El problema es cómo impedir que el aumento de tasas se convierta en una barrera para los estudiantes con menos recursos. Este es el núcleo de la polémica en la reforma de la financiación universitaria propuesta por Blair.
La Universidad británica dejó de ser gratuita hace tiempo. Las tasas actuales son 1.125 libras por curso (unos 1.650 euros), pero, según sea la renta familiar, se pagan íntegras o reducidas. Otros alumnos reciben préstamos sin interés, mediante la agencia pública establecida por el gobierno. Y quienes no resuelven así su problema financiero, no tienen más remedio que pedir un préstamo a la banca, a un interés de mercado. Así que hasta un estudiante de musicología acaba sabiendo la contabilidad indispensable.
Además, lo realmente caro no es el primer ciclo sino los preciados masters, que pueden costar entre 6.500 y 15.000 euros por curso. Por eso cada vez más estudiantes dejan la universidad al acabar el primer ciclo, con la esperanza de entrar en una empresa que esté dispuesta a pagarles un master a título de formación continua.
Nadie niega que las universidades británicas están cortas de dinero y necesitan un reconstituyente financiero. De hecho, el gasto por alumno (9.657 dólares) está por debajo de la media de la OCDE (11.109). Lo que se discute es si es posible aumentar más las tasas sin dejar fuera de la Universidad a los más débiles.
El proyecto de Blair deja libertad para que las universidades públicas puedan subir las tasas hasta un tope de 3.000 libras (4.300 euros). Y, lo que quizá es más importante, las tasas podrán ser distintas según las universidades, y no como hasta ahora que cuesta lo mismo un curso en Oxford que en una universidad de segundo orden.
Para sufragar sus estudios, los estudiantes pueden pedir un crédito a la agencia estatal y empezar a devolverlo al acabar sus estudios a partir del momento en que estén cobrando un salario superior a 21.500 euros.
Tasas variables, según la universidad
Para convencer a los diputados laboristas recalcitrantes, que creen que el nuevo sistema alejará de la universidad a estudiantes con menos recursos, el gobierno ha incluido ayudas a fondo perdido. Los hijos de familias con ingresos anuales inferiores a 30.000 libras tendrán una subvención a fondo perdido de 1.200 libras anuales. Y las que ganen menos de 21.000 libras, tendrán un suplemento de 1.000 libras para gastos de manutención. Por su parte, las universidades tendrán que conceder a los alumnos más pobres bolsas de estudio de entre 300 y 400 libras. Pero los principios de la reforma se mantienen.
El temor de los laboristas renuentes es que la perspectiva de terminar la carrera con una deuda pesada retraiga a los más pobres. Se estima que la deuda puede ser de no menos de 15.000 libras (21.800 euros) por unos estudios de tres años. Pero también hay que tener en cuenta que en Gran Bretaña los que van a la universidad constituyen el 45% de la población escolarizable entre 18 y 30 años. ¿No es más justo que pague el beneficiario en vez del contribuyente en general? Esto explica que, en la oposición a la reforma, los laboristas más a la izquierda vayan de la mano con las clases medias conservadoras partidarias del statu quo.
La posibilidad de que las tasas sean distintas en cada Universidad es otro motivo de discusión. Los críticos dicen que si se deja que las mejores universidades cuesten más, será más difícil que los pobres accedan a una educación de calidad.
Al contrario: las tasas fijas perjudican a los más pobres, dice The Economist, desde una óptica liberal. Los estudiantes pobres son «los que más necesitan cursos flexibles y baratos»; y además, «como las mejores universidades están siempre dominadas por los más acomodados, los ricos se benefician y los más pobres salen perdiendo con las tasas fijas».
La barrera está en la secundaria
Otros apuntan que el principal obstáculo para la igualdad de oportunidades no está en las tasas universitarias sino en la enseñanza secundaria. «La razón principal por la que esos estudiantes [más pobres] no van a la Universidad no es una cuestión de dinero, sino de preparación», asegura Wendy Piatt, especialista en educación del IPPR, un think tank proveedor de ideas para el nuevo laborismo. Lo decisivo sería que en la secundaria alcanzaran un nivel que les permitiera aprovechar los estudios universitarios.
Desde posturas más próximas a los tories se está de acuerdo en ese diagnóstico, si bien se reprocha a los laboristas que con su reforma de la secundaria en los años setenta hayan contribuido a perpetuar el problema. Entonces desaparecieron prácticamente en muchos distritos las grammar schools, escuelas donde se realizaba una selección a partir de los 11 años, y se sustituyeron por la enseñanza comprehensiva para todos. El problema es que la calidad de la enseñanza bajó, y los más perjudicados han sido los niños de las familias desfavorecidas, que necesitan más que otros alcanzar un buen nivel para ir a la Universidad.
«Cuando Gran Bretaña tenía grammar schools en 1970, el 59% de los alumnos de Oxford procedían de la enseñanza estatal; hoy, es el 54%», recuerda Alice Thomson en The Daily Telegraph (5-XII-2003).
Aunque tenga razones a su favor, las encuestas dicen que el 60% de los votantes se oponen a la reforma de Tony Blair. Instintivamente sienten que el aumento de las tasas supondrá excluir a más estudiantes. Aunque, al mismo tiempo, deseen que la educación, como la sanidad y demás servicios públicos, mejoren su calidad.
Ignacio Aréchaga____________________(1) Cfr. servicio 125/99: «Cambios recientes en la financiación de la Universidad», resumen de un artículo de María José San Segundo.