Tal como yo lo veo, el auge de los lectores de libros electrónicos es, en general, una excelente noticia para los buenos libros y para los buenos lectores.
Pienso que las prevenciones que algunos tienen se deben a que confunden el soporte donde nos llegan los libros con los males de la sociedad en la que vivimos. La pérdida de la vinculación emocional con el libro en papel puede sonar dolorosa (para ciertos lectores), pero dejará de tener sentido para las futuras generaciones que crezcan acostumbradas a los nuevos formatos.
Sin duda, la presencia física de los libros es importante, pues puedo imaginar que crecer en una casa con los estantes llenos de libros no es lo mismo que hacerlo en una casa sin libros; pero nadie con sentido común echará la culpa de que las futuras familias tengan los estantes vacíos a los libros electrónicos de hoy… (Lo único verdaderamente mortal sería que a los políticos de turno se les ocurriera la idea de regalar un e-reader a cada niño en la escuela).
Con independencia de los cambios en los soportes físicos y en los modos de acceder a los textos, el centro de gravedad permanente de todo este mundo son los buenos libros -los que se leerán siempre- y los buenos lectores -los que leerán siempre también-, pues lo demás es accidental y pasa. El hecho de que haya una gran polarización comercial hacia los libros que venden mucho en cada momento, tendencia que tal vez refuercen los formatos digitales, parece un signo de nuestro mundo, pero, sea cual sea el juicio que eso nos merezca, no altera el núcleo de la cuestión y la diferencia de nuestra situación respecto a la del pasado: las nuevas tecnologías permiten muchas más elecciones al comprador, quien desea leer tiene a su alcance más libros que nunca.
La formación de un buen lector
Para ver el peso que pueden tener los e-readers en el mundo de la lectura se ha de recordar que para llegar a ser un buen lector hay tres escalones.
En el primero está la educación lectora básica, o el aprendizaje de habilidades lectoras, que se puede lograr casi con cualquier texto.
En el segundo aparece la distinción de que una cosa es la ficción y otra la literatura, pues la literatura es un lujo pero la ficción una necesidad, como se ve si pensamos en que tener aprecio por un buen vino es distinto de tener deseos de una comida decente: es necesaria una educación mínima para saber distinguir las buenas historias de las malas, y aquí se incluyen los cuentos más sencillos, la forma en que contamos o nos contamos nuestra propia vida, las películas que vemos, los relatos periodísticos que nos llegan, las biografías que leemos, etc.
El tercer escalón, la educación literaria propiamente dicha, es el que conduce al aprecio de la buena literatura.
En relación al primero, tal vez lo único que cabe apuntar aquí es que tantísimo interés en que los niños aprendan las cosas lúdicamente, y tantísima insistencia en la plasticidad casi mágica de los niños para aprender idiomas y cualquier cosa cuando son pequeños, muchas veces pasa por alto que su facilidad para no aprender y para olvidar es inmensamente mayor y que las destrezas, si no se ejercitan continuamente, se pierden. El sentido común nos dice que la forma de compartir historias de unos padres con sus hijos pequeños, al principio, no podrá ser en soporte electrónico: se basará, como siempre, en la oralidad y en la lectura compartida. Según el chico vaya creciendo podrán ir teniendo cabida otros soportes.
En relación al segundo escalón basta pensar en que cualquier niño necesita historias, en que los periódicos son un manojo de relatos, en que nos comprendemos a nosotros mismos y establecemos la propia identidad contándonos y contando nuestra vida. Quien desea educar a un niño -igual que quien desea orientarse a sí mismo- dentro de la enorme cantidad de historias que nos rodean, ha de aprender a distinguir cuáles valen la pena y cuáles no, cómo se construyen los relatos a base de narrar y subrayar unas cosas, y de ocultar y dejar otras en segundo plano, cómo el orden en que disponemos el material narrativo también importa, etc. En este apartado también me parece que, salvo excepciones, sólo a partir de la lectura compartida y la lectura en voz alta como hábitos familiares y escolares, unidas con una enseñanza bien estructurada y bien impartida, se podrá adquirir la formación básica para entender bien todo tipo de relatos, y no sólo los de los libros.
Sin duda siempre habrá lectores de primer nivel que nunca llegarán a ser lectores de nivel superior, pero cuanto mejor sea la “formación lectora” para enfrentarse con toda clase de relatos, más cerca estamos de la educación literaria propiamente dicha. Además, es necesario contar con que mucha gente no será nunca consumidora de ficciones en formato libro: la gran mayoría de la población nunca ha sido muy lectora y, además, nuestra sociedad ya les suministra muchas por otros medios. En este sentido conviene pensar que la gran abundancia de ficciones en imágenes de nuestra sociedad no atenta contra la lectura, como algunos piensan, sino contra ciertas malas lecturas: antes que leer una novela que describe las escenas de una película es mucho mejor ir a ver la película.
Pero precisamente donde comienza el apetito por los libros como tales y sobre todo por la mejor literatura, tienen su lugar natural los e-readers, un producto para quien opta o desea optar conscientemente por la lectura. El público de estos aparatos es el que busca aquello que sólo los buenos libros pueden dar; los que, incluso cuando emplean la lectura como evasión, la plantean como un entretenimiento que enriquece de verdad porque desarrolla nuestra capacidad de pensar y porque nos aporta un conocimiento de la naturaleza humana imposible de lograr por otros medios.
|