La vuelta de un maestro
Después de ocho años dedicado a otras actividades, el escritor norteamericano Paul Auster vuelve a la novela por la puerta grande con El libro de las ilusiones, una nueva muestra de su don extraordinario para contar historias. Su obra de narrador, poeta, ensayista, traductor y guionista revela un fuerte componente intelectual y un estilo claro y limpio.
Paul Auster nació en 1941 en New Jersey. En A salto de mata (1998) cuenta cómo sus padres, judíos, se divorciaron después de frecuentes desavenencias por cuestiones de dinero. Tras su paso por la Universidad se marcha a Francia. Son años de variadas experiencias profesionales en los que va madurando su vocación de escritor. Además de trabajar en un petrolero y realizar otros desempeños corrientes, tradujo a poetas franceses, escribió algunas obras de teatro y una breve novela policiaca e hizo de negro para otros escritores. Vuelve a Norteamérica con 33 años y comienza una nueva etapa: deja atrás un matrimonio fracasado, sigue con la amenaza de los problemas económicos y tiene el deseo claro de escribir y sólo escribir.
La muerte de su padre desencadena en el autor la necesidad de explicarse la naturaleza de la enrarecida relación que mantuvo con él y escribe y publica La invención de la soledad (1982), su primera novela.
Paul Auster(Foto: Sigrid Estrada)Trilogía de Nueva York
Consigue llamar la atención de un público entendido minoritario y se inicia así la primera etapa de su vida de escritor, que ocupa básicamente la década de los ochenta. Los trabajos preliminares que se mencionaron antes, incluidos los poemas que escribió en los setenta, no verán la luz hasta mucho después, cuando ya es un escritor consagrado.
En sus obras aparecen desde el principio los temas que le obsesionan: el azar, la soledad, la dificultad de conocer a los demás y a la vez la necesidad de unos por otros. Los trata con registros muy variados: prosa ensayística e introspectiva en La invención de la soledad; recurso (sólo instrumental) a lo policiaco en el ciclo de la Trilogía de Nueva York; vagabundeo metafísico en la ciencia ficción en El país de las últimas cosas (1987).
De estos primeros años, además de estas novelas, es El arte del hambre (1982), conjunto de ensayos en los que reflexiona sobre el oficio de escribir. Toda esta producción de los ochenta es conocida y publicada en España a partir de 1988 gracias a las editoriales Júcar y Edhasa, que también se ocupan de sus poemas de los setenta. Son novelas duras de leer, desasosegantes, que muestran a un escritor poco convencional, lleno de preguntas, poseedor de un estilo claro y limpio, muy depurado ya desde sus comienzos.
La ciudad de cristal (1985), Fantasmas (1986) y La habitación cerrada (1986), las tres novelas que componen la célebre Trilogía de Nueva York, son libros que se abren con brillantes planteamientos, se desarrollan en densos nudos, en los que el autor no siempre controla del todo la historia, y que desembocan en desenlaces sombríos. Se aprecia en ellas cierto experimentalismo vanguardista, muy acorde con inquietudes tan posmodernas como el horror presente en la existencia cotidiana y la obsesión por el juego de identidades. Su posmodernismo (autobiografismo, metaficción, uso paródico de géneros), se mitiga en lo formal con la opción por la claridad: desarrollo cronológico de la acción y secuencia con un claro hilo conductor.
La eclosión de un escritor
El palacio de la luna (1989) inaugura una segunda etapa que termina con Mr. Vértigo (1994; ver servicio 118/95). Son los años de eclosión en los que pasa de autor para iniciados a escritor de éxito generalizado y ampliamente traducido en Europa. Se consolida el perfil del héroe austeriano: personajes complejos que querrían ser buenos, llenos de enigmas, que no dudan en romper con todo y empezar de nuevo, lastrados de culpa, en busca del amor. Los temas son los mismos pero asistimos a la epifanía de su gusto por la historia, de un dominio del arte de contar que atrapa a sus lectores. Esta producción de éxito incluye cuatro novelas, las dos citadas más La música del azar (1990) y Leviatán (1992; ver servicio 162/93), y un breve relato, El cuaderno rojo (1993). En España toma las riendas la editorial Anagrama, que reeditará también los libros anteriores.
Son novelas más sencillas de leer que las primeras, con menos carga autobiográfica, más norteamericanas en cuanto a los temas que tratan: narrativa de aprendizaje, crítica a la sociedad de consumo y al liberalismo, añoranza de la comunicación interpersonal.
Todas sus novelas están montadas sobre su particular concepción de la secuencia suceso-reacción-actuación. El suceso, un motivo desencadenante de las historias, es muchas veces fortuito. La reacción ante lo inesperado es una respuesta de extrañamiento. El suceso suele tener unas consecuencias graves que provocan en el protagonista un afuerte senasación de culpa. La actuación que se deriva es obsesiva y exagerada, anormal en una palabra. Periodos de undimiento psicológico, soledad, espiral alcohólica y de degradación sexual, truculencia, vacío, tentación de suicidio.
Con este esqueleto podría entenderse a Auster como un escritor sombrío y pesimista, carente de respuestas, y no se explicaría su éxito.
Obsesión por el azar
Su obsesión por el azar no es fácil de desmontar. Las situaciones que describe son perfectamente verosímiles, y testimonian la poca distancia que hay entre lo que ocurre y lo que podría no haber ocurrido. Encontrar un demiurgo más consistente lleva a otro plano al que no puede accederse fácilmente sólo con la inteligencia.
Sus personajes conmueven, desean salir de la situación en que se encuentran y es fácil sufrir con ellos. No se rinden, aunque es cierto que casi nunca encuentran lo que buscan.
En Auster siempre hay una salida, dos puntos de luz en concreto: la amistad y el amor. Ambos hacen que se desee seguir viviendo.
Además Auster cuenta con dos sólidos apoyos técnicos: su capacidad de fabular y su estilo. Su imaginación desbordante le lleva urdir excelentes historias, con tramas complicadas pero lógicas, verosímiles. Cada cosa sigue a la anterior en una sucesión coherente de pliegues y repliegues, con una sinuosidad de prestidigitador. Para ver lo bien que narra basta tratar de contar a un amigo el argumento de una de sus novelas. Sucede que la convención que se ha admitido entre autor y lector, y que ha funcionado sólida durante la lectura (es lo que distingue a un buen escritor), se vuelve titubeante fuera del momento de la lectura.
Sencillez narrativa
Y todo narrado con sencillez, con un estilo fluido. Auster es un mago del ritmo y de la sorpresa, y prefiere palabras llanas para contar historias. Sus primeras novelas son algo más experimentales en cuanto a la forma (fragmentación narrativa, alteración de parámetros espacio-temporales, etc.); fueron consideradas en su país elitistas y «europeas», llenas de imaginación y cultura pero irritantes por su vanguardismo y abstracción. Admira a escritores tan originales como DeLillo y Pynchon, pero pronto opta personalmente por la transparencia. Es constante su recurso a la intertextualidad: dentro de cada obra hay referencias a otras novelas suyas y a las de otros autores; puede decirse que cada nueva novela enriquece la lectura de las anteriores.
Auster es un escritor de éxito pero entre lectores de cierto nivel. Aunque dice mostrarse más interesado en los sentimientos que en las ideas, sus novelas tienen un fuerte componente intelectual. Le atrae la reflexión sobre temas abstractos y filosóficos como son la identidad, la comunicación, la aleatoriedad, el conocimiento; desenvuelve sus historias en un mundo culto, de escritores, universitarios, de gente que lee mucho. Se apoya en subgéneros sencillos como la novela de iniciación, de aventuras, el género negro o el realismo mágico, pero siempre con una fuerte carga reflexiva, existencial y simbólica.
La llamada del cine
La tercera etapa comienza cuando un director de cine le propone elaborar el guión de Cuento de Navidad de Auggie Wren (1990), un relato del propio Auster publicado en un periódico. El resultado es Smoke (1995; ver servicio 141/95), una exitosa película que llamó la atención en festivales europeos, muy alejada del cine norteamericano más frecuente. Le siguió, ahora codirigiendo, el experimento fílmico que es Blue in the Face (1995; ver servicio 14/96) y más tarde se lanzó a dirigir personalmente Lulu on the Bridge (1998; ver servicio 168/98).
Esta furia fílmica le ha consumido la segunda mitad de los noventa, y ha dejado a sus seguidores en una especie de síndrome de abstinencia, más cuando Mr. Vértigo resultó ser una novela desigual y menos redonda que las anteriores. El cine difundió su rostro por todo el mundo, popularidad a la que sin duda contribuyó el tratarse de un personaje afable, de buena presencia, educado, simpático y jovial.
Además de los guiones de las tres películas, interesantes de leer, sobre todo el de Smoke, sus adictos han tenido que conformarse estos años con trabajos no menores, pues no es fácil disimular el talento, pero sí sin la fuerza de sus grandes novelas. A salto de mata (1998) recoge sus memorias hasta el éxito, es decir, hasta El palacio de la luna y los trabajos que hemos llamado «preliminares»; Experimentos con la verdad (2001) es la reedición de Anagrama de los ensayos contenidos en El arte del hambre más algunas adiciones; La historia de mi máquina de escribir (2001) es una pequeño relato-homenaje a su instrumento de trabajo; Creía que mi padre era Dios (2002; ver servicio 137/02) recopila 179 relatos breves que Auster seleccionó entre los que le llegaban para un programa de radio, herederos de la estética y visión moral de nuestro escritor.
Sólo una novela en todo este tiempo, Tombuctú (1999; ver servicio 11/00), emotiva y no carente de interés pero insuficiente para la altura de las expectativas. En 1996 se publicó en España Dossier Paul Auster, edición ampliada de un especial que dedicó al autor el Magazine Littéraire francés: cronologías, entrevistas, pequeña biografía, relación de libros del autor y sobre el autor, etc. Un documento en castellano imprescindible para conocer a fondo al escritor.
Javier Cercas RuedaEl libro de las ilusiones