Antonio Sánchez-Escalonilla es doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, dirige el Máster en Guion Cinematográfico y series de TV en la Universidad Rey Juan Carlos, y autor de uno de los manuales más estudiados por los futuros guionistas en España (Estrategias de guion cinematográfico: El proceso de creación de una historia), pero además es autor de libros de literatura infantil y juvenil, como Ana y la Sibila, El príncipe de Tarsis y La palabra impronunciable. Su último libro, Paty Centella y el enigma de la roca lunar, es el primero de una trilogía que aúna amistad, aventuras y fantasía con una protagonista magnética.
Sánchez- Escalonilla conversa con Aceprensa sobre su nuevo libro, sobre los protagonistas de las series y películas de adolescentes, sobre la capacidad de los niños para entender tramas complejas y sobre la necesidad que tenemos de contar con héroes.
— En Paty Centella, el enigma de la roca lunar, tu protagonista está enferma. Es curioso construir una heroína desde una vulnerabilidad tan grande…
— Yo creo que los héroes son atractivos porque son vulnerables. Si los héroes son semidioses, como Perseo o Hércules, no son modelos humanos, porque lo que nos atrae de los héroes son sus puntos débiles y, sobre todo, cómo los vencen.
En su libro, Un antropólogo en Marte, el psiquiatra Oliver Sacks dedica a un paciente un capítulo en el que explica que su misión consiste, no en curar la enfermedad, sino en que el paciente aprenda a vivir con ella y a convertirla en una oportunidad.
Es lo que pensaba con Paty. Pero, además, hay otras claves en la protagonista. Fui a un colegio hace un par de semanas a dar una sesión sobre cómo escribir un relato de aventuras fantásticas y había una niña que se estaba leyendo el libro por tercera vez.
Me dijo que le gustaba Paty, no por su capacidad de crear mundos mágicos, sino porque cuidaba de sus hermanos. Y me dijo que le gustaría que Paty se cure de su enfermedad. Esta niña había ido a la raíz del personaje; es una lectura de adulto.
Se debe cultivar el desarrollo intelectual de los niños y fomentar la capacidad del asombro, esencial para la felicidad
— En ciertos libros y películas infantiles las tramas son muy básicas, muy simplificadas. ¿Les estamos aguando el arte a los niños?
No se puede infravalorar a los niños ni como lectores, ni como espectadores, ni como creativos. En clase tienes el espectro de los lectores que leen compulsivamente y a chavales que son incapaces de sentarse porque tienen otro ritmo vital, o porque asocian la lectura con algo más aburrido. Pero siempre hay un potencial que se puede moldear.
Se debe cultivar el desarrollo intelectual de los pequeños que están en la etapa de la exploración. Nuestra vida es una exploración continua que nos permite mantener viva la capacidad de asombro, tan necesaria para la felicidad humana. En el momento en el que te acostumbras a las cosas, ya no las valoras tanto y te puedes encontrar con los fracasos, el desencanto y la infelicidad, pero es precisamente un acostumbramiento.
La literatura, las artes y las historias nos ayudan a mantener viva la capacidad de asombro. Y los niños entienden las tramas complejas, e incluso con las guías de un adulto pueden llegar a crearlas.
Por ejemplo, Barry escribe Peter Pan y crea todo el mundo de Nunca Jamás gracias a su trato con los hermanos Llewelyn Davies en los jardines de Kensington. Él tomaba nota de las cosas que les decían los niños y de cómo lo imaginaban, y utilizaba ese material. O, por ejemplo, Neil Gaiman, el autor de Coraline, escribe la novela con la ayuda de su hija de 9 años.
Yo recuerdo a un niño de 10 años que había visto Matar a un ruiseñor, que es una historia durísima. Y él no sabía nada, ni de los años 30, ni de la Gran Depresión en el sur profundo americano, ni de lo que suponía la segregación racial tan brutal que hay en esa película. Pero él veía a un padre viudo y a sus dos hijos, y como ese abogado es un héroe, sobre todo porque es padre antes que abogado, esas eran cosas que el niño disfrutaba de la película, sabiendo que había un fondo trágico que no llegaba a pillar.
— Sin embargo, con los adolescentes pasa justo lo contrario. Las series y los libros dirigidos al público juvenil están plagados de adolescentes ficticios, con una vida de excesos, irreal…
— La adolescencia es la edad de la transgresión. Cuando hablo con mis estudiantes sobre la construcción de personajes adolescentes, les digo que partan del cliché…, pero que no se queden en el cliché.
Con un adolescente siempre vas a hablar de la transgresión, siempre vas a hablar del enfrentamiento generacional con los padres. Pero eso sucede porque el adolescente quiere salir al mundo y eso es ley de vida, así que tampoco se puede llevar al extremo esa situación, porque la adolescencia también es la época de las promesas, la época del talento, la de la esperanza, de plantearte tus proyectos.
Por eso muchos relatos de aventuras tienen protagonistas preadolescentes, porque la aventura es una iniciación a la vida a través de la exploración. Todos los relatos de adolescentes que salgan de esa dinámica destructiva y presenten de una manera atractiva la posibilidad, los proyectos y el servir a los demás, son positivos. Si esas historias se recogen en el cine y en la literatura, se les estará ofreciendo a los adolescentes algo más que la cultura del placer.
— El público joven puede encontrarse con películas o libros que transmiten un mensaje inmoral, pero con un ropaje estético –literario o visual– valioso
— Hay una frase clásica que es Nulla aesthetica sine ethica. Es decir, no se puede disociar la ética de la estética. Por mucho que algo sea muy atractivo visualmente, si los personajes de ese relato presentan un mundo corrupto, no es valioso.
En Los juegos del hambre se nos muestra una polaridad entre el Distrito 12 y el mundo del Capitolio. La sociedad dominante del Capitolio son unos tipos estéticamente muy refinados: se ve en la moda, se ve que es toda una cultura muy visual, muy televisiva, pero al mismo tiempo es una sociedad muy violenta que ha perdido la sensibilidad hacia el dolor, hacia los demás, hacia la enfermedad y que vive muy centrada en su placer.
Eso es el mundo del espectáculo: el mundo de la estética, es el mundo de lo visual, una sociedad que vive únicamente para lo pasional, para lo emocional, pero que ha perdido la reflexión y la consideración del dolor de los demás. Yo creo que Collins, en su libro, lo que hace es mostrar una sociedad degenerada acudiendo precisamente a esto.
Esto no quiere decir que lo pasional o los afectos no jueguen un papel. Los personajes de un relato se perciben desde la sensibilidad, y es muy importante considerar también las emociones, pero alcanzando un equilibrio.
No seríamos nosotros mismos si solo fuéramos racionales. De hecho, yo creo que la literatura fantástica existe porque hemos sido niños alguna vez. Si hubiésemos nacido ya desde el principio como seres racionalmente desarrollados, no daríamos ninguna oportunidad a la creatividad o a la imaginación.
— ¿Qué opinas de la tendencia de libros y películas a mostrar contenido violento y sexual muy explícito?
— A mí me gusta mucho decir que la elipsis es elocuente. No es necesario agredir al espectador, no es necesario agredir sus emociones. Aunque comercialmente pueda parecer rentable, termina provocando un hartazgo, porque al final entras en una espiral donde ya lo has visto todo y es cada vez más difícil sorprender. El siguiente paso es la degeneración.
De todas formas, quien educa es la tribu. Un niño o un adolescente pueden llegar a rechazar ese bombardeo si los padres van por delante. Estamos en una sociedad muy invasiva, pero si los padres fortalecen a los niños desde pequeños con un buen ejemplo en casa, sin imponer y mostrando la verdad con amabilidad, eso lo tienen ganado.
— Entonces, ¿no todo vale a la hora de hacer un guion? ¿A qué se debe un guionista?
— Para crear una historia tienes que construir un personaje, y para construir un personaje hay que saber quién es el ser humano. Más vale que sea verdadero, porque si no, puedo estar contando una historia que no se va a aceptar.
Cuando a mí me cuentas una historia donde todos los elementos y todos los recursos de la trama funcionan, pero hay un déficit en la construcción de los personajes, se te cae todo, porque a mí me interesan las historias en las que me puedo identificar con los problemas de los personajes.
David Mamet decía que el cine, el teatro, no son lugares a donde vamos para olvidar. A veces se piensa que la cultura del entretenimiento es una evasión y eso es falso. Cualquiera que se meta en un cine para huir de sus problemas, se los va a encontrar en la pantalla.
Además de entrenar la empatía, el cine y la literatura son poderosos educadores de la atención en la era del “multitasking”
— ¿Es más educativa la literatura que el cine?
— Cine y literatura son formatos diferentes, y al final lo que importa es la historia, los personajes. Sin embargo, es cierto que la lectura enriquece más la creatividad en la medida en que, al leer, tengo que crear unas imágenes que en una película ya me vienen dadas.
Ahora bien, estamos en la era del multitasking. Lo veo en mis estudiantes universitarios, que cuesta que se concentren en una sola cosa durante una hora, porque están con el ordenador abierto, con las redes, con el móvil. Eso al final nos mete en una espiral hiperactiva, no solamente en clase, sino en la sociedad en la que nos movemos.
Si hay una disciplina lectora de fijar la atención en una sola cosa, eso es un buen entrenamiento para estar centrado en la vida, para atender a las personas en el momento en que se lo merecen y no estar con la cabeza dispersa.
Y creo que aquí la película está al mismo nivel en esfuerzo intelectual que el libro. Siempre se ha dicho que una película es un descanso, pero ahora el esfuerzo de estar viendo solo una película durante dos horas es un reto.
— ¿Sigue nuestra sociedad necesitando héroes?
— Sí, sin duda. La palabra héroe está emparentada con servare y servire, que significa proteger y servir. Esa es la actitud heroica: convertir algo que a primera vista es un fallo o un defecto en una posibilidad que puede hacer que demos lo mejor de nosotros mismos.
Al final, los mejores héroes son los que pueden convertir sus problemas o sus discapacidades en la clave de sus poderes.