Los informes internacionales sobre el rendimiento académico en la enseñanza obligatoria en los países más desarrollados siguen reflejando unas tasas de fracaso escolar que sonrojan. Estos días, en España, un reportaje de la revista Magisterio corrige al alza las cifras manejadas hasta ahora. Y en Francia, más o menos asimilada ya la última crisis de gobierno, el ministro de educación François Fillon vuelve a plantear una reforma, en la línea de introducir en la etapa final, desde tercero -el curso antepenúltimo-, una diversificación más explícita de las enseñanzas.
Se trata de una solución análoga a los llamados itinerarios, incorporados en la ley española de calidad de la enseñanza de 2002, ahora en suspenso por la derogación de los decretos que debían desarrollarla. Es una propuesta modesta, pero expresiva del intento de orientar a alumnos que siguen dentro del sistema educativo sin especiales convicciones. Se les ofrecería un módulo que les permita descubrir una posible orientación hacia la formación profesional, en vez de continuar con alguno de los bachilleratos generales. Ese módulo, de tres a seis horas, se dirigiría a un segmento de alumnos voluntarios, a los que se desea motivar hacia un específico proyecto formativo.
Como es natural, después del énfasis puesto en la igualdad desde 1975, cuesta cambiar de paso hacia fórmulas que aceptan las diferencias e intentan adaptar mejor el sistema educativo a las necesidades personales de los alumnos. Se invocan razones ideológicas de peso, pues muchos siguen considerando que la enseñanza única es el gran camino hacia la desaparición de las desigualdades sociales. Pero pasa el tiempo y las disparidades no cesan, por lo que se impone introducir algún tipo de correctivo, evitando a la vez los posibles riesgos de segregación.
Se prevé un debate intenso, como sucede en otros países. En general, las asociaciones de padres y alumnos están en contra de la reforma. Lo sorprendente es que son mayoría los profesores que están a favor, siempre que se adopten garantías para evitar la constitución de posibles guetos, como señala el importante sindicato SNES-FSU. Esta organización encargó en 2002 una encuesta a Sofres, y resultó que el 75% de los docentes consideraba que la escuela contribuía a corregir un poco las desigualdades sociales, pero sin modificar lo esencial. A la vez, el 54% de los maestros preconizaba el abandono del colegio único, «considerando que no todos los alumnos tienen las capacidades necesarias de seguir una enseñanza general hasta tercero» (cfr. Le Monde, 25-VI-2004, y Aceprensa, servicio 9/03).
Los objetivos de Fillon son bastante más modestos que los lanzados en su día por el ministerio del sustituido Luc Ferry. Aun planteados en periodo estival, tendrán mucha contestación, también porque estos días se ha difundido un dossier oficial, según el cual los alumnos de la escuela privada consiguen mejores resultados que los de la pública.
Salvador Bernal