicente, donde va la gente”.
Los medios median
En todo este proceso de sustitución de un sentido común normal por un muy tuneado “sinsentido común” tienen bastante que ver algunos medios. Heidegger, nada menos que en 1947, en Carta sobre el humanismo, ya había escrito: “El lenguaje cae al servicio de la mediación de las vías de comunicación por las que se extiende la objetivación a modo de acceso uniforme de todos a todo, pasando por encima de cualquier límite. Así es como cae el lenguaje bajo la dictadura de la opinión pública. Esta decide de antemano qué es comprensible y qué es desechable por incomprensible”.
Siempre es posible distinguir entre la “opinión pública real”, difícil de medir, y la “opinión pública mediática” en gran parte creada por los medios, entre los que hoy hay que incluir las redes sociales: el rótulo de influencer no es gratuito. Pero con bastante frecuencia la opinión publica mediática se va colando en la opinión pública real.
Dictadura o servidumbre
Es frecuente ante estos fenómenos culturales, como el relativismo, usar el término de “dictadura”. Pero la dictadura implica un poder externo y concentrado que obliga a otros a hacer lo que no quieren. Aquí no se trata de eso. Es una servidumbre voluntaria, por usar la expresión de Étienne de la Boétie, el gran amigo de Montaigne, en su escrito de mediados del siglo XVI: “Es el pueblo quien se esclaviza y suicida cuando, pudiendo escoger entre la servidumbre y la libertad, prefiere abandonar los derechos que recibió́ de la naturaleza para cargar con un yugo que causa su daño y le embrutece”.
Siempre es posible distinguir entre la “opinión pública real”, difícil de medir, y la “opinión pública mediática” en gran parte creada por los medios
Voluntariamente tenemos un móvil que permite localizarnos allí donde estemos. Para muchas de las aplicaciones (y son decenas de miles) se nos piden los datos personales. Voluntariamente algunos y algunas no tienen inconveniente en contar en público intimidades de las que hasta su perro se avergonzaría. Se ha podido ver en televisión cómo un gay le preguntaba a su anciana madre si le importaba que tuviera varios novios. Y la ancianita respondía: “Como si te quieres acostar con cuatro o cinco que esto hoy está de moda”.
Hay nichos y nichos
En los estudios culturales hay que tener muy en cuenta no caer en la sinécdoque: no entender el todo por la parte. Entre otras razones, por la dificultad insuperable de saber en qué consiste ese todo. Junto al extendido nicho de lo culturalmente correcto (con su extremo de lo estúpidamente correcto) están los variados nichos en los que el comportamiento es razonable, sensible, honesto, natural.
Sucede, una vez más, que hablar de estos otros nichos (matrimonios que no se divorcian, madres y padres entregados a sus hijos, familias numerosas, abuelas y abuelos que viven una segunda juventud cuidando a nietas y nietos…) no da mucha audiencia, y sin audiencia no hay negocio.
La censura encubierta
Otro resultado de lo culturalmente (o estúpidamente) correcto es la proliferación de eufemismos. Si dices “negro” eres racista (aunque los negros se lo digan entre ellos, muchas veces con buen humor). Uno de los mejores eufemismos, en el sentido de desvirtuar la verdad, es el de “interrupción voluntaria del embarazo”, por “aborto”. La guinda es esa “interrupción”, porque lo que se interrumpe se puede reanudar y eso en cambio parece que no.
Para no usar “viejo/a” o “anciano/a” se inventó la trivialidad de tercera edad (a la que se añadió efímeramente una cuarta), para luego decir “persona mayor”, olvidando que “mayor” es un comparativo: mayor, ¿que quién?
No hay eufemismo, hasta ahora, para “feo”, “fea”, a pesar de que sea evidente que hay más fe@s que guap@s aunque lo corriente es que predomine algo intermedio. Oído en un tren de cercanías a un grupo de adolescentes hablando de otra ausente: “Tía, pero se ha puesto fea, fea, fea, lo que se dice fea”. Porque estaba ausente; si estuviera presente le dirían algo así como “se te ve distinta”.
La corrección social se extiende atendiendo al tópico verdadero de “donde va Vicente, donde va la gente”
Hoy es difícil escribir públicamente “a calzón quitado”, libres de lo culturalmente correcto. Además de la natural “tiranía del lenguaje sobre el pensamiento” (Wittgenstein), hay una tiranía cultural del lenguaje sobre el lenguaje, que equivale a sobre el pensamiento. No se lee sin nostalgia aquello de Quevedo sobre Góngora: “un hombre a una nariz pegado”. O lo de Góngora, en respuesta: “Don Francisco de Quebebedo”.
Porque lo culturalmente correcto es aburrido y monótono. Y lo estúpidamente correcto es una regresión hacia la servidumbre voluntaria de la ignorancia que, como se sabe, es lo último que se pierde.