Google y otros buscadores quieren digitalizar millones de libros. Los que son de dominio público no tienen ningún inconveniente legal. Pero hay también otros con los derechos de propiedad intelectual vigentes, de ahí que los autores y editores hayan iniciado procesos legales en Estados Unidos. Todo depende del rigor con que se interpreten las leyes, y ni siquiera a las editoriales les interesa que sea excesivo. Junto con esto, nuevas formas de acceder y comprar libros beneficiarán muy pronto al público internauta.
El proceso de digitalización de libros lleva años en marcha a través de cientos de iniciativas en todo el mundo. Las más conocidas son Project Gutenberg, que ya tiene más de 17.000 libros «on line», la mayoría en inglés; la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, con 8.000 títulos en español; y Gallica, con 1.250 en francés. En casi todos los casos, estos proyectos persiguen la difusión de la cultura; se sostienen con fondos privados o con el trabajo de voluntarios (como el Project Gutenberg); y se limitan a libros de dominio público o con permiso de distribución del titular del «copyright».
Acuerdos con bibliotecas
Estas iniciativas han ido creciendo pacíficamente y con gran aceptación por parte de los usuarios. Por ejemplo, en Project Gutenberg se realizan casi dos millones de descargas de libros cada mes. Sin embargo, la digitalización de libros está en la picota desde que los grandes buscadores han entrado en escena. Google ha pujado fuerte -quiere digitalizar casi todos los libros de cinco grandes bibliotecas- y está soportando en solitario las demandas de autores y editores. Estos consideran que el programa viola los derechos de propiedad intelectual porque digitalizar un libro sin permiso es una reproducción ilegal. Google dice que respeta la ley. Mientras tanto, «Búsqueda de libros» de Google (books.google.com) ya está en marcha.
Para los buscadores como Google, Yahoo! o MSN, digitalizar los libros es especialmente importante porque representa la siguiente fase crítica de la industria («The Economist», 12-11-2005). Por ejemplo, aunque los buscadores cada vez ofrecen mejores resultados, casi la mitad de los intentos no dan exactamente los resultados que buscan los usuarios, según algunos estudios de Microsoft. Danielle Tiedt, jefe de contenidos de MSN, dice que «hay que poner «online» el contenido «offline». El contenido «offline» es aquel en el que la gente confía y adonde va en busca de respuestas. Los libros son solo el primer paso».
La iniciativa más ambiciosa es la de Google. Por un lado, ha llegado a acuerdos con cuatro grandes bibliotecas de universidades -Michigan, Harvard, Stanford y Oxford- y con la Biblioteca Pública de Nueva York para digitalizar parte o todos sus fondos. Y, por otro, tiene relaciones con las propias editoriales, a través del «Programa de Afiliación», para digitalizar los títulos que le envíen. La alianza con las bibliotecas es la que ha despertado el recelo de los editores.
El temor de la editoriales
Nigel Newton, director de Bloomsbury (editorial de la saga de «Harry Potter»), afirma que si las editoriales permiten digitalizar sus libros terminarán perdiendo el control, especialmente de los de literatura, que cada vez se venden y consumen más en formato digital. «El trabajo de las editoriales es publicar y esto incluye el formato electrónico», dice.
En octubre, cinco editoriales -McGraw Hill, Pearson Education, Penguin Group, Simon & Schuster y John Willey & Sons- demandaron a Google porque afirman que el acuerdo con las bibliotecas viola las leyes de propiedad intelectual por el simple hecho de digitalizar los textos. El Authors Guild, que representa a miles de escritores, también ha presentado una demanda. Los intereses de unos y otros son diferentes: las editoriales quieren que se defina cuándo es necesario el permiso de la propiedad de los derechos para digitalizar un libro; los autores, en cambio, quieren saber si se han violado sus derechos para reclamar indemnizaciones («International Herald Tribune», 20-10-2005).
Google sostiene que el programa está protegido por la doctrina del «uso legítimo» («fair use») de las leyes estadounidenses de propiedad intelectual y que no es necesario el permiso de los propietarios del «copyright», ya que «Búsqueda de libros» solo muestra una pequeña proporción del texto. Así, si se trata de libros de dominio público, se puede ver la página completa y consultar todo el libro; si son libros enviados por un editor afiliado, se puede ver una página completa y algunas páginas que la preceden o la siguen; y si son libros de biblioteca protegidos por derechos de autor, solo se mostrará información bibliográfica y algunas frases del texto que aparecen junto al término de la búsqueda.
Encontrar libros
Google insiste en que el objetivo del programa es encontrar libros, no leerlos de principio a fin. «Es como estar en una librería y hojear los distintos títulos», explican. Además, el usuario encuentra información adicional sobre el libro, como en qué biblioteca encontrarlo, qué librerías lo venden o dónde conseguir una copia de segunda mano, algo muy útil en el caso de los libros descatalogados, que son entre el 60% y el 80% del total. En este caso no suenan exageradas la palabras de Jim Gerber, director de contenidos de Google: «Si algo no está «on line», no existe».
No obstante, Google no es el único implicado. Yahoo! lidera el proyecto Open Content Alliance, en el que también participan Microsoft, Internet Archive, las Universidades de California y Toronto, European Archive y el National Archive británico. El objetivo es digitalizar 100.000 libros, pero a diferencia de Google, se han limitado a los títulos de dominio público de la Biblioteca Británica. Una vez digitalizados, estarán accesibles en el motor de búsqueda en la web del grupo (opencontentalliance.org). Pero en cuanto Yahoo! los indexe, los libros estarán accesibles para cualquier buscador, también MSN o Google («International Herald Tribune», 4-10-2005).
Beneficio para todos
Pero, ¿dónde está el negocio? Digitalizar un libro cuesta menos de 10 centavos por página. Si es muy extenso o requiere especial esfuerzo, puede costar 100 dólares como mucho. Los libros recientes, en cambio, ya están en archivos digitales. El negocio para recuperar la inversión aún está en pañales pero podría incluir publicidad al final de cada página, «pay per view», «pay per page» o suscripciones.
El caso de Google es claro en este sentido. «Búsqueda de libros» se podrá integrar en el futuro con AdWords, un sistema por el que los anunciantes pagan para que sus anuncios aparezcan cuando el usuario introduce determinada cadena de búsqueda, por ejemplo, «accesorios automóvil». Google Analytics -un sistema de estadísticas on line- se encargará de describir cuántos usuarios han pinchado el anuncio asociado con «accesorios automóvil» y compararlo con los que lo han hecho pero buscaban «tiendas hardware». Pero además, este sistema permitirá analizar también qué eficacia tienen sus campañas publicitarias fuera de Google, por ejemplo, a través de correos electrónicos, anuncios en páginas web e incluso en otras compañías, como Yahoo! o MSN («International Herald Tribune», 15-11-2005).
Otra posibilidad, indirectamente relacionada, es el alquiler de libros. «The Wall Street Journal» (14-11-2005) ha informado de conversaciones entre Google y una editorial, de la que no revela el nombre, para alquilar novedades «on line», durante una semana. El precio del alquiler estaría en torno al 10% del precio del libro en la calle y permitiría leerlo en la pantalla pero no descargarlo ni imprimirlo. Los editores consultados por el diario piensan que ese precio es excesivamente bajo y que puede canibalizar la venta de libros en papel; además, desearían que hubiera más opciones aparte de Google. Google no ha confirmado la noticia pero su portavoz expresó que «sí estamos explorando nuevos modelos de acceso para ayudar a autores y editores a vender más libros «on line» aunque aún no hay nada que anunciar».
Comprar por páginas
También la librería virtual Amazon ha llegado a acuerdos con las editoriales para ofrecer páginas «on line». Este acceso comprende dos sistemas: «Search inside», para hacer búsquedas en el texto del libro y «Look inside», para hojearlo como si estuviéramos en una librería. Estas modalidades benefician directamente a las editoriales, pues hay más gente que conoce el contenido del libro y puede decidirse a comprarlo.
Sin embargo, Amazon ha anunciado dos nuevas fórmulas de acceso para el próximo año, bajo el título de «Amazon Pages». A través de la primera, los usuarios podrán comprar una página, una sección o el capítulo de un libro para leerlo «on line» por unos céntimos. Esto permitirá, por ejemplo, comprar las páginas de la receta que uno busca y no el libro de cocina completo. La segunda fórmula permite al comprador de un libro acceder también al contenido «on line», por un precio adicional. Ambas fórmulas respetan el «copyright».
La editorial Random House también ha tomado este camino y ha llegado a acuerdos para vender sus contenidos a través de terceros (buscadores o librerías), aunque las páginas a las que se acceda con el sistema «pay per page» no se podrán guardar, imprimir ni copiar.
No hay dudas de que tanto el alquiler como el «pay per page» son nuevas formas de acceso y negocio. En este sentido, la explicación de Google parece razonable: «Las ventas de sus libros serían mucho más elevadas si más personas conocieran su existencia». Según Nielsen Bookscan, una organización que mide las ventas en las mayores librerías estadounidenses, solo un 2% de los títulos vendidos en 2004 (1,2 millones) tuvieron ventas superiores a los 5.000 ejemplares. Tim O’Reilly, autor y editor de libros de informática, piensa que la iniciativa de los buscadores solo puede multiplicar las ventas pues ayudará al público a descubrir títulos de su interés («International Herald Tribune», 29-09-2005).
De momento, no deja de ser un «posible» negocio. Las editoriales andan con pies de plomo porque quieren estar seguras de que ganarán dinero. El mercado editorial es uno de los más consolidados. Sin embargo, el mercado estadounidense solo ha crecido un 1,8% anual entre 1999 y 2004. El tiempo que la gente dedica a leer sigue bajando, en beneficio de la televisión, Internet y los videojuegos. Además, siguen creciendo las ventas de libros usados, en las que los autores y editoriales no ganan nada. En Estados Unidos, las ventas de ejemplares usados, que representaron el 1% de las ventas de libros en 2002, en 2004 llegaron al 1,2%, según Pricewaterhouse Coopers.
La «ofensiva» de los buscadores no llega en el mejor momento, de ahí la cautela de los editores. Pero quizás se beneficien de una operación que hasta hace poco sonaba a irrealizable -toda la sabiduría en Internet- y en la que no se han gastado más que un par de demandas.
Excesos del «copyright»
Como las patentes, los derechos de propiedad intelectual están pensados para estimular la creatividad, concediendo monopolios temporales a los creadores. La tecnología digital, al hacer posibles las copias perfectas y la difusión universal, ha cambiado el panorama. Dos libros publicados el año pasado examinan el futuro del «copyright» en la era de Internet.
En el primero, «Free Culture» (Penguin, 2004), Lawrence Lessig sostiene que las grandes empresas de comunicación se están sirviendo de las leyes y de la tecnología para fortalecer su dominio sobre los contenidos, en perjuicio de la sociedad. En el segundo, «Promises to Keep» (Stanford University Press, 2004), William Fisher describe los problemas y las oportunidades de la industria del entretenimiento en la era digital.
Para Lessig, la cultura occidental ha progresado gracias al equilibrio entre el dominio público y la propiedad. Ahora el problema es que el monopolio temporal del «copyright» se ha reforzado en exceso. A finales del siglo XVIII, en Gran Bretaña los derechos de propiedad intelectual duraban 14 años después de la muerte del autor; hoy, en EE.UU. y Europa se han extendido hasta 70 años. Según la Digital Millenium Copyright Act (EE.UU.), es delito el intento de burlar cualquier sistema anti-copia. Con estas protecciones exageradas, dice Lessig, se está legislando sobre cuestiones en que la tecnología está en transición, y en un ámbito en el que no sabemos exactamente qué oportunidades puede crear y qué beneficios sociales puede traer.
«Promises to Keep» es una mirada crítica a las repercusiones de Internet en la industria del entretenimiento. El análisis de Fisher, más desapasionado que el de Lessig, presenta tres escenarios posibles, según el modo en que se regule el «copyright».
El primer escenario es un mundo en el que los miedos de Lessig se hacen realidad. La rigidez excesiva de la ley desincentivaría la investigación. En el segundo escenario, la industria de la comunicación tendría un tratamiento parecido al de los monopolios naturales (como la telefonía en otros tiempos): sería un sector regulado, obligado por ley a suministrar sus contenidos a distribuidores y consumidores a precios fijados por la administración pública.
En el tercero -el preferido de Fisher y bastantes economistas-, la información tendría una consideración semejante a los bienes públicos, como las carreteras. Cuando todos los medios de comunicación fluyan por una red digital, será posible conocer qué productos se usan y en qué medida. Estos datos permitirían pagar a los creadores un canon en función de sus aportaciones al flujo. Según los cálculos de Fisher, en EE.UU. eso supondría un gasto de unos 6 dólares mensuales por hogar. Fisher propone pagar los cánones con impuestos. Otros dudan de que el público aceptara un nuevo impuesto y consideran mejor cobrar una tasa a los usuarios, incluida, por ejemplo, en la suscripción a Internet o a la televisión por cable.