Hace algunos años el gobierno uruguayo montaba una campaña de fomento de la lectura mediante un cartel en el que se veía al portero de la selección nacional de fútbol leyendo una novela en medio de un partido. La novela elegida era El astillero de Juan Carlos Onetti. Visto los gustos de tan cultísimo portero, cabe imaginar que en aquel encuentro debía de tener muy poco trabajo. Lo cierto es que leer a Onetti, auténtico clásico de la literatura uruguaya e hispanoamericana, requiere una constante y esforzada atención. Sus novelas y cuentos nunca dan facilidades, como puede comprobarse en la edición de sus obras completas, que ahora empiezan a publicarse en España (1).
Podría decirse que existen escritores sencillos, como Bécquer, Baroja o Galdós, y otros difíciles, como Góngora, Quevedo o Borges. Pero en el caso de éstos últimos, una lectura inteligente y atenta permite abrir la puerta a la comprensión. Una vez franqueado el umbral, el camino se hace placentero y casi transparente. No sucede así con Onetti. Como reconocen incluso sus más fervorosos seguidores (Muñoz Molina entre ellos), leerlo significa entregarse con los cinco sentidos a un estilo sutil, enmarañado, pedregoso en apariencia y sin embargo concebido con una perfecta conciencia de los matices. Lo mismo sucede con sus personajes: son cínicos y sentimentales, crueles y compasivos, desesperados y serenos.
Universo abúlico y deprimente
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo en 1909. Por aquel entonces Uruguay ya estaba sufriendo un conjunto de profundas transformaciones: la economía crecía gracias a las exportaciones de carne y al aumento de población inmigrante. Se construyó entonces el mito del país como la «Suiza de América». Sin embargo, detrás del apacible y próspero telón, se iba configurando una sociedad que abandonaba su iniciativa en manos del Estado, además de padecer un proceso de fuerte desmoralización en todos los terrenos, también en el ámbito familiar. El divorcio obtuvo carta legal muy pronto. Uruguay se convirtió así en el bastión del laicismo en todo el continente. En este contexto debe entenderse la obra de Onetti. Su vida (1909-1994) transcurrió casi siempre en ese país, en donde trabajó para un semanario fundamental del liberalismo uruguayo, Marcha. Con el tiempo su obra alcanzó un prestigio tal que le permitió alcanzar el premio Cervantes hace justamente veinticinco años. Por lo demás, su existencia carece de hechos relevantes, si exceptuamos el exilio en Madrid a partir de los años setenta debido a un escándalo político-literario. Pero a Onetti nunca le interesó de verdad la política. Era demasiado escéptico para preocuparse por ella.
En 1939, con treinta años, publicó una novela breve, El pozo. En su día pasó sin pena ni gloria. A nadie parecían interesarle los sueños frustrados de un hombre de mediana edad, materia con la que se forja esta pequeña obra maestra. No obstante este universo abúlico y deprimente era un reflejo del estado de desorientación en que vivía la sociedad uruguaya de la época. Siendo importante El pozo, sólo significa el comienzo de una obra interesada en los aspectos más despiadados y malignos de la condición humana.
Su primera novela de largo aliento, La vida breve (1950), cuenta la historia de Brausen, un hombre cuya mujer convalece de un cáncer en el pecho. El protagonista trata de evadirse de su triste situación imaginando una novela que transcurre en un pueblo inventado por él, Santa María. A base de soñar con el otro mundo, el que le conduce lejos de la enfermedad de su mujer, Brausen acaba llevando una doble vida: de un lado, es un marido burgués e incapaz de asumir con generosidad su nueva situación; de otro se convierte realmente en un desagradable proxeneta: el hombre que él ha imaginado ser para escapar de una existencia rutinaria. Así, la vida imaginaria de Brausen no tiene otra finalidad que inventarse una justificación ante su fracaso como persona.
Argumento escaso, calidad de prosa
Los libros posteriores seguirán recreando ese lugar misterioso, abandonado en medio de un paisaje melancólico y habitado por personajes indolentes, negativos y pesimistas. O dicho en una palabra: onettianos. El astillero (1961), otra de sus novelas fundamentales, ya se ubica en la ficticia Santa María, a donde llega Larsen, uno de los personajes clásicos de los relatos de Onetti. La idea del protagonista de resucitar un astillero viejo y arruinado es el hilo conductor a partir del cual gira la acción. Esta novela, cuyo argumento es muy escaso, vale por la calidad de su prosa, asimilable al de un poema.
Sin embargo, sus personajes viven en medio de una ausencia completa de ideales, una mezquindad de intereses que tiene su correlato en el decrépito escenario del astillero ruinoso. A nadie en Santa María parece importarle nada, como si la única salida vital posible sea la apatía o el cinismo. Ni el mismo Larsen cree sinceramente que su proyecto vaya a funcionar, lo que no impide que se invente alguna excusa para seguir adelante con él. Su propósito íntimo no queda claro: no sabemos si lo hace por mera diversión o por supervivencia.
En realidad, ante las obras de Onetti podría hablarse de una estética de la ambivalencia, ya que siempre hay un deseo expreso de negar la posibilidad de una certeza. Los finales abiertos, la multiplicación de puntos de vista o la ocultación sistemática de datos importantes para la acción, son otras tantas técnicas que subrayan la desconfianza del autor ante una concepción del mundo que imponga una única verdad sobre las cosas. Para Onetti no podemos nunca estar seguros de nada y la única solución lúcida sería la de aquel hombre que pretende actuar al margen de las convenciones o de los ideales, sabedor de que todo en la vida es mentira. Una filosofía tan negativa fue la que llevó al propio autor a pasar los últimos años de su vida sin salir de la cama y afirmando que el único placer que le ataba a la vida era el tabaco
Lectura difícil
Como señalábamos al principio, leer a Onetti no es fácil. El astillero, La vida breve o Juntacadáveres son novelas densas y ásperas, poco hospitalarias con el lector que pretenda sencillamente pasar el rato. Quien quiera introducirse en la obra de Onetti debiera leer El pozo o buscar la bellísima Los adioses (1954), una novela breve y magistral por su sutileza. Carece, además, de la negatividad característica de tantos relatos suyos, ya que la verdad que se oculta a lo largo del relato, en lugar de esconder un secreto siniestro, al final se revela de una mayor simplicidad. A veces, nos dice aquí Onetti, el mal no está en nuestros vecinos, sino en nuestra propia mirada, confundida al buscar perversiones donde no las hay. Entre sus relatos breves una selección inicial debiera tener en cuenta a «Jacob y el otro», «La cara de la desgracia», «Esjberg en la costa», «La casa en la arena» y «Bienvenido, Bob». Todos estos títulos se pueden contar entre las mejores piezas de la historia del cuento en español.
¿Cuál es la vigencia de Onetti en la actualidad? Es verdad que sus libros no se han vendido como los de su compatriota Mario Benedetti, cuyo universo sencillo y fácilmente sentimental, ha conocido una adhesión inquebrantable entre la crítica militante de izquierdas. Onetti siempre será un escritor minoritario, no sólo porque su estilo no da facilidades, sino porque sus libros no quieren ser para nada complacientes. Hoy en día, leer a Onetti es un reto por varios motivos: de un lado, su lenguaje preciso y lleno de sobreentendidos requiere una atención desacostumbrada y, de otra parte, su mundo opresivo reclama en el lector una actitud crítica.
La complejidad psicológica y moral de sus personajes es uno de sus puntos fuertes, pero también debe llamarnos la atención respecto de la validez de los postulados que sostienen la visión del mundo del escritor uruguayo. Tanto nihilismo no es posible. Ni siquiera el propio Onetti lo suscribió en vida, y no porque renunciase al suicidio (decía que era demasiado cobarde para llegar a eso), sino porque el mismo acto de escribir al que se entregó sin descanso era una forma de afirmar el valor de las cosas. Algo hay de teatral, de fenomenal impostura, en esos personajes acuciados por ser peores de lo que ya son Una literatura de irreprimible atracción por el Mal puede ser tan falsa, es decir, tan ausente de matices, como la que emana de las leyendas piadosas o los cuentos de hadas. Obviamente Onetti no siempre cae en esa trampa, pero la historia dirá cuántas veces forzó la mano.
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(1) Juan Carlos Onetti, Obras completas: Novelas I (1939-1954). Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona (2006). 864 págs. 55 €. Este primer volumen contiene sus cinco primeras novelas: El pozo (1939), Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), La vida breve (1950) y Los adioses (1954).