“Uno de los grandes narradores de la lengua castellana, heredero del espíritu cervantino, escritor frente a toda adversidad, creador de mundos y territorios imaginarios”: así describe a Luis Mateo Díez el jurado que le ha concedido el Premio Cervantes 2023. Es autor de una obra extensa, muy marcada por la experiencia de la posguerra española.
Luis Mateo Díez nació en Villablino (León) en 1942, donde vivió hasta los doce años, cuando se trasladó con su familia a León. “Creo –ha escrito– que haber nacido en León es un factor muy importante, pues las situaciones creadas tienen mucho que ver con las situaciones vividas, con tu experiencia de la vida. Hay que saber encontrar ese punto secreto que tiene la realidad y sólo el artista puede encontrar ese punto con lo misterioso y comunicarla”.
Más tarde, estudió derecho en Oviedo y Madrid. En la década de los sesenta, con otros escritores leoneses, fundó la revista Claraboya. Desde 1969 reside en Madrid.
En 1972 publicó su primer libro, el poemario Señales de humo, pero poco después orientó su actividad literaria hacia la novela y el relato breve. También ha publicado ensayos, como El porvenir de la ficción (1992), y libros memorialísticos, como Las palabras de la vida (2000), en el que aborda desde un plano personal su intensa dedicación a la literatura.
Además del Premio Cervantes (2023), Mateo Díez ha recibido los premios Café Gijón (1972), de la Crítica (1986, 1999), Nacional de Narativa (1987, 2000), Nacional de las Letras Españolas (2020) y algunos más. Desde 2001 es miembro de la Real Academia Española.
Celama, entre el mito y la fantasía
En 1973 publicó su primer libro de cuentos, Memorial de hierbas. Su primera novela importante fue Las estaciones provinciales (1982), en la que aparecen ya algunas características que se repetirán en su trayectoria literaria: está ambientada en una ciudad de provincias de la posguerra española, se resaltan rasgos que tienen que ver con la carestía y la desolación, y los protagonistas se muestran indefensos ante una sordidez existencial que no saben cómo esquivar.
De 1986 es una de sus obras más renombradas, La fuente de la edad, en la que repite la misma ambientación, aunque también emplea un mundo imaginario que será a partir de entonces otra de las señas de identidad de su literatura. La mezcla resulta muy original y la repetirá también en otra de sus mejores obras, la trilogía titulada El reino de Celama. Las tres historias que forman este volumen, entre las que se incluye La ruina del cielo, se enmarcan en una tierra mítica donde los personajes luchan por sobrevivir.
A propósito de Celama ha escrito Luis Mateo Díez: “No es que todo escritor deba tener su propio territorio imaginario. Fui llegando a Celama desde la realidad. Es un espacio que necesitaba para contar las historias que yo quería. Es un descubrimiento que se hace poco a poco. He creado más ciudades, y en ellas se pueden ver retazos de ciudades reales, sobre todo, de aquellas donde yo pasé mi juventud: León, Oviedo. La necesidad consiste en acotar un territorio cosmogónico del que tú te sientes dueño. No es un artificio, es un símbolo y una metáfora del mundo interior del escritor”.
Luis Mateo Díez suele situar sus narraciones en un mundo imaginario donde se mueven unos personajes marcados por la fatalidad
Otras novelas que merecen destacarse, entre las muchas que ha publicado, son Apócrifo del clavel y la espina (1988), Las horas completas (1990), El expediente del náufrago (1992), El paraíso de los mortales (1998), Días del desván (1999) Fantasmas del invierno (2004), La gloria de los niños. La más reciente es Los ancianos siderales (2020).
Además, también son importantes sus libros de relatos como Memorial de hierbas (1973), Brasas de agosto (1989), Los males menores y Las lecciones de las cosas (2004). Sus dos últimos títulos de este género son Gente que conocí en los sueños (2019) y El limbo de los cines (2023).
Realidad y fantasmagoría
El mundo narrativo de Luis Mateo Díez se basa, en principio, en sus experiencias personales vividas especialmente en los años de su infancia en tierras leonesas. También el contexto en el que creció, la posguerra española en el mundo rural, escenario habitual de muchas de sus obras. “La posguerra que yo narro –ha escrito– se parece a todas. Es el tiempo de los escombros que hay detrás de una guerra, el tiempo de la degradación moral, del sentimiento de pérdida, de liquidación, de derrota y de secreto y desgracia. Las cosas que han ocurrido están guardadas en el secreto y la consigna es el silencio. Se habla bajo y casi siempre de noche. Todo el mundo anda escondido, unos por la vergüenza de lo que hicieron, otros por lo que dejaron de hacer y otros porque han llegado casi a la inexistencia y les han quitado todo, hasta el límite, su propia dignidad. (…) La posguerra es un tiempo de vergüenza, es más propicia a los olvidos piadosos. Yo deseaba escribir sobre ese periodo, pero no desde lo sociológico y testimonial, como han hecho ya otros novelistas, sino desde una perspectiva legendaria”.
Luis Mateo Díez sitúa sus narraciones en un territorio reconocible en el que suele introducir muy a menudo un mundo imaginario de resonancias simbólicas y fantásticas. En esta curiosa mezcla de realidad y mundos oníricos se mueven unos personajes que, por lo general, asumen un destino poco complaciente. Muchos de ellos son seres desorientados, marcados por la fatalidad, que intentan esquivar la desolación sin conseguirlo. Para escapar de esa realidad a menudo anodina, sus personajes se entregan a una imaginación extravagante y desenfrenada.
Todo ello narrado con un estilo transparente, en apariencia sencillo, incluso poético, que se relaciona con la literatura tradicional de carácter oral. Para rebajar la melancolía y la amargura de muchos de sus textos, incluye aventuras y personajes sorprendentes y disparatados, además de frecuentar un singular sentido del humor.