Cien años del nacimiento de Ernest Hemingway
Ernest Hemingway sería centenario este año. Pero ese no era un objetivo respetable para un hombre que gastaba con pasión su vida en parajes donde ronda la muerte. Como soldado voluntario, corresponsal de guerra, cazador o aficionado a los toros, fue más popular por lo novelesco de su propia vida y por una imagen de la que acabó siendo esclavo. Se ha dicho que ningún otro escritor moderno mezcló tanto la sangre y la tinta. Pero lo que caracterizó sobre todo al Premio Nobel de Literatura de 1954 fue la pasión de contar historias.
El hecho de que Hemingway haya llegado a ser -junto con Hawthorne, Melville, Henry James y Faulkner- uno de los cinco escritores norteamericanos sobre los que más se ha publicado en el ámbito académico, puede darnos una idea de la relevancia de su obra; la obra de un hombre que acabará sus días desesperado, al constatar que su mermada salud, física y psíquica, no le permite componer páginas como aquellas que ya le habían ganado un sitio entre los grandes de la literatura.
Nacido en Oak Park (Illinois), el hombre que siempre quiso ser escritor hizo sus primeras armas en el periodismo. Su trabajo de reportero -primero en el Kansas City Star y, después de su paso por la Primera Guerra Mundial, en el Toronto Star- influirá en los rasgos que irán definiendo su inconfundible estilo narrativo, directo y poderoso.
Pero será en París donde, en contacto con escritores de la categoría de Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y James Joyce, estos rasgos acaben de consolidarse. En la capital francesa se publica su primer libro, Tres historias y diez poemas, en el verano de 1923, apenas dos años después de su llegada a París con Hadley Richardson, su primera esposa. En 1924 aparece, también en París, su primera obra de cierta importancia: En nuestro tiempo. Se trata de un ciclo de cuentos que nos muestra episodios de la adolescencia e iniciación a la vida de un personaje, Nick Adams, a quien volveremos a ver, hombre adulto, en colecciones de relatos posteriores: Hombres sin mujeres (1927) y El ganador no coge nada (1933).
Vidas duras de hombres duros
Ya en estos primeros cuentos se introduce el tema que vertebrará la obra del escritor norteamericano: la violencia como verdad de la existencia humana. Para Hemingway la vida está inextricablemente unida a la violencia, al dolor, al sufrimiento y a la muerte; es algo esencial a la vida, algo que el hombre no puede cambiar y que requiere de él una continua lucha. Fiel a su principio de que había que escribir bien y con verdad, con sinceridad, reflejando en la obra literaria la realidad de las cosas, la violencia será una constante en las situaciones y en los personajes de sus textos.
Los personajes típicos de Hemingway serán soldados, cazadores, toreros, boxeadores, criminales…: vidas duras de hombres duros. Se trata de seres humanos que se han apartado de lo habitual, de una sociedad que intenta ocultar la trágica realidad de las cosas; han renunciado a la protección que dan los convencionalismos de la vida ordinaria y le plantan cara a la violencia y a la muerte. El héroe de Hemingway será capaz de aguantar estoicamente y mantener la lucha hasta el final; precisamente en esta disciplina y autocontrol reside, para el escritor, la dignidad y grandeza del ser humano. Como consecuencia de ese enfrentamiento, la gran mayoría de estos héroes están heridos, literal o metafóricamente; es el precio necesario que se debe pagar para llegar al conocimiento de la verdad.
En 1926 se publica Los torrentes de la primavera, una sátira de las novelas del escritor Sherwood Anderson que le serviría a Hemingway para desvincularse de la editorial Boni & Liveright -también editores de Anderson- y empezar a publicar con la editorial que daría a la imprenta todas sus obras: Charles Scribner’s Sons.
Heridas físicas y psicológicas
En ese mismo año, 1926, verá la luz su primera gran obra: Fiesta. Con Fiesta Hemingway demuestra su capacidad de mantener la tensión narrativa en un género de extensión superior a la del cuento y empieza a forjar su reputación de gran escritor. Fiesta se había empezado a gestar en 1923, el año de lo que se ha denominado la conversión española del escritor: el descubrimiento de una patria artística de cuyas vivencias se irá nutriendo una parte muy importante de su producción literaria (1).
Desde su llegada a París, Hemingway busca modelos humanos que por su conducta física despierten un verdadero sentimiento de admiración. Sus amigos Gertrude Stein, Pablo Picasso y Luis Quintanilla le habían hablado de un espectáculo, los toros, en el que quizá podría encontrar ese modelo de héroe. En la primavera de 1923 hace su primer viaje por tierras españolas y descubre en las corridas de toros esa admirable conducta física, fusión de gracia y valor, que andaba buscando. De vuelta en París empieza a hacer planes para regresar a España y Gertrude Stein le recomienda las fiestas de San Fermín en Pamplona, a las que acudirá tres años consecutivos antes de escribir la novela.
1929 es el año de su otra gran novela: Adiós a las armas. Fiesta nos presenta una generación de personas que sufren física y emocionalmente las amargas consecuencias de la guerra; en Adiós a las armas se nos muestra la guerra misma: cómo se van infligiendo esas heridas físicas y psicológicas. Una historia de amor y guerra con final trágico, en la que la realidad de la vida del hombre entendida como lucha se nos presenta con toda su crudeza. Esta obra marca la ruptura definitiva del héroe con la sociedad, ruptura que ya se había apuntado en Fiesta. Henry, el protagonista de la novela, decide desvincularse haciendo su paz particular. Es muy significativo que tanto Muerte en la tarde (1932) como Las verdes colinas de África (1935) no sean obras de ficción, sino una especie de tratados sobre el toreo y la caza mayor en los que se erige como tema central una de las grandes obsesiones de Hemingway: la muerte. Se incluyen además interesantes comentarios, con cierta dosis de ironía y humor en algunos casos, sobre España, África, el arte del escritor y otros temas.
Tener y no tener (1937) es una novela de segundo orden, sobre todo si se compara con las dos primeras. Su importancia reside en que el protagonista de Tener y no tener, Harry Morgan, se da cuenta de que un hombre aislado no es nada; la ruptura con la sociedad, que se había consumado en Adiós a las armas, no es una salida; vemos aquí, reflejadas en su obra, las inquietudes del propio Hemingway. Su modo de volver a esa sociedad de la que había desertado es vincularse durante la Guerra Civil española con la causa republicana, a la que contribuye económicamente y para la que supervisa el envío de ambulancias desde Estados Unidos.
También trabajó de reportero cubriendo la información sobre la guerra para la agencia norteamericana NANA (North American Newspaper Alliance); esta experiencia directa de la contienda le proporcionaría material de primera mano para su única obra de teatro, La quinta columna (1938), y para su novela Por quién doblan las campanas (1940), que alcanzó un número de ejemplares vendidos superior al de cualquiera de sus títulos anteriores. A esta novela sigue un paréntesis que duraría una década debido, fundamentalmente, a sus actividades en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal de la revista Collier’s.
La dignidad del hombre que resiste
En 1950 se publica A través del río y entre los árboles. Muchos críticos dijeron entonces que el talento literario de Hemingway había desaparecido, que el libro parecía una parodia de su estilo anterior. El mentís llega dos años después con El viejo y el mar, una novela corta, que se convertirá en su obra más conocida y su mayor éxito. Faulkner le dedicó encendidos elogios y aseguró que el tiempo demostraría que El viejo y el mar era la mejor obra escrita por cualquiera de ellos, refiriéndose al grupo de escritores contemporáneos suyos y de Hemingway. El propio Hemingway consideraba que por fin había conseguido aquello por lo que había trabajado toda su vida.
El tratamiento que hace de Santiago, el viejo pescador, refleja la reverencia de Hemingway por la dignidad humana, dignidad que se pone de manifiesto cuando existe la determinación de luchar hasta el final; el triunfo de Santiago es su tesón. En la producción literaria de Hemingway late, por debajo del pesimismo ante la condición del hombre, la convicción de que éste es capaz de superar la trágica realidad humana mediante su heroísmo. Hemingway siente una profunda admiración por el torero que, con su arte y valentía en su juego con la muerte, es sujeto de acciones de valor trascendente. Es, esencialmente, lo mismo que él busca con su arte literario: un modo de trascender, de permanecer.
Esta actitud explica también la gran admiración que el escritor, a pesar de su peculiar modo de vivir la fe católica, sentía por la liturgia; en definitiva, una serie de acciones con un significado que va más allá del hecho físico y del individuo concreto que lo ejecuta. En Fiesta vemos cómo el silencio y la oscuridad de la catedral de Pamplona infunden en el protagonista -en quien está en cierto modo representado el autor- un profundo respeto que le lleva a arrodillarse y a rezar por sus amigos, por los toreros y por que las corridas sean buenas. Cuando en 1954 le concedieron el premio Nobel, Hemingway decidió ofrecer la medalla a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en cuyo santuario -cerca de Santiago de Cuba- se encuentra en la actualidad.
Cuatro obras inacabadas
Hemingway dejó inacabadas cuatro obras que se han ido publicando póstumamente: París era una fiesta (1964), Islas en el golfo (1970), El jardín del Edén (1986) y el llamado «Libro africano» que se publicará el próximo mes de julio -el título inglés es True at First Light-, coincidiendo con el centenario del nacimiento del novelista. Algunos se preguntan si la edición de estas cuatro novelas inconclusas, cuya calidad literaria no alcanza a la de las otras, no es más bien un intento de explotar comercialmente el legado del escritor. En cualquier caso, estos libros, escritos en los años que median entre el final de la Segunda Guerra Mundial y su muerte, constituyen una tetralogía introspectiva en la que el autor analiza, por primera vez, lo que ha sido su vida como artista, como hijo, como esposo y como padre.
En los personajes de sus anteriores obras el escritor protege su propia identidad mediante la ficción y, aunque podemos adivinar rasgos del autor en los protagonistas que crea, nunca se da una perfecta identificación entre el novelista y el personaje. El caso de estas cuatro novelas es diferente; resulta muy revelador que el protagonista de True at First Light sea un escritor de cincuenta y tantos años que se llama Hemingway; también que el autor se negara a que estas obras se publicasen antes de su muerte, a pesar de la insistencia de sus editores. Al final de su vida Hemingway ve con perspectiva el proceso de autodestrucción que había desencadenado al divorciarse de sus dos primeras mujeres (Hadley Richardson y Pauline Pfeiffer), las que mejor entendieron su trabajo de escritor -de Pauline decía que era su mejor crítico literario- y con quienes su integridad humana había quedado más patente.
Ultimos Años
En los últimos años de su vida Hemingway es un hombre prematuramente envejecido y muy mermado física y psíquicamente. La intensidad con que había vivido le empieza a pasar factura. No podía ser de otra manera en un hombre que se había fracturado el cráneo, que había tenido una docena de conmociones cerebrales, que había sufrido tres accidentes de coche graves y sobrevivido a dos accidentes de avioneta, en uno de los cuales le dieron por muerto y Hemingway pudo leer -con no poca satisfacción- las necrológicas que se dedicaron a su persona; en la guerra había recibido impactos de bala en nueve ocasiones y resultó herido en la cabeza en otras seis, además de la grave herida en la pierna en el frente italiano, de la que los cirujanos le extrajeron más de doscientos trozos de metralla.
A finales de los años cincuenta se acentúan las paranoias y Hemingway sufre profundas depresiones, agravadas por la constatación de que su genio de escritor se esfuma progresivamente. En diciembre de 1960 es internado en la Clínica Mayo (Rochester, Minnesota) y, durante casi dos meses, sigue una terapia de electrochoque y son tratadas sus diversas dolencias. Vuelve a ingresar en la misma clínica a finales de abril, después de tres intentos de suicidio, y es dado de alta el 26 de junio de 1961, a pesar de que su cuarta esposa, Mary Welsh, no considera acertada la decisión de los médicos. El 2 de julio Hemingway se quita la vida en su casa de Ketchum (Idaho). Se acaban los días de un escritor que ya constituía un hito en la historia de la literatura.
Sus resortes de escritorHay dos obras de la literatura americana, por las que Hemingway sentía gran admiración, que nos dan las claves de cuáles fueron los pilares sobre los que se sustentó su característico modo narrativo. La primera es Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, de la que Hemingway decía -un poco exageradamente- que derivaba toda la literatura americana moderna; la importancia de esta obra reside en que es el primer intento de poner por escrito el inglés (inglés americano en este caso) hablado. Una de las características más importantes de la obra del novelista es, precisamente, la viveza que se consigue en los diálogos mediante una cuidadosa transposición del lenguaje oral.
La segunda obra es La roja insignia del valor, de Stephen Crane. A esta novela se le ha criticado a menudo la ausencia de un hilo argumental; Hemingway decía de ella que tenía la unidad de un gran poema. En París era una fiesta Hemingway habla de sus visitas a los museos parisinos para ver los cuadros de los pintores impresionistas y refiere cómo la pintura de Cézanne le hizo caer en la cuenta de que, para dar a sus narraciones las dimensiones que quería, no necesitaba más que frases simples y que dijeran cosas verdaderas.
Hemingway es un agudo observador de la realidad, la cual aparece en sus novelas reflejada a menudo con gran precisión. El novelista norteamericano hablaba de la necesidad de observar continuamente; el escritor tiene una especie de reserva en la que va almacenando su experiencia de la realidad y de ahí tomará posteriormente los elementos que le servirán a la hora de escribir. Es su principio del iceberg: sólo aparece en la superficie una quinta parte del total de la masa, pero son los cuatro quintos que no se ven los que le dan consistencia. La labor del escritor -una tarea muy dura, según Hemingway- consiste, precisamente, en seleccionar aquellos elementos que harán que el lector experimente sensaciones similares a las que tuvo el autor en la situación que recrea.
No todo lo que observa aparecerá después en lo que escribe; lo que no se menciona es una especie de presupuesto que, como en el iceberg, da vigor a lo que aparece en letra impresa. Esta técnica modernista, relacionada con el impresionismo pictórico, considera que, en el lenguaje, es más importante lo que sólo se sugiere que lo que se dice explícitamente; el lector ha de participar activamente para dar coherencia y unidad a la serie de elementos fragmentarios que el escritor le presenta.
La aparente simplicidad de la prosa de Hemingway es el resultado de un laborioso proceso del que emerge un texto en el que cada palabra está medida; el escritor hablaba de cómo había repetido treinta y nueve veces el final de Adiós a las armas y releído más de doscientas el manuscrito de El viejo y el mar antes de darlo por concluido. La técnica impresionista que utiliza, los ritmos poéticos de su prosa y el particular dialecto literario que a veces emplea en los diálogos, hacen muy complicada la labor del traductor. Y así, como sucede con otros muchos autores extranjeros, las versiones españolas de las obras de Hemingway no consiguen hacer justicia a la brillantez y a la genialidad de un hombre que siempre quiso ser escritor.
José Gabriel Rodríguez Pazos_________________________(1) Sobre este aspecto, véase la obra de Edward F. Stanton, Hemingway en España, Editorial Castalia (1989).Sobre la vida de Hemingway se pueden consultar los siguientes libros: