No hace falta ser experto en cuestiones educativas para comprobar que la educación española atraviesa una etapa de desconcierto y perplejidad. La polémica LOGSE sigue suscitando todo tipo de debates sobre sus aciertos y fallos, a la vez que las cifras de fracaso escolar continúan aumentando. En el fondo del problema, como muy bien explica Mercedes Ruiz Paz en su libro Los límites de la educación (1), se encuentra el miedo a educar que atenaza muchos sectores implicados en la educación: ni los padres, ni los profesores, ni la sociedad consiguen ponerse de acuerdo a la hora de decidir a qué se va a un colegio y qué se debe enseñar.
En su acertado análisis, la autora -profesora en un colegio público- reivindica el papel de los docentes, llama la atención a los padres sobre sus responsabilidades educativas y propone la instauración de la Pedagogía del Contenido como el mejor antídoto para recuperar el entusiasmo frente a los objetivos de la Pedagogía Oficial.
Un balance crítico
El año pasado ya se encendió la señal de alarma con la publicación de los resultados del Diagnóstico General del Sistema Educativo, a cargo del Instituto Nacional de Calidad y Evaluación (INCE) del Ministerio de Educación y Cultura (ver suplemento 2/98). Aunque el estudio se centraba en la etapa más confictiva, de los 14 a los 16 años, sus conclusiones advertían sobre el generalizado descenso de la calidad de enseñanza. Recientemente, durante la celebración en Madrid de un congreso sobre el fracaso escolar organizado por la Fundación por la Modernización de España, se han hecho públicos los resultados del estudio El fracaso escolar en la Unión Europea, donde se confirma lo que ya anticipaba el Informe del INCE: España tiene uno de los índices más altos de fracaso escolar (en torno a un 25% en la Educación Secundaria), por encima de la media del resto de los países de la Unión (20%).
Sin embargo, a la hora de analizar las causas de estos resultados, nadie parece ponerse de acuerdo. Algunos partidos políticos (PSOE e IU), sindicatos (CC.OO., UGT y STES) y asociaciones de padres (CEAPA), de manera un tanto beligerante, reducen todos los problemas a una interpretación ideológico-económica de la educación. No admiten críticas sobre la viabilidad de la nueva ley de enseñanza (LOGSE), que todavía se está implantando y que defendieron a muerte como si se tratase del talismán para acabar con todos los males, también ideológicos, de la antigua Ley General de Educación. Estos grupos han trasladado al terreno de la educación sus postulados políticos, defensores de la enseñanza pública, única y laica, y beligerantes contra la enseñanza privada y concertada.
Otros, desde puntos de vista muy diferentes, obligados por las circunstancias políticas a aceptar una ley que no les gusta, se plantean introducir ligeros retoques de maquillaje, como si eso fuese suficiente para elevar el nivel educativo (ver servicio 127/99). Como se puede apreciar, el poder político, con sus ramificaciones autonómicas, es quien ha impuesto sus criterios en estos últimos veinticinco años.
Desde el sentido común
El reciente libro de Mercedes Ruiz Paz, Los límites de la educación, cuestiona muchos de los tópicos que se manejan al hablar de la enseñanza española y que para la autora son la clave de la sensación de desastre que se vive hoy día en muchos centros educativos. El libro, que se ha publicado en una pequeña editorial, está alcanzado una significativa difusión, señal de que muchos lectores -sobre todo los docentes- se sienten identificados con el duro balance que la autora hace de la educación española, y que poco tiene que ver con la autocrítica complaciente que a veces ponen en práctica los políticos, las organizaciones profesionales y los que se dedican a estudiar en congresos las causas del fracaso escolar.
El libro traza una panorámica de los principales problemas educativos y propugna una serie de soluciones que, desde el sentido común, reivindican el papel de los profesores y la función que la educación debe desempeñar en la sociedad. Pero criticar la LOGSE hoy día puede ser peligroso, porque rápidamente «le hacen a uno sospechoso de exquisito, antidemócrata o nostálgico de modelos escolares del pasado».
Sin batallas ideológicas
De entrada, y a diferencia de la mayoría de los que se acercan a estos temas, sorprende la ausencia de criterios ideológicos al abordar el estado de la cuestión. La autora se distancia así de los que traducen todos los problemas educativos a realidades políticas, trasladando a la educación las luchas por el poder. Así, para la autora, «la verdadera batalla ideológica en la educación actual no se libra eligiendo entre los modelos escuela tradicional o escuela progresista; tampoco eligiendo entre la escuela pública y la privada. Las batallas igualitaristas carecen de sentido si se piensa que el fracaso se produce tanto en los alumnos denominados marginales como en los que llevan la tarjeta de crédito en el bolsillo desde los diez años».
Al opinar sobre la LOGSE, Mercedes Ruiz no duda en criticar la labor que han desempeñado los responsables teóricos de su diseño, a quienes culpa de muchos de los defectos que se han instaurado en la enseñanza. Dice la autora: «Si alguien ha participado activamente en sembrar el desconcierto en las nuevas generaciones de padres y en el sistema educativo actual acerca de cómo actuar con los chicos en casa y en la escuela, éstos han sido los pedagogos. Nos referimos a la pedagogía oficial, desde luego». Una pedagogía que alcanza su esplendor entre los años setenta y ochenta y en coincidencia con la crisis del modelo educativo tradicional. Por motivos más políticos que pedagógicos, aunque todo se acabó mezclando, el nuevo modelo educativo que proponía la LOGSE se situaba en las antípodas del anterior. En su superficial análisis, los pedagogos oficiales confundieron autoridad con despotismo y disciplina con métodos coercitivos violentos, y acabaron por proponer como alternativa una pedagogía de lo lúdico en la que lo único importante es la autoestima del alumno y su grado de motivación personal (2).
Pocos, muy pocos contenidos
Esta pedagogía oficial ha impuesto sus puntos de vista en todos los frentes, aunque su victoria ha sido más visible en la elaboración de los contenidos, en el lenguaje educativo y en el papel que desempeñan hoy los profesores, a mitad de camino entre monitores, cuidadores y expertos en entretenimiento al por mayor. Si se echa un vistazo a los planes de estudios de los alumnos, se aprecia que parecen haber sido elaborados por administradores y pedagogos teóricos más que por profesionales de la docencia.
«En ese mismo ambiente -escribe Mercedes Ruiz Paz- se origina la ausencia de criterio que la pedagogía oficial muestra acerca del valor de los contenidos culturales. Sólo la ignorancia es capaz de prescindir de contenidos culturales valiosos para la sociedad o, en el mejor de los casos, situar al mismo nivel de importancia en el programa de estudio los últimos avances científicos y los aspectos más irrelevantes de la vida cotidiana». No hay más que echar un vistazo a las actividades que se organizan en muchos centros de enseñanza para comprobar que no están claros los límites entre la cultura y la kultura.
En este mismo sentido, no se entiende la preponderancia que se da en los planes de estudios a los saberes instrumentales, que se presentan como los únicos que son útiles y necesarios frente a otro tipo de conocimientos profundamente arraigados en nuestra memoria cultural.
Euforia metodológica
Esta particular manera de entender la pedagogía ha desembocado en una euforia metodológica que ha eliminado de los métodos de enseñanza aspectos tan necesarios, si se utilizan en su justa medida, como la memoria y la repetición. Ha existido, además, una obsesión por acercar al alumno el medio en el que vive, cuando «en algunas ocasiones, nos encontramos adaptando al alumno a un medio al que no adaptaríamos ni al peor de nuestros enemigos».
Otro asunto importante que trata la autora, y que es una opinión generalizada entre los profesionales de la educación, es la necesidad de liberar a los docentes de tareas que no les corresponden, asumidas a causa de.la inhibición de los padres. La familia ha ido «vaciándose de cometidos mientras los maestros se han ido encargando progresivamente de la higiene y el aseo del niño, de su salud y alimentación, de su conocimiento del entorno inmediato, y hasta de su educación vial».
Otro capítulo, «Premios y castigos», aborda aspectos poco tratados hoy, como el sacrificio y la disciplina, palabras que, por tener resonancias negativas, han ido desapareciendo del lenguaje escolar. Impera la falta de exigencia: sólo se intenta proporcionar a los niños una felicidad utópica, concibiendo su vida, también la escolar, como si se fuera un continuo cuento de hadas. Con este superproteccionismo, los niños rehúyen el esfuerzo.
Devaluación del profesor
Con estos parámetros educativos, aceptados por los padres y por muchos profesores, no es de extrañar que los centros educativos se hayan poco a poco transformado en «auténticas ludotecas o talleres artesanales», cuya principal actividad es la lúdica. Esto, lógicamente, influye en la valoración del profesor. Para la autora, la figura del profesor se ha devaluado de modo paralelo a la devaluación de la disciplina en la familia y en la escuela. La devaluación coincide con la nueva función que la Administración adjudica a los docentes, a los que coloca al nivel del «cuidador o animador socio-cultural de sus alumnos, restándole presencia y relevancia en la sociedad, disciplina en las aulas y autoridad en los colegios».
Ante esta triste situación sorprende el silencio de tantos docentes, que están aceptando las decisiones que sobre su trabajo han hecho los pedagogos y los políticos, reduciendo la tarea de sus representantes, los sindicatos, a conseguir unos objetivos salariales.
El pesimismo de los docentes se agrava más todavía si echamos un vistazo al resultado del afán democratizador de los centros de enseñanza, verdadera obsesión de algunos dirigentes socialistas durante su etapa en el Ministerio de Educación. Con la imposición del Consejo Escolar ha perdido peso el claustro de profesores, mientras se abre paso a las presiones que los padres quieran ejercer. Para la autora, los padres tienen muchas tareas que realizar en los centros; pero las que ella propone poco tienen que ver con las que están cumpliendo muchas Asociaciones de Padres: «Deben exigir que el colegio garantice el acceso de sus hijos a la cultura, y no conformarse con que el centro les ofrezca los servicios de una guardería». Para potenciar todavía más el peso de los padres, propone una solución revolucionaria: «Lo más eficaz para cumplir con ello es exigir a la Administración el derecho a elegir centro público en cualquier parte del territorio», pretensión que, según algunos, contradice el espíritu de la LOGSE, que prima la igualdad de oportunidades.
Medianía no es igualdad
Pero la autora no está de acuerdo con la facilidad con la que se habla de la igualdad de oportunidades para justificar actuaciones que son trampas. Para ella, «la auténtica igualdad de oportunidades consiste en ofrecer a todos los alumnos los conocimientos de alto nivel que hagan de ellos personas más sensibles, cultas, formadas, capaces de comprender el mundo e incidir sobre él».
Esto nos lleva de la mano a la falacia del igualitarismo (que no es otra cosa que uniformidad ideológica), al síndrome de lo lúdico y a la desaparición de la excelencia académica en favor de una medianía que, curiosamente, se disfraza de atención a la diversidad.
El resultado final de este proceso es la degradación de los cometidos educativos: «La moderna pedagogía nos ha enseñado, con una didáctica demoledora, cómo la tolerancia ilimitada, la permisividad extrema y, en definitiva, la educación sin límites garantizan la educación en y para la impunidad».
En sus conclusiones, la autora defiende el regreso de la Pedagogía del Contenido, que eliminaría las actuales injusticias que se cometen con los alumnos que «estudian, trabajan y se esfuerzan». Este cambio exigiría también dejar de identificar el afán de superación con la competitividad salvaje.
Aprender con esfuerzo
Algunos pasajes de Los límites de la educación muestran el mensaje central de la autora.
El síndrome lúdico
¿Qué ha pasado para que la calidad disminuya paralelamente al número de alumnos por profesor? Pues sucede que al chico se le debe explicar en casa que al colegio se va a aprender y estudiar, y se le debe entusiasmar con la idea. Se le debe informar de que también se juega, pero en los ratos de descanso que el profesor y el colegio tengan previstos. Se les debe convencer de que el esfuerzo por aprender merece la pena, pues ofrece muchas satisfacciones. Se le debe presentar al profesor como una persona merecedora de respeto. Se le debe enseñar a respetarse a sí mismo y a sus compañeros (…). Ahora el problema es que unos muchachos que aún están por civilizar, que aún no tienen suficientes conocimientos, que emocionalmente apenas se han desarrollado, y que están forzosamente carentes de criterios, de lo único que han sido informados es de la posibilidad que tienen de criticar y denunciar todo aquello que contravenga su parecer (…).
También un amplio sector del profesorado, captado por los cantos de sirena lúdicos, es el primero en poner al aula y a sí mismo al servicio del entretenimiento del alumno para perjuicio de la enseñanza. Estos profesores plantean cada nueva cosa a estudiar, a aprender o a ser trabajada como si fuera un juego, explicando a los alumnos lo fácil, divertido y descansado que es participar en él. Los problemas vienen cuando el carácter especialmente árido de algunos temas, que por otro lado son fundamentales, olbliga al alumno a realizar un esfuerzo para el que no estaba avisado y al que no sabe cómo enfrentarse. El profesor, en esta ocasión responsable del equívoco, saldrá del paso adoptando una actitud paternalista y, juzgando el esfuerzo excesivo, perdonará al alumno dichos temas y pasará a otros; o los sobrevolará, sabiendo que no se han fijado de modo sólido en el alumno. (…).
A base de tanto jugar, el problema es que hay una cantidad nada despreciable de alumnos que apenas sabe de qué se les habla cuando se les habla de estudiar. Unas veces, porque el ambiente en el aula está sometido a la indisciplina; otras, porque nadie les ha enseñando a asociar el estudiar con escuchar, leer, entender, concentrarse, repasar o recordar (…).
La ideología dominante hoy en día en el mundo de la enseñanza está privando a los alumnos del placer del conocimiento al hacerles creer que sólo proporcionan placer aquellas cosas que arrancan carcajadas. Contra lo que esta misma ideología propugna en su teoría, que es la formación de sujetos autónomos, en la práctica no ahorra esfuerzos para obtener simples sujetos complacidos, con antojos y caprichos plenamente satisfechos.
Lo importante son los contenidos
La Pedagogía del Contenido considerará a los escolares actuales al menos tan capaces como los escolares de generaciones anteriores. Desarrollará su inteligencia y su voluntad, y confiará en su esfuerzo y en su capacidad de trabajo, frente a la predestinación de los motivos. Proporcionará contenidos de alto nivel al alumno, y le exigirá en función de ello. Su horizonte no será la medianía sino la excelencia. Cree que esta excelencia es un derecho de todos y cada uno de los alumnos, y que la misión de un profesor es dotar a estos alumnos de las herramientas necesarias para el ejercicio y disfrute de este deecho. Según la Pedagogía del Contenido, la curiosidad y el afán de superación son el combustible necesario para aprender, y nada justifica su atenuación o erradicación.
El centro conceptual de esta Pedagogía son los contenidos a transmitir en la enseñanza. Habilidades, actitudes, manipulaciones, metodologías y didácticas se adoptarán en función de los contenidos como instrumentos eventualmente útiles, y nunca como generadores.
Es convicción de la Pedagogía del Contenido que sólo estos conceptos garantizan la igualdad de oportunidades a los alumnos. Erradicar la adapatación curricular, que hace depender los contenidos transmitidos en la enseñanza del entorno y del nivel socioeconómico y socio-cultural del alumnado, es una medida básica para garantizar el derecho de todo ciudadano al acceso a la cultura.
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(1) Mercedes Ruiz Paz. Los límites de la educación. Grupo Unisón Ediciones. Madrid (1999). 198 págs.
(2) Las bases educativas de la LOGSE han quedado plasmadas en el libro de Álvaro Marchesi y Elena Martín, Calidad de la enseñanza en tiempos de cambio.