Un escritor-enciclopedia, a la sombra de Goethe
Una confluencia inusual de éxito, talento, capacidad de trabajo y posición social, convirtieron a Thomas Mann (1875-1955) ya en vida en todo un clásico de las letras europeas. Frío, intelectual, y poseedor de un estilo perfecto, acumula un premio Nobel, 17 doctorados «honoris causa» y, sobre todo, innumerables ediciones y reediciones de sus obras en todas las lenguas. Su presencia cultural no ha disminuido cuando se cumplen, ahora, cincuenta años de su muerte.
Su vida y obra ofrecen tres claros periodos de unos veinticinco años cada uno, que corresponden al último cuarto del s. XIX y a los dos primeros del XX. Los dos ejes son la publicación de «Los Buddenbrook» (1901) y la concesión del premio Nobel (1929).
Desde el principio, el éxito
Mann nace en Lübeck en 1875, miembro de una familia de la alta burguesía comercial. Antes de él vino Heinrich, también escritor, y le seguirán Lula, Carla y Viktor. Tras una infancia mimada y feliz, emprende tímidamente algunos estudios universitarios, pero dedica sus mejores esfuerzos a su formación intelectual y literaria; lee y atesora experiencias: Schopenhauer, Nietzsche, Schiller, estancias en Italia, presencia en cenáculos literarios y culturales, vela de armas en el periodismo.
Con diecinueve años se traslada a Munich -donde vivirá casi cuarenta- y escribe su primer relato: «La caída». De 1898 es su primer libro, los siete relatos que componían «El pequeño señor Friedermann». Mann guardará especial cariño siempre a su relato primerizo «Tonio Kröger». Cultiva su afición al teatro y de su práctica conservará para siempre una elogiada facilidad para las lecturas públicas.
En 1897, durante su estancia en Roma, comienza a escribir la que será su primera gran novela, «Los Buddenbrook», la saga de tres generaciones de una familia de comerciantes de su ciudad natal. A pesar de engrosar dos volúmenes y de su alto precio se vende muy bien y se ve convertido precozmente a los 26 años en un escritor de éxito.
La carrera hasta Estocolmo
Todavía en 1929 el Nobel de literatura distinguía a una obra en especial dentro de la trayectoria de un autor. En el caso de Mann no fue la celebrada «La montaña mágica», publicada seis años antes, sino «Los Buddenbrook». El propio autor siempre intuyó, y así lo dejó escrito en su «Relato de una vida», que su consagración vino antes de manos de «La muerte en Venecia» (1912), su otra gran creación literaria del periodo.
Su vida personal en esta época viene determinada por su matrimonio con Katia, nacida en Pringsheim. De padres judíos convertidos al protestantismo, experta wagneriana, con tanto o más dinero que los Mann y de similares inquietudes intelectuales, aporta al escritor estabilidad emocional, una aún mayor seguridad económica y todas las facilidades para que se consagre sin distracción a su obra. Se casan en 1905 y en 14 años vienen los seis hijos: Erika, Klaus, Golo, Monika, Lisa y Michael.
Exilio
El último tercio de su vida lo pasa casi por completo fuera de su país. En 1933 Hitler ganas las elecciones y Mann se traslada a Suiza. Tres años más tarde rompe pública y definitivamente con el III Reich y obtiene la nacionalidad checa. En 1938 se traslada a Princeton y en 1941 a California. Catorce años en total vivirá en Estados Unidos, país que le otorgará su nacionalidad en 1944, cuando el escritor tiene 69 años. Dos años después de concluir la II Guerra Mundial vuelve a Europa y vive en Zurich los últimos cuatro de su vida. Allí muere el 12 de agosto de 1955.
Hemos destacado dos títulos narrativos en cada etapa descrita y ahora podemos hacer lo mismo con la tercera: la tetralogía «José y sus hermanos» (1933-1943) y «Doktor Faustus» (1947).
Mann y la política
Si Mann era una voz protagonista en la vida política, intelectual y literaria de su país, su familia, aunque en un grado menos, no le iba a la zaga. Su hermano Heinrich («El ángel azul», «El súbdito», «La juventud de Enrique IV», «La madurez de Enrique IV») no pasa hoy de escritor discreto, tan prolífico como descuidado y, casi en general, carente de interés. Sin embargo, llegó a ser una personalidad, y a eso contribuyó no poco la larga polémica por cuestión política que sostuvo con Thomas. Heinrich se separó de la actitud militarista de Alemania en la I Guerra Mundial, según él injustificable; criticó duramente que su hermano no lo hiciera así, y un célebre artículo suyo de 1915 marca la ruptura entre ellos. La reconciliación no se producirá hasta 1922: Thomas ha pasado del nacionalismo a la democracia. Por otro lado, siempre detestó -en privado- los libros de su hermano: eso no cambió.
Vivió dos guerras mundiales que tuvieron como centro a su país y evolucionó en sus posturas desde conservador nacionalista (con tintes hoy escandalosos de militarismo y antisemitismo) hasta defensor de la democracia, primero con tibieza y más tarde con una beligerancia que casi termina en socialismo. Grandes conocedores de su obra piensan que en realidad la política no le interesó realmente nunca; en cambio sí, y mucho, la realidad social de su país y, siempre y sobre todo lo demás, el arte. Aun así asumió su responsabilidad de intelectual y prestó su voz de mil maneras a la causa de la libertad. Más importante para él es lo alemán, la defensa del espíritu nacional, y esto está presente desde sus primeros relatos hasta el «Doktor Faustus». Sus escritos políticos suponen la mitad de su obra de no ficción.
Para conocer su obra
Mann fue un trabajador incansable desde su juventud. En sus «Diarios» aparece un número tal de actividades (viajes, conferencias, tés y cenas con invitados, conciertos, paseos, visitas, la atención de seis hijos, abundantísima correspondencia, etc.), que dejan pocas horas para la escritura de creación. Él insistía, además, en que debía sudar cada párrafo.
Pues bien, a pesar de todo, nos dejó cuatro novelas-río que rondan las mil páginas cada una («Los Buddenbrook», «La montaña mágica», «José y sus hermanos» y «Doktor Faustus»), cuatro novelas de tamaño normal («Alteza real», «Carlota en Weimar», «El elegido» y «Confesiones del estafador Félix Krull»), cinco novelas cortas («La muerte en Venecia», «Señor y perro», «Mario y el mago», «Las cabezas trocadas» y «La engañada»), unos 30 relatos (entre los que destacan los títulos de «Tonio Kröger» y «Tristan») y una obra de teatro («Fiorenza»). A esto hay que añadir su producción en materias de pensamiento: incontables artículos, conferencias, ensayos, discursos, alocuciones radiofónicas y mensajes; todo sobre asunto biográfico, literario o político-social. De sus «Diarios»sólo se han publicado en España dos volúmenes (1918-1921.1933-36 y 1937-1939). De su «Correspondencia «sólo se han traducido al español las cartas que intercambió con su gran amigo Herman Hesse.
Casi toda su obra narrativa larga está publicada en España por Edhasa, con reediciones recientes de las novelas más importantes; los relatos se pueden encontrar completos en Caralt (en bibliotecas) y un selección reciente en Alba. Sus ensayos, también en antología, en Alba. La «Correspondencia» citada la publicó Anaya en 1992 y los dos tomos de «Diarios» pertenecen al catálogo de Plaza & Janés. Alianza ha publicado el «Relato de mi vida» y algunos de sus más conocidos ensayos literarios. Tusquets editó hace unos años un delicioso ensayo de Marcel Reich-Ranicki, «Mann y los suyos», donde repasa con rigor, desparpajo y amenidad todas las cosas positivas y negativas de quienes son para él la familia alemana más interesante e influyente y el escritor más importante en lengua alemana del s. XX. Hay multitud de estudios y biografías de Thomas Mann. Por citar una reciente y bien documentada, la de Hermann Kurzke («Thomas Mann. La vida como obra de arte», Galaxia Gutenberg, 2003, 763 págs).
Kröger y la vocación artística
«Tonio Kröger» es la imagen del artista sufriente a quien pesan por igual su propia existencia y el mundo exterior. Siente todo más profunda e intensamente que los demás, dispone del poder más sublime de la tierra, el de la palabra y el espíritu, que le hace refinado, selecto, exquisito, fino, irritable contra todo lo banal, sumamente sensible en cuestiones de delicadeza y gusto.
A cambio de representar lo humano debe renunciar a tener parte en ello y se pregunta: «¿Puede afirmarse sin restricciones que el artista es un hombre?». Más adelante: «Ojalá pudiera vivir y amar las cosas en su dichosa vulgaridad sin la maldición del entendimiento y el tormento de la creación artística». Es el drama de la soledad y la extravagancia. Sin duda lo fue en buena parte en el caso de Mann y en los de otros escritores (no es de extrañar que este relato entusiasmara a un sufridor vocacional como Kafka).
«Los Buddenbrook»
La decadencia de una familia y la de su empresa a lo largo de varias generaciones. El talento artístico de los últimos vástagos va sustituyendo la energía de los fundadores de la casa. Es la novela de Mann más pegada al realismo, y por eso la más viva y quizás la de mayor éxito popular. Un retrato de ambiente de implacable agudeza y, a la vez, un magistral estudio psicológico de caracteres. La energía de Johann deja paso a la melancolía de Jean, de ahí al perfeccionismo voluntarioso del Thomas, hombre lleno de ambición que sólo podrá transmitir a su heredero Hanno, la cuarta generación, un carácter sensible y enfermizo, más dotado para el arte que para la acción.
El estilo es el mismo, elaborado y elegante, de otras novelas pero hay una carga de ideas más llevadera; pasiones y personajes cercanos con los que identificarse y menos tono ensayístico. Para Faulkner, lector poco dado a los excesos en sus comentarios, se trata de la mejor novela del siglo XX.
Una pequeña obra maestra
«La muerte en Venecia» narra el sombrío final de un escritor maduro, austero y admirado, pendiente sólo de su trabajo intelectual. En medio de un viaje, la visión del niño polaco Tadzio rompe en pocos días el orden racional y ético que le sustentaba. Nunca llega a rozarse con él ni intercambian palabra, pero descubre que en su vida hay más cosas que aquellas que admiran los demás. Razón, orden y virtud contra instintos.
Tras la publicación de los «Diarios» de Mann no quedaron dudas sobre el origen de la inspiración para escribir este relato. En ellos Thomas explica cómo sufrió toda su vida por las pasiones homoeróticas que provocaban en él los jóvenes, impulsos que mantuvo siempre en una plano platónico.
«La montaña mágica»
Hans Castorp es un joven que acude a visitar a su primo en un sanatorio suizo, en Davos. La proyectada estancia de tres semanas se va ampliando hasta prolongarse a siete años. Algunos de los personajes que conoce van ampliando sus inquietudes intelectuales y formando su personalidad: el italiano Settembrini, directo y provocador, el jesuita Naptha, madame Chauchat, de la que se enamora. El tiempo tiene otra dimensión allá arriba y la sucesión de comidas, paseos, curas, conversaciones y reflexiones van otorgando un valor desconocido a todas las cosas de abajo a ojos del moldeable Castorp, pletórico por primera vez en su vida de impulso moral. El estilo es copioso y detallista hasta la minucia, extensas las descripciones y llenas de profundidad y contenido las larguísimas conversaciones Castorp-Settembrini-Naptha. Humanismo, civilización y democracia frente a religión, totalitarismo y comunismo.
Sería interminable enumerar los asuntos tratados en esta novela, cuya propia narratividad no tiene que ver directamente más que con un alguno de ellos, como el tiempo, la muerte o las relaciones interpersonales. Enfermedad, dolor, botánica, honor; Naphta, un oponente a la altura del republicanismo ateo y masón del hábil Settembrini, introduce la metafísica, la historia, la economía, la teoría del conocimiento; más: espiritismo, antisemitismo, guerra. Dos fuerzas se disputan el mundo, razón, ciencia y derecho contra fuerza y superstición; libertad contra tiranía, movimiento y progreso contra conservación. Es lo que se debate a lo largo de todas las conversaciones, en las que se analizan las consecuencias de esta lucha en los campos del amor, de la política o del arte; todo con la brillantez que se espera de personajes tan preparados como su propio creador y que ya están libres de las preocupaciones de los de abajo, distancia que afina su lucidez sin mermar su entusiasmo (teórico) por cada cuestión.
Es una novela de dimensiones que pueden espantar a cualquiera, sobre todo cuando el rigor y la altura intelectual de su denso contenido no ofrece prácticamente respiro. Apenas una declaración de amor, un suicidio y un duelo es poca novela para mil páginas. Encontramos a un Thomas Mann exuberante, sobrado de personajes y de temas, gigantesco como la montaña donde los sitúa, que nos dice que estamos ante una «novela educativa», que nada tiene que ver -y así es- con una novela en el sentido habitual de la palabra.
Edhasa celebra el aniversario del autor con una nueva versión: nueva traducción que aporta modernidad al lenguaje y que recupera fragmentos y páginas eliminadas en la de 1934.
«Doktor Faustus»
Adrian Leverkhün (1885-1941) es el producto de su fantasía más amado por Mann. Serenus Zeitblom cuenta la vida del compositor, por quien siente una devoción exaltada e inquebrantable. Adrian se revela desde joven como una persona de gran talento musical, muy inclinado al orden y la matemática, a la vez que altivo con los demás e indiferente casi por todo.
Los méritos naturales no son propios, son dones de Dios y el diablo trata de hacernos olvidar esto; si no somos humildes, la complacencia con uno mismo se convierte en ingratitud hacia el dispensador de los bienes. Adrian es advertido pero no hace caso y entabla negocios con Satanás, quien agudiza su talento pero a un alto precio.
El demonio y su relación con el genio (con el loco, con el artista, con el criminal), la lucha bien-mal, la tentación, el talento, la libertad; lo alemán, la afirmación del carácter nacional, los judíos, la religión, la moral (en sentido de espíritu más que de ética): son los ingredientes de la novela más intelectual de un escritor de novelas de ideas, aunque consigue captar más en el plano novelesco que «La montaña mágica». «La montaña mágica» es una novela sumamente interesante y digna de estudio, pero dudo que deba juzgársela en términos de gustar. «Doktor Faustus» tiene en ese sentido más fuerza. El misterio de la vida de Leverkhün es conocido desde la mitad del texto, pero el personaje consigue cautivar, interesa averiguar en qué desemboca su naturaleza enigmática, la atmósfera de extrañeza y soledad que le hace tan atractivo como inaccesible para los demás.
Temas, tono y estilo
La escritura de Mann roza la perfección e incluso vertida al castellano conserva una elegancia magnífica que corroboran los que pueden leerle en alemán. Mann es un escritor de ideas, más que de personajes e historias, y su prosa, que ha absorbido esta cualidad de contenido, deslumbra más que emociona. Como en todo estilista, sus frases desprenden virtuosismo y tienen, con independencia de la naturaleza del escrito, un aire inconfundible de obra de arte.
El tono de su modo de contar tiende a ser expositivo. El escritor ve mucho y profundiza y necesita páginas y largas frases para matizar detalles. No es ciertamente un escritor divertido. A veces se vale de la ironía, pero este recurso tiene una carga de intención y una obligación de inteligencia que le impide buscar la risa libremente y sin más. Es un modo de comunicación antes que una amabilidad en busca de emociones inmediatas.
Mann concibe la composición narrativa en prosa como un tejido de temas espirituales. En todas sus narraciones subyace un mundo especulativo protagonista que puede dar vueltas a los problemas de la creación artística, o a la fascinación por la belleza, o a las relaciones entre enfermedad y espíritu, por señalar algunos temas recurrentes.
La cuestión religiosa está prácticamente ausente en su obra y esto sorprende en un escritor de su formación y talento. Seguramente aquí pesa la influencia de sus maestros: un pesimismo heredado de Schopenhauer, un amor por la muerte y un deseo de destrucción de la severidad moral que suenan bastante a Nietzsche, y una confianza grande en las posibilidades de saber en el hombre donde adivinamos a Goethe.
Mann postuló desde sus primeros trabajos la responsabilidad crítica, moral y didáctica de la literatura y a este propósito se atuvo. El denominado por algunos «príncipe de los escritores burgueses», un monstruoso hombre-enciclopedia lleno de ideas y con un maravilloso uso de la lengua, será seguramente siempre más admirado que querido, pero debe ser leído porque ha revelado cosas interesantes. Destacaría al menos tres títulos: «Los Buddenbrook», «La muerte en Venecia» y, a pesar de su dificultad, «La montaña mágica». Los que sigan interesados después encontrarán abundantes pistas sobre otros libros a lo largo de este artículo.
Javier Cercas Rueda