Mauricio Wiesenthal: “La mejor cultura europea se fundamentó en el espíritu”

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Mauricio Wiesenthal
Mauricio Wiesenthal

Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943), autor de obras como Orient-Express o El derecho a disentir reflexiona en esta entrevista sobre las aportaciones de Europa a la cultura y explica cómo evitar que se pierda el legado humanístico.

Como ocurre con sus libros, también cuando se coincide con Wiesenthal tiene uno la impresión de que se encuentra en un café vienés y que de un momento a otro aparecerá Stefan Zweig por la puerta. Resuena en su voz un eco muy vivo de la gran cultura europea, aquella que esculpió siglo tras siglos la belleza de nuestras instituciones y dio forma a nuestras libertades; la misma que hoy, víctima de cancelaciones y equívocos, avergüenza paradójicamente a muchos.

Wiesenthal –aguerrido– sale a defenderla con el arma de las buenas formas, con la razón del filósofo y el júbilo del trovador. Pero sin duda lo que más sorprende de este escritor políglota y cosmopolita –pedigrí europeo– es el amor por la vida que emana de su sabiduría, hecha de libros, pero también de viajes, de experiencias, de innumerables amigos y de incontables esperanzas. Es, a todas luces, la encarnación de lo que dice su discurso, la prueba palpable de que la cultura humaniza y nos hace mejores. 

Cultivar el espíritu

— Usted reivindica en su obra la alta cultura europea: ¿Qué entiende por cultura?

— La cultura es el cultivo (trabajo) y el culto (celebración coral) del espíritu. Por eso exige –como todo aprendizaje– una escuela o técnica de “iniciación”. Hay que elegir bien el suelo, ararlo y limpiarlo, antes de plantar y sembrar. Hay que aprender a seleccionar (“por sus frutos los conoceréis”) las semillas, los esquejes y los injertos, cuando son necesarios.

Es necesario podar en invierno, justo cuando la planta no sufre, porque la savia duerme. Hay que conducir el arbusto, exponerlo a la luz donde encuentre su aliento de vida, defenderlo de plagas, alimentarlo lo justo para someterlo a disciplina y no exponerlo a sobreproducción, cuidar los brotes tiernos, esperar la flor y el fruto, celebrando al fin la recolección.

“La cultura y el cultivo son la única respuesta que los seres humanos hemos encontrado a la pérdida del paraíso: el trabajo inteligente y paciente para recuperar el espíritu”

— En sus libros pone de manifiesto la importancia de cuidar la dimensión cultural del ser humano. ¿Es hoy esto más urgente que nunca?

— Toda esta escuela de iniciación que aquí formulo en un sencillo lenguaje campesino es especialmente importante en tiempos de sequía o de tormenta, de oscuridad o de ignorancia, cuando las carencias, las guerras o los bárbaros se abaten sobre los cultivos, porque donde falta la ley y la protección, el ladrón codicia siempre los frutos ajenos.

La cultura y el cultivo son la única respuesta que los seres humanos hemos encontrado a la pérdida del paraíso: el trabajo inteligente y paciente para recuperar el espíritu.

Raíces de Europa

— ¿Cuál es la aportación de Europa a la cultura? ¿Qué define a su juicio la cultura europea?

— La mejor cultura europea se fundamentó en el espíritu. Pero, a diferencia de otras civilizaciones, como algunas teocracias del mundo precolombino, los imperios aborígenes de África o las dinastías celestes de la Ciudad Prohibida, los europeos nos distinguimos por el empeño de dar utilidad social y dotar de contenido crítico a nuestra religión, a nuestra cultura y a nuestras ciencias.

En China se inventaron la imprenta, la brújula, la pólvora o el reloj mucho antes de que los europeos convirtiesen estos descubrimientos en herramientas de navegaciones, conquistas, avances científicos y progreso social. Con la imprenta (un invento que servía a los mandarines para estampar vestidos lujosos o hacer papel moneda) extendimos el saber del Renacimiento. ¡Qué arma tan poderosa para la difusión del espíritu!

Debe objetarse con vergüenza y rabia que no todos los hombres y mujeres tenían el privilegio de saber leer, pero esa injusticia cruel encontró precisamente en Europa a los mayores enemigos de la ignorancia: misioneros, maestros y religiosos que fundaban monasterios y escuelas, universidades y talleres, academias e instituciones de ciencia y educación. Y no olvidemos el aporte de judíos y musulmanes en esa misión de ilustración, civilización y cultura.

— Hablando del judeocristianismo, también esta es una de las raíces de lo europeo, junto a la cultura clásica…

— En la civilización grecolatina ya aparece y se desarrolla el fundamento espiritual de la cultura. La paideia o iniciación se ejerce a través de la poesía, la epopeya, el canto coral, el teatro, los juegos deportivos, y las enseñanzas que se impartían incluso en los mercados, como fue habitual en los primeros filósofos. Unos valores compartidos fueron la base del pacto social que permitió crear la estructura de la polis en Atenas, la organización comercial en Corinto, o la reglamentación republicana y la ciudadanía en Roma…

Ahora bien, el judaísmo y el cristianismo aportaron a ese orden constitucional la idea revolucionaria de fraternidad. La expansión de los primeros cristianos en Roma ya aparece como un “proletariado interno” que se mueve incluso en la persecución y la clandestinidad. Pero la diferencia fundamental con otras rebeliones sociales es que no se propaga como una revolución de odio y venganza, sino como un clamor de hermandad y de caridad. Esa disposición dio sentido social a la posterior cultura europea.

— Hoy se suelen destacar más los errores de la cultura occidental que los aciertos. ¿Cómo mostrar una actitud equilibrada hacia el pasado?

Nuestra memoria de europeos, ciertamente, abunda en errores, injusticias y crímenes, pero sirvió también a algunos de nuestros mayores para fundar una escuela de humildad. O sea, una escuela respetuosa de cultura y cultivo. Humildad viene de humus, esa memoria de tierra y huerto que es tan afín a nuestra condición humana.

Nuestros santos (a veces acusados de herejía o condenados por la Inquisición) no fundamentaron su virtud en dogmas o axiomas de pensamiento, sino en una fe que daba frutos y que se manifestaba –como esa alegría de amar que cualquier enamorado conoce– en una fuerza asombrosa para acometer tareas de siembra, atención, enseñanza y caridad, incluso en hombres y mujeres modestos que no parecían precisamente dioses ni titanes.

“La religión nos da un horizonte de compañía y ternura, una presencia en el corazón, un derecho a vivir nuestra pequeñez”

Cultura y religión

— También la religión forma parte de la cultura. A su juicio, ¿qué aporta el sentimiento religioso al ser humano?

— La religión, si me permite definirla ingenuamente y sin pretensión de trascendencia teológica, es un camino de celebración, porque muchos seres humanos no tenemos motivos de complacencia en nuestras pequeñas virtudes ni amamos el incienso ni el aplauso, y necesitamos sentir que las flores que nos dieron, las riquezas que no tenemos o perdimos, las alegrías que nos vivifican, o las cosas que aprendemos pueden ser ofrendadas aquí y allá, en un ciclo entusiasta y maravilloso de amor, como el brindis de un banquete. A veces, en nuestras noches oscuras, cuando nos desvelamos en oración de soledad, nuestra mayor alegría es encontrarnos con Otro.

La religión nos da un horizonte de compañía y ternura, una presencia en el corazón, un derecho a vivir nuestra pequeñez, un consuelo para nuestra tarea, y un deseo de celebrar la vida que nos permite ser útiles. 

En resumen, me permitiría decir que la demolición caprichosa del sentimiento “religioso” –sustituido por pretensiones soberbias de unos saberes incompletos e inseguros– me parece un retroceso a versiones muy intransigentes de la verdad: unas construcciones colosales y dogmáticas, sin belleza ni corazón, tan paleolíticas que ya fueron sometidas a crítica por nuestras antiguas religiones humanistas.

Políticamente incorrecto

— Su libro El derecho a disentir es un manifiesto en contra de la corrección política. ¿A cree que se debe esta atmósfera de censura y cancelación?

— Hay dos tipos de censores. Los antiguos leían con demasiada atención y muy malos pensamientos. Los de hoy leen mal y tienen los mismos malos pensamientos, pero con más prejuicios.

“Los mecanismos críticos y humanistas que nos ofrecía el espíritu van siendo sustituidos por una pedagogía alternativa que indoctrina a los jóvenes”

— ¿Dónde se encuentran hoy los riesgos para la libertad de pensamiento y la crítica?

— Nuestro tiempo posee armas letales contra el espíritu. La dispersión informativa, que se practica sin selección, multiplica los virus y facilita su poder infectivo. En apoyo morboso de esta pandemia actúa el populismo con su programa de cancelación de la memoria: una aberración biológica que –al cortocircuitar los códigos naturales de herencia– anula las defensas transmitidas.

Y, para colmo, los mecanismos críticos y humanistas que nos ofrecía el espíritu van siendo sustituidos por una pedagogía alternativa que indoctrina a los jóvenes, sometiéndoles a una “dialéctica simple e inmediata” que –al no verse contrastada por una auténtica cultura– permite a los poderes establecer una “dictadura de la ignorancia”.

Reconstruir Europa

— ¿Cuál es la mejor manera de recomponer la Europa que añora en sus obras?

— ¡A las barricadas!, diría Víctor Hugo. Y no me refiero ahora a repetir los desórdenes de la Comuna, sino a recuperar el espíritu coral de trabajo y de lucha. Me escandaliza esta Europa de vagos y rentistas mantenidos, de políticos millonarios y de “ignorantes culpables” a los que se les han dado todos los medios de saber y no se han dignado esforzarse para aprender.

No hay otra Europa que la que luce en nuestras catedrales y en nuestras ciencias, en nuestras instituciones de enseñanza y atención humana, en nuestros palacios y jardines, en nuestras reliquias y bibliotecas, en nuestra música y en nuestras artes, en nuestros caminos y puentes, en nuestra cocina y en nuestra voluntad de cultivar el espíritu y compartir socialmente sus frutos.

A esta Europa le falta volver a hacer, porque la Revolución del Espíritu –el Renacimiento Europeo– consiste en que el alma –por su propia entidad– es ánimo, fuego y vuelo. En la Europa que añoro, los jóvenes sumarán a sus filas a mejores compañeros de lucha: los que prefieren trabajar y amar sin otra recompensa que hacer una obra buena, generosa y bella.

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