Guillermo Cabrera Infante

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Es una cuestión trivial hablar de la justicia de ciertos galardones, porque ya se sabe que en ellos siempre suelen influir los méritos extraliterarios. El caso de Cabrera Infante no es seguramente una excepción. Si recordamos las gélidas relaciones del Gobierno español actual con el régimen de Castro, no puede quedar más claro que la concesión del Cervantes al escritor cubano exiliado más famoso, supone un indisimulado tirón de orejas. No obstante, hablar de la oportunidad política de un premio no dice nada ni en contra ni a favor del premiado. Este vale lo que vale su obra. Cabrera Infante es, sin duda, el narrador cubano más conocido y prestigioso en la actualidad. Desaparecidos los grandes maestros (Carpentier y Lezama Lima), su nombre aparece siempre como punto vivo de referencia de la literatura isleña.

Esto se debe, sobre todo, a su primera novela, Tres tristes tigres (1967). Ya el título, que alude al famoso trabalenguas, nos da la pista de lo que es el libro: un ejercicio de ingenio en el que continuamente se sorprende al lector con toda clase de juegos literarios: desde la desaforada sucesión de anagramas y palíndromos hasta la repentina aparición de una página completamente en negro en señal de duelo por la muerte de un personaje. El planteamiento es también interesante desde el punto de vista lingüístico, ya que refleja con admirable precisión el habla de La Habana y la fuerte personalidad de sus habitantes: sus noches, sus mitos musicales y literarios, sus aventuras. Sin embargo, a pesar de todo el carnaval de estilos y humor que llena sus páginas, Tres tristes tigres guarda un fondo de desazón. Cuenta la historia de unas gentes abocadas a desaparecer y cuya única manera de perpetuarse es intentar sostener su yo a través de la palabra y el movimiento. Dicho de manera más escueta: la frivolidad es la salvación para Cabrera Infante.

A partir de Tres tristes tigres, con la que ganó el importante Premio Biblioteca Breve, Guillermo Cabrera Infante ha seguido publicando novelas, ensayos cinematográficos, libros de relatos, misceláneas: O, Vista de amanecer en el Trópico, Exorcismo de esti(l)o, Cine o sardina, etc. Ninguno de ellos alcanza el interés de Tres tristes tigres. Uno de sus libros más conocidos es La Habana para un infante difunto (1979), donde se vuelve a gastar una broma culta con la doble alusión a una célebre composición de Ravel y a la historia de recuerdos infantiles que cuenta la novela. Lo mejor, dicho sea de paso, quizá sea el título, porque Cabrera insiste demasiado en la iniciación sexual de su otro yo, el muchacho protagonista. El resultado es una presunta autobiografía ¿sentimental? que resulta pornográfica e inverosímil. Autobiográfico, ma non troppo.

Sus últimas entregas (Delito por bailar el cha-chacha, por ejemplo) son tal vez menos evidentes en sus deseos de provocación, aunque siguen mostrando la imagen de un autor sumergido en una visión hedonista y leve de la existencia. En manos de Cabrera Infante el humor se convierte en el recurso perfecto para olvidar dudas, contradicciones, angustias. Pero la comicidad no es lo mismo que la alegría. Y esto último no existe en los libros del reciente Premio Cervantes.

Javier de Navascués

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