CC Vania Barbara
Al acoso escolar le va saliendo, poco a poco, un muro de contención en las aulas: los poncios pilatos que hasta ahora se limitaban a observar pasivamente el abuso contra un compañero y evitaban chistar –eso, cuando no jaleaban al agresor– son cada vez menos. La buena conciencia parece estar ganando terreno.
Así se deduce del II Estudio sobre acoso escolar y ciberbullying según los afectados, publicado meses atrás por la Fundación ANAR. Si bien la investigación revela un incremento de los casos de acoso atendidos por el teléfono de la institución entre 2014 y 2016, de 355 a 1.207 –algo que puede asociarse a una mayor visibilidad del problema–, también aumentaron las veces en que los acosados se rebelaron contra los abusadores. Y aun más: si en 2015 los amigos o compañeros de la víctima la habían apoyado ante el atropello solo en el 22,8% de los casos, en 2016 ya esto ocurrió en el 51,8%.
Es precisamente esta veta, la de los espectadores, la que quiere explotar el programa KiVa, una iniciativa contra el acoso escolar creada por la Universidad de Turku, en Finlandia, que ya está presente en el 90% de las escuelas del país nórdico, pero también en Estonia, Italia, Holanda, y del otro lado del Atlántico, en México, y que se está introduciendo ahora mismo en España.
“Los números son relevantes, pero lo que nos interesa es cómo esto cambia la vida de los niños”
¿Qué tiene de nuevo? Un cambio de perspectiva. Según aprecian los divulgadores del método, el acoso no es, simplemente, una cosa de dos –victimario vs. víctima–: también están quienes observan la tropelía, a los que el KiVa invita a tomar cartas en el asunto. Su implicación es necesaria y definitoria para inclinar la balanza de modo que prime el respeto por el más débil, y su desentendimiento puede llevar a que se intensifique el maltrato.
“La clave está en los testigos”
En España, el KiVa ha entrado de la mano del Instituto Escalae, de Barcelona, y se aplica en colegios privados y públicos de Madrid, Cataluña, Andalucía, Aragón, Asturias, País Vasco, etc. La finesa Tiina Mäkelä, doctora en Ciencias de la Educación y coordinadora del programa en el Escalae, ha accedido a conversar con Aceprensa para ofrecernos algunos detalles.
— Dra. Mäkelä, ¿cómo definiríamos el KiVa?
— Como un programa que pone el énfasis en la acción preventiva. Algunos otros buscan una solución cuando ya tienen un problema, pero el Kiva se centra en la prevención. Es un programa no solo para la víctima, ni solo para el acosador o para el testigo: es para todos. A los chicos se les imparten lecciones sobre competencias emocionales, empatía y valores, y se incluye también a los padres, porque sin su colaboración la estrategia no puede ser totalmente eficaz.
Cuenta además con el componente de la intervención o acción focalizadora, cuando se sospecha que hay un caso de bullying [acoso]. Un equipo, normalmente formado por psicólogos y psicopedagogos vinculados a la escuela, es responsable de acometer el proceso de identificación del problema y las entrevistas con los individuos implicados.
Un tercer componente es el seguimiento, pues cada año se hace una encuesta a los alumnos sobre su entorno, sobre la incidencia o no del acoso, y ellos completan unos formularios en los que documentan los casos.
Quiero subrayar que el KiVa enfoca el tema del acoso como un fenómeno grupal. En las situaciones de bullying cada persona tiene un rol: por ello el programa trabaja no solo con víctimas y acosadores, sino con los testigos, y procura que modifiquen su actitud. Si en vez de aceptar el espectáculo del acosador contra la víctima, le dan su apoyo a esta, la probabilidad de que el abuso continúe es menor. La clave está en los testigos.
Un falso peldaño hacia el liderazgo
Un estudio efectuado por el Departamento de Psicología de la Universidad de Turku para valorar la efectividad del programa desde su inicio en 2009 en Finlandia, ofrece algunas pistas sobre cómo funciona el mecanismo del bullying.
Los incidentes de acoso violento en la escuela española experimentaron un aumento durante 2016
Según precisa el investigador Antti Kärnä, el acoso es la estrategia por la que un individuo pretende demostrar que tiene una posición de mayor fuerza en un grupo de iguales. Para hacerlo, necesita que haya “gente en las gradas”: “Los espectadores –dice– tienen un papel significativo en el proceso, porque en parte sostienen el comportamiento acosador al apoyar al matón y, de esta manera, darle la posición de poder que estaba buscando. En contraste, si defienden a la víctima, convierten el acoso en una estrategia poco exitosa para lograr y mostrar un alto estatus”.
No parece que esta última línea de acción fuera, sin embargo, lo que prevalecía en las escuelas finesas antes de KiVa. De hecho, en 2010, tras el primer año de aplicación en unos 1.400 colegios, el sondeo efectuado por la Universidad de Turku arrojó que el número de víctimas se había reducido en 3.900 respecto a 2009, mientras que el de los victimarios había descendido en 2.300.
“Ya solo esto sugiere que el programa ha influido positivamente en las vidas de un extenso número de niños y adolescentes”, apunta Kärnä, quien imagina cuánto más se hubiera podido reducir la victimización si todas las escuelas del país hubieran implementado el método. Según sus cálculos, en una población estudiantil general de 500.000 individuos, habría habido 7.500 acosadores y 12.500 víctimas menos durante ese curso escolar.
“Ojalá te hubieras muerto”
La urgencia de atajar el acoso escolar puede ser equivalente a la de apagar una pequeña llama en un pastizal cercano a una gasolinera. Una vez que el fuego del bullying prende, sus efectos destructivos pueden maximizarse.
El Dr. Kärnä cita los estudios de varios expertos en el tema y señala un rosario de consecuencias psicológicas para las víctimas, entre ellas la depresión, la ansiedad y la baja autoestima, problemas que afligen al estudiante no solo hasta que cierra definitivamente tras de sí la puerta del colegio, sino incluso en la adultez. El acoso, precisa, es un considerable factor de riesgo para la posterior comisión de delitos y para los trastornos de la personalidad antisocial.
Los testimonios de algunos estudiantes y padres citados en el estudio de la Fundación ANAR revelan la carga de violencia que las víctimas se ven obligadas a soportar, y que forzosamente tiene que dejar una huella psicológica negativa, cuya próxima estación puede ser, como se ha visto en algunos casos, el suicidio. La madre de una chica de 15 años, por ejemplo, narra que «cuando [mi hija] volvió a clase una semana después con muletas, la niña que le había agarrado para preguntarle le dijo: Ojalá te hubieras muerto”. Otra, esta vez de un muchacho de 14, refiere que el chico lleva más de mes y medio sin asistir a clases: “Tiene miedo, ataques de ansiedad, no quiere ir…”. Por su parte, un niño de 11 afirma que le dijeron: “Eres un estorbo para la vida. No tendrías que haber nacido”, y una de 14 recuerda cómo la llevaron al baño y le metieron la cabeza en el retrete. Crueldad de palabra y de obra, oportunidad de lucimiento para los “tipos listos”, y rastros imborrables en la memoria de los agredidos.
En 2010, tras el primer año de la aplicación del KiVa en unos 1.400 colegios de Finlandia, el número de víctimas y acosadores ya había disminuido notablemente
Según el reporte de la Fundación, los incidentes de acoso violento en la escuela española experimentaron un aumento durante 2016. Aunque los ataques verbales fueron los más frecuentes, con un 71% de casos, hubo también agresiones físicas, con golpes o patadas, en el 51,5% de los casos; aislamiento (29,7%), empujones (22,6%), robo o rotura de objetos propiedad del acosado (14,7%), etc.
La situación pide a gritos que se cultive la empatía del grupo con la víctima, para restar capacidad de destrucción al acosador. Y claro, mientras más temprano se arroje la semilla, mucho mejor. La Dra. Mäkelä señala que lo ideal es comenzar en los años iniciales de la primaria: a esas edades los niños no tienen roles fijos, y se trata de actuar antes de que estos queden establecidos. “Es más fácil influir en el comportamiento de ellos que en el de otras edades. La adolescencia es una etapa ya más tardía y difícil. Aunque hay que trabajar también con los adolescentes (una labor que en España comienza ya este curso), siempre será mejor dejar sentadas las bases desde la primaria”.
Mejor que hallar culpables, hallar soluciones
Preguntamos a la Dra. Mäkelä:
— Se puede trasplantar a España un modelo de un contexto tan diferente como el finlandés?
— Hay que preguntarse siempre qué es local y qué universal, y hay que adaptar. Existen aspectos universales que compartimos, pero también se debe contextualizar. España, por ejemplo, tiene mucha diversidad, por lo que hay que pensar cómo hacerlo en cada región; pensar en la comunidad escolar específica, en las familias… No puede ser un “cortar y pegar”: hay que mirar qué principios fundamentales se pueden aplicar y cuáles son las necesidades concretas.
Por ejemplo, en España hay que trabajar en la colaboración con las familias más que en Finlandia. Familias muy buenas y colaboradoras las hay en todas partes, pero a lo mejor en Finlandia aquellas confían más en la escuela, y viceversa, y ello contribuye a la mejora de la situación. Lo que encuentro en España, en cambio, es que se buscan culpables: la escuela culpabiliza a la familia, esta hace lo propio respecto a la escuela, que a su vez culpabiliza también a la sociedad, etc. Son las actitudes en las que tenemos que trabajar, para poder hallar más soluciones que culpables.
A los chicos se les imparten lecciones sobre competencias emocionales, empatía y valores, y se incluye también a los padres: sin su colaboración, la estrategia no puede ser totalmente eficaz.
— ¿En cuántos colegios españoles se aplica el programa ahora mismo?
— La cifra ha ido cambiando un poco desde que comenzamos en 2015, con unos 20. En este momento se están apuntando otros, y esperamos que este curso haya un número mayor. Una modificación notable es que la aplicación del programa comenzó en inglés, pero ahora ya arrancamos en español, por lo que estará más disponible para los colegios.
— Hablemos de las herramientas. Veo que utilizan los videojuegos, por ejemplo…
— Sí, son parte del trabajo preventivo. Hay además una guía para los docentes en la que se incluyen muchas actividades, como los juegos de rol. Está, por ejemplo, la simulación de situaciones que pudieran muy ser reales, y vídeos en los que se expone un problema y se invita a los chicos a reflexionar sobre qué harían en casos así, y otros en los que se explica qué es acoso y qué no. Asimismo, se les invita a la reflexión, a indagar cómo pueden mejorar su actitud, su comportamiento. Los recursos son múltiples.
— Todo esto, ¿cómo se traduce en resultados? ¿Puede cuantificarse de alguna manera la modificación del comportamiento de los chicos, tal como se ha hecho en Finlandia?
— De momento puedo hablarte de los resultados que tenemos allá. Se advierte una mejoría muy notable en relación con la victimización y con el número de acosadores, que se ha reducido a la mitad, pero también la huella positiva que deja esto en cuanto a satisfacción escolar y motivación. Sabemos que cuando se está muy motivado se aprende mejor, y los estudios indican que [la aplicación del KiVa] puede incidir en los resultados académicos.
— Pero en España, ¿han podido medir los avances del programa?
— Aquí estamos esperando. Necesitamos resultados de un antes y un después, y un número más representativo de colegios, para poder evaluar. Sí que hemos recogido experiencias positivas. Los números son relevantes, pero lo que nos interesa es cómo esto cambia la vida de los niños. Ya una sola experiencia, o que los padres nos cuenten que los chicos van más alegres al colegio, o escuchar de situaciones que se han podido resolver, es una muestra de que funciona, y en todos los colegios a los que vamos nos cuentan sus testimonios, tanto padres como docentes. Ellos están contentos, los niños lo están, y eso es lo más importante.
“Nadie quiere un hijo acosador ni acosado”La psicopedagoga Diana Aristizábal es orientadora de Educación Infantil y Primaria en el Colegio Británico de Aragón, en Zaragoza. Como una de las responsables de la aplicación del KiVa en dicho centro, ha podido observar cómo los chicos van familiarizándose con el manejo de las posibles situaciones de acoso. “No hemos tenido hasta ahora ningún caso que fuese lo suficientemente clasificable como acoso, de manera que hayamos tenido que agotar todas las fases de la intervención. Pero sí que ha habido hechos puntuales, en los que algún estudiante se ha sentido acosado, por lo que nos hemos reunido de forma separada y en grupo con las partes implicadas y hemos hecho un trabajo con el alumnado”. Según explica, se han observado conatos de bullying que han sido atajados a tiempo. Cuando se ha dado la situación, los propios alumnos, que ya tienen la capacidad de servir como mediadores, lejos de mostrarse pasivos, han ayudado a los otros a buscar las soluciones más eficaces para resolver el conflicto. Al acoso escolar le va saliendo, poco a poco, un muro de contención en las aulas: los poncios pilatos que hasta ahora se limitaban a observar pasivamente el abuso contra un compañero y evitaban chistar –eso, cuando no jaleaban al agresor– son cada vez menos. La buena conciencia parece estar ganando terreno. Los padres, apunta, han acogido el programa de modo positivo: “Estamos viviendo un momento de mucha sensibilización con este tema, y ellos se sienten muy tranquilos al saber que el colegio es proactivo e implementa medidas de prevención. Ningún padre quiere que su hijo se vea implicado, ni como acosador ni como acosado”. Desde el Colegio de las Calasancias de Sevilla, la coordinadora del Kiva, Rocío González, explica que también en su escuela se ha intervenido tempranamente cuando han percibido visos de acoso –uno de ellos, el caso de un niño al que otros molestaban físicamente durante el recreo, a manera de “juego”– y se ha entrevistado individualmente a las víctimas y a los que las han molestado. “Primero se habla con la víctima para saber qué está ocurriendo y ofrecerle ayuda, y para saber si cuenta con compañeros que le sirvan de red de apoyo”. El tutor busca, en este sentido, quiénes de sus compañeros pueden echar una mano, y se informa igualmente a las familias para que se impliquen. En cuanto al acosador, de él se pretende, además de conocer sus razones, que se comprometa a no volver a las andadas, por lo que se le hace un seguimiento. Al acosador “no le pedimos que se haga amigo íntimo del otro compañero, sino que vea qué puede hacer él para mejorar”. |