El afán justiciero ha encontrado un aliado en las redes sociales, las cuales permiten avergonzar públicamente a los autores de comentarios desafortunados. Pero la “justicia popular” puede tener consecuencias desproporcionadas e injustas. Así lo denuncia en The New York Times el periodista Jon Ronson, quien ha seguido el rastro a varias víctimas de acoso en Twitter.
Cuando la red del pájaro comenzó a rodar, Ronson vio en ella una herramienta eficaz para denunciar a quienes aprovechaban sus columnas periodísticas para hacer comentarios hirientes o de mal gusto. Twitter permitía a cualquiera criticar rápidamente las salidas de tono. “Las jerarquías se tambaleaban; la justicia se democratizaba”, escribe.
Pero a medida que Twitter se fue volviendo popular, las campañas de denuncia siguieron otros derroteros: “Ya no iban dirigidas solo a las instituciones poderosas ni a los personajes públicos, sino a cualquiera que hubiera hecho algo considerado ofensivo por otros”. Por entonces también reparó en la desproporción que había entre la falta cometida (la opinión reprochable) y la “alegre ferocidad” con que se castigaba a sus autores a través de campañas de linchamiento.
Bajo la furia colectiva
A lo largo de los dos últimos años Ronson ha investigado qué ha sido de algunas de esas personas que han sufrido campañas de este tipo. Está el caso de Justine Sacco, que llegó a ser trending topic mundial por un comentario considerado racista, aunque ella dice que solo quería criticar la privilegiada vida de los occidentales: “Me voy a África. Espero no coger el sida. Es una broma. ¡Soy blanca!”.
Sacco, exdirectora de comunicación corporativa de InterActiveCorp, envió este tuit justo antes de viajar en avión desde Nueva York a Sudáfrica. Su teléfono móvil estuvo apagado durante las 11 horas que duró el trayecto, precisamente cuando se desató la furia colectiva. Al aterrizar en su destino, un tuitero fotografió a la infractora alimentando todavía más la espiral de insultos. Además, el desafortunado comentario le costó el despido.
Notoriedad de doble filo
Otro caso es el de un hombre de California, casado y padre de tres hijos. Asistía a una conferencia para expertos en tecnología. En un momento dado, hizo una broma machista a su compañero de al lado. Le oyó una mujer que tenía delante, se dio la vuelta y le sacó una foto. Después, envió la foto del hombre y el chiste a sus 9.209 seguidores en Twitter. Dos días después, el hombre fue despedido.
Pero en este caso el espíritu justiciero de las masas también se volvió en contra de la mujer, quien tuvo que mudarse de casa tras recibir amenazas de muerte a través de Twitter y Facebook. La campaña de acoso y derribo contra esta mujer incluyó un ataque informático a su empresa, que no cesó hasta que la despidieron.
“Las redes sociales –concluye Ronson– están perfectamente diseñadas para manipular nuestro deseo de aprobación, que es lo que llevó a Sacco a su perdición. Sus torturadores fueron felicitados inmediatamente [por otros usuarios de Twitter], a medida que iban hundiéndola poco a poco. Su motivación era la misma que la de Sacco (…), el deseo de entretener a extraños a los que no veía”.