¿Polarización o contraste?

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El anuncio hecho por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de que abandona su perfil oficial en Twitter no es una cuestión de mera política local. Las razones aducidas apuntan principalmente a un factor: la polarización de opiniones en esta red social. En su opinión, Twitter no le ayuda a ser buena persona ni a hacer buena política, y le podría haber llevado a casi convencerse “de que la humanidad es mala, desconfiada, egoísta”. Su anuncio, una breve declaración publicada en la misma red social, concluye con un significativo alegato: “para que el amor gane al odio, arrivederci, Twitter”.

El debate sobre la polarización en redes no es nuevo, y la reflexión sobre sus consecuencias tampoco. Del mismo modo, no son nuevos los testimonios de la difícil digestión de los estados de opinión y de las discusiones que en ocasiones se generan, por parte de algunos usuarios de esta red social en determinadas situaciones.

En cambio, lo novedoso es la letra pequeña de la decisión: la política barcelonesa afirma que seguirá presente “en redes menos polarizadas y menos aceleradas”. En efecto: es ciertamente paradójico asegurar que la conversación que se genera en Twitter –por efecto del algoritmo y por la conducta de los usuarios– es polarizada y al mismo tiempo mantener una presencia en otras redes donde precisamente el algoritmo alimenta una polarización igual o mayor.

¿Dónde está la diferencia? En la visibilización de la polaridad. En el entorno Facebook e Instagram, los usuarios y los analistas de la conversación tienen más difícil saltar de una burbuja a la otra. La lógica de base es la agrupación por vínculos de amistad o de relación más o menos personal, mientras que en Twitter la relación de base son los intereses comunes de muy diverso orden, sean políticos, profesionales, culturales o deportivos, por poner solo algunos ejemplos.

Salvando, lógicamente, que la decisión pueda tener sentido por motivos de economía de tiempo o de estrategia política, no está tan claro que mantenerse en las demás redes sociales pueda ser una huida de la polarización. Sí se está huyendo de la polarización cruda, pero para ir hacia un tipo de polarización amable que hace más sencillo y más controlable invisibilizar la parte contraria, porque se tiene mucho mayor control sobre la interacción y el algoritmo es mucho más activo en organizar información.

En muchos temas y en muchos contextos, Twitter es el espacio de Internet donde globalmente pueden encontrarse más opiniones distintas

Cualquier persona que conoce la conversación política en Twitter sabe que, siendo cierta la existencia de campañas de hostigamiento –que la propia plataforma intenta minimizar–, también comprueba cómo ha sido el escenario que ha posibilitado el desarrollo de muchos activismos organizados, como el exitoso movimiento antidesahucios que propulsó a esta misma política a la escena pública.

Además, es igualmente cierto que resulta un medio fundamental para contrastar ideas: una especie de focus group privilegiado y masivo. Es un lugar privilegiado para conocer personas con aficiones similares, para aprender historia, compartir recetas de cocina, debatir sobre libros o comentar en directo una competición deportiva.

El aspecto positivo de este contraste es que –más allá de los bots y de los trolls– en muchos temas y en muchos contextos, Twitter es el espacio de Internet donde globalmente pueden encontrarse más opiniones distintas. ¿Que los usuarios lo usan como medio para confirmar su punto de vista previamente considerado, de manera que no se da un debate verdadero? Muchas veces. Ahora bien, ¿en qué lugar si no es en este tienen la opción de disponer de un contraste de opiniones? Los sistemas de filtraje y revisión del hate speech existen y van mejorando, pero al final la decisión de que un troll influya o no –en el nivel de relevancia de la discusión política– depende de la propia personalidad pública.

Cosa distinta es que se esté perdiendo esta cultura del contraste de opiniones. Porque la polarización no es solo culpa de una red social determinada: es principalmente de las personas, de cómo compartimos nuestras opiniones y cómo escuchamos las contrarias. No sea que la sensibilidad de uno hacia la voz discrepante esté poniendo en el cajón del odio o del hostigamiento un abanico de matices que no pueden ponerse en el mismo nivel.

Marc Argemí es autor de Los 7 hábitos de la gente desinformada y El sentido del rumor

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