Dario Fo, un cómico para el Nobel

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Análisis

No es ningún secreto que la Academia sueca no siente predilección por el teatro. En 1969 otorgó el premio Nobel de Literatura a Samuel Beckett y diecisiete años después al nigeriano Wole Soyinka. Ha debido transcurrir una década más para que el famoso galardón recaiga otra vez sobre un dramaturgo, el italiano Dario Fo. No acaban aquí las novedades de este año. Dramaturgos con premio Nobel hay algunos -Echegaray o Benavente, sin ir más lejos-, pero hasta ahora la Academia se cuidaba mucho de elegirlos con currículum de instalado o al menos con el respaldo de sólidas garantías intelectuales. No es el caso de Dario Fo, un hombre de teatro por los cuatro costados: actor, autor, director, escenógrafo, empresario. El mismo escritor parece disfrutar contemplando el cuadro: «No ha sucedido nunca que haya sido premiado un actor-autor. Será la primera vez que un actor suba a estrechar la mano al Rey».

En todo el mundo la noticia produjo un auténtico asombro: «Me he llevado una gran sorpresa, pero en sentido positivo. No puedo creer que un premio tan prestigioso haya recaído en un hombre de teatro», confesó Vittorio Gassman. En cambio, para muchos críticos el dramaturgo italiano es un simple artesano del arte, un artífice de textos de consumo, y no encuentran razón literaria suficiente para asignarle el premio.

Sin duda, la sorpresa también fue acrecentada por la conocida beligerancia anarquista de Fo, al que le gusta ejercer de provocador social desde su teatro o desde cualquier tribuna que se le ofrezca. Mutatis mutandis y en relajado tono coloquial, sería como si en España hubieran concedido el Nobel a Albert Boadella, creador de Els Joglars. Los tribunales italianos están llenos de demandas contra Fo, que ha sido procesado en cuarenta ocasiones. Su Misterio bufo (1969), quizá su obra más representativa, es un conjunto de monólogos de evocación juglaresca en el que se articulan sarcásticas burlas contra el papado y se denuncian supuestas manipulaciones del mensaje cristiano por la jerarquía eclesiástica. Su Muerte accidental de un anarquista y otros subversivos (1970) deslegitima las democracias capitalistas burguesas, consideradas como una fachada del poder para el control democrático del pueblo. En compañía de su mujer Franca Rame, a la que corresponde el cincuenta por ciento del premio -como el dramaturgo ha reconocido-, Fo ha emprendido en sus últimas piezas -Todas tenemos la misma historia o Tengamos el sexo en paz- una férrea defensa de las exigencias feministas más radicales (sexualidad sin trabas, aborto a petición, erradicación del machismo…).

Heredero de Bertolt Brecht y del teatro político (Erwin Piscator, Peter Weiss…), Dario Fo no ha pretendido elaborar una teoría dramatúrgica original. Desde la farsa desvergonzada y provocadora, la sobriedad de medios escénicos, la comicidad gesticulante y el aprovechamiento de los temas de actualidad, aspira a dotar a su populismo escénico de un papel rupturista dentro de la cultura establecida y así mantener vivo el modelo social del izquierdismo revolucionario en tiempos neoliberales.

Para pasmo de propios y extraños, la que da muestras de haber entendido muy bien a Fo es la mismísima Academia sueca: «Premio Nobel de Literatura 1997 a Dario Fo, quien, siguiendo la tradición bufa medieval, se mofa del poder y sostiene la dignidad de los oprimidos». Aunque otras voces advierten que, puesto a sostener a los oprimidos, podría defender para ellos una dignidad con más quilates.

Juan Manuel JoyaReacciones en la prensa italiana

Roma. La prensa italiana ha comentado de modo dispar la concesión del premio Nobel a Dario Fo. La única reacción común ha sido la sorpresa. Entre las alabanzas y críticas habría que distinguir las que responden a criterios literarios y las que se deben a posturas ideológicas.

En cuanto a las primeras, la misma simplicidad de los textos de Fo da lugar a juicios contradictorios. Mientras el crítico Tullio de Mauro alaba a Fo porque «usa un lenguaje que llega a todos», su colega Giulio Ferroni subraya que «sus textos no tienen densidad, viven de lo inmediato. La concesión del Nobel a Fo es una bofetada a toda la literatura italiana». El conocido director teatral Giorgio Strehler asegura que el premio «prestigia al teatro italiano». En cambio, el intelectual Marcello Veneziano escribe en Il Messaggero que, si bien Fo es un gran actor, sus textos no tienen categoría literaria: «Si Fo puede ser premio Nobel y Ernst Jünger no, es que el premio ha perdido la credibilidad que le quedaba».

De todas formas, han sido las motivaciones ideológicas las que han estado más presentes. No es extraño, pues han sido esas las razones aducidas por la propia Academia sueca para justificar la concesión del premio («se mofa del poder y sostiene la dignidad de los oprimidos»).

Varios articulistas subrayan que Fo es, en realidad, un «revolucionario de boquilla». «¿Qué poder se ha sentido alguna vez en peligro a causa del actor?», se pregunta Luca Doninelli en Avvenire. «¿Quizá el soviético o el fascista, a los que nunca atacó? Desde luego, los poderes reales, los actuales, esos no». El articulista añade que Fo «siempre ha hablado mal de la Iglesia, pero lo ha hecho porque la Iglesia está inerme; para atacarla no hace falta tanta valentía».

Una opinión semejante expresa Indro Montanelli en el diario milanés Corriere della Sera: «No tengo nada contra Fo, aunque algunos de sus gestos del pasado me han parecido más los de un hábil conformista que los de un rebelde sin miramientos».

Diego Contreras

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