Irene Vallejo: “Intento generar interés por lo eterno”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 18min.
Irene Vallejo

Fotos: Santi G. Barros

 

Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) es el rostro lúcido, la mirada clara, las manos unidas, las líneas contundentes, los libros en vena y el perfume atractivo de humanismo que destilan El infinito en un junco (Siruela), y sus columnas sin volutas de El País, y sus intervenciones en el debate público, y sus tuits con savia de honesto terciopelo.

Firme y sutil. Decidida y abarcante. Libre, pero no a su bola. Una, pero muy social. Niña, pero madre de un estilo. Tímida, pero líder de un tono hospitalario.

Opina con cadencia musical. Introduce sus respuestas con una sonrisa. Es un puente entre culturas con un pie en Latinoamérica y las maletas de primavera hablando inglés. Sensible. Primorosa. Ha dicho Vargas Llosa que el libro de esta maña “se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida”. Con el Infinito y más allá ha nacido un clásico entre los juncos del Ebro.

Premio Ojo Crítico de Narrativa 2019. Premio Nacional de Ensayo 2020. Premio al Líder Humanista 2022 que concede la Fundación Independiente “por su trayectoria como filóloga y escritora, su defensa de los libros y su apoyo al fomento del humanismo desde la sociedad civil”.

Hemos venido a cogerle las costuras para el molde. Para imitar lo que se pueda. Aunque se ponga colorada. Es por una buena causa social.

— Después de leerte y de escucharte, creo que eres la digestión lógica de una verdadera humanista: culta, sencilla, coherente, interesante, apasionada, constructiva, honda, esperanzadora, amable, humana y trascendente.

— Eso es empezar la entrevista poniendo el listón muy alto… Quizá sea una apreciación extrema. Ahora los lectores esperarán más de la cuenta. Mi mundo tiene que ver mucho con la curiosidad y la atención. Como hacéis los periodistas, trato de ir con los ojos abiertos, escuchar, atender a las personas con las que me encuentro y aprender constantemente. 

“El oficio de los humanistas es, también, hacer atractivo el conocimiento, el saber y la cultura”

 — Culta. Repites con frecuencia que los humanistas deben dar razones sobre la importancia de las humanidades. E insistes en que esas razones deben ser atractivas, atrapantes, cautivadoras, seductoras.

— El oficio de los humanistas es, también, hacer atractivo el conocimiento, el saber, la cultura… A veces tenemos que hacer frente, con nuestro ejemplo, a la experiencia que hayan podido tener algunos de que los libros, la literatura o el teatro son espacios elitistas y cerrados, porque son todo lo contrario: son una invitación permanente a reunirnos alrededor de lo que nos une.

— Sencilla. El infinito en un junco es la expresión gráfica de la academia hecha best seller. De la divulgación literaria para muchos públicos. Tu tono en la conversación pública es como un abrazo de pueblo. ¿Por qué las humanidades nos descomplican la vida y la forma de ser, estar y aparecer?

— La vida es compleja y las sociedades democráticas, también, porque tenemos que intentar encontrar acuerdos entre muchas voluntades, intereses y miradas. Es bueno que las humanidades y el conocimiento ayuden a trenzar soluciones y acuerdos dentro de este mundo complicado. Incluso es sano perderle el miedo a esa complejidad, porque es mucho mejor que la simplificación.

Nunca imaginé que El infinito en un junco se convirtiera en un best seller. Solo quise evocar el lenguaje y la fascinación con la que yo escuchaba hablar de los clásicos a mis padres sin insistir en su valor cultural o en su trascendencia; sin pretender que el conocerlos me llevara a presumir o a jactarme de nada. Me contaban esas historias porque las encontraban hermosas y porque creían en ellas. Esa expresión esencialmente hospitalaria es con la que yo quise escribir esta historia.

Es muy importante que exista el ensayo académico de investigación, con el que reunimos datos, actualizamos el saber y construimos conocimiento. También es interesante que existan libros más divulgativos que lleven a la sociedad el resultado de la mirada completa con la perspectiva que todos esos ensayos han transformado de una manera asequible. Los libros son un buen camino para los que colaboran, se contestan y se replican. Me gusta mucho la tradición anglosajona en la que especialistas muy reputados escriben libros divulgativos con los que también cumplen esa función de la universidad de devolver a la sociedad el conocimiento elaborado para contribuir a sus debates. Me parece un gran servicio para mejorar el nivel de la conversación pública.

Irene Vallejo
Foto: Santi G. Barros

El infinito en un junco, en el fondo, está dedicado a esa gran gesta de la democratización del saber. A ese empeño de nuestros antecesores de sacar el conocimiento de los espacios del privilegio y llevarlo, a través de las bibliotecas, de las escuelas y de la educación, a todos los rincones, que es una tarea que no hemos terminado todavía, pero en la que hemos avanzado maravillosamente. A pesar de tantos mensajes pesimistas sobre los índices de lectura, pienso que es bueno concentrarse en que todo el que quiera, tenga acceso a los libros. Eso está siendo un logro tan espectacular que deberíamos celebrarlo y ser conscientes de la importancia de mantenerlo a través de espacios como las bibliotecas municipales, donde está en juego que perdure esa aventura.

“Me gusta intentar iluminar ese humanismo tan sencillo que consiste en que cada uno haga su trabajo lo mejor posible”

— Coherente. Cuando una persona busca más la verdad que tener razón, se nota. Cuando esa búsqueda es un objetivo real, en público y en privado, todas las líneas de fuga se dirigen a la misma clave. ¿Hasta qué punto la búsqueda de la verdad puede dar sentido a una vida en esta sociedad caleidoscópica que ha impuesto, casi, el dogma del relativismo?

— Los escritores estamos en perpetua búsqueda. Nuestro oficio también consiste en dar voz a otras personas, colocarnos en otras pieles y en otras mentes. Para eso es muy conveniente mirar sin imponer nuestro punto de vista y entender el complejo juego que construye la sociedad. Al mismo tiempo, en medio de todo ese cúmulo de miradas individuales, debemos encontrar unas líneas maestras para reivindicar lo que nos parece valioso. En esa tensión entre ser otros para intentar ser nosotros mismos está el difícil arte de la literatura, de la ficción, del ensayo. Se trata de estar muy abiertos y, a la vez, transmitir con suavidad unos mensajes que tengan contenido, porque no nos limitamos simplemente a una forma o a hacer de notarios de una serie de comportamientos y de miradas. En todo esto hay una búsqueda de sentido que es uno de los cometidos más importantes de la literatura. Desde el principio de los tiempos, no solo contamos un relato o una historia, sino que esa historia contiene una semilla de sentido. La literatura es un vehículo muy poderoso para encontrarnos y reconocernos a través de nuestras historias.

Tampoco tengo la pretensión de conseguir esa mirada lúcida, sino de estar constantemente persiguiendo lo que dice la filosofía. El filósofo es quien ama, aspira, busca o pretende la sabiduría. El filósofo no se atreve a decir que es sabio, sino que vive en la búsqueda. No sabemos si alcanzaremos la meta, pero el proceso es muy emocionante.

— Interesante. Mucha gente de la cultura habla de sí misma. Tú hablas de libros, de democracia, de futuro, de valores clásicos, de pilares que perduran. Hablas de trascendencia como trazando puentes que nos conecten a todos generando interés.

— Intento generar interés por lo eterno. En un momento tan agitado en la vida política, en el momento histórico y en las crisis que vivimos, pienso en la importancia de cuidar las palabras y de utilizarlas como vehículo de las experiencias que compartimos. Los escritores a veces hablamos en primera persona, pero para intentar apelar a una experiencia propia que, de alguna manera, se puede abstraer y generalizar. Cuando hablo, por ejemplo, de mi hijo, de la enfermedad con la que nació, lo hago, sobre todo, para insistir en lo importante que ha sido la sanidad que hemos construido entre todos. Y también me sirve para dejar claro que El infinito en un junco habría sido imposible si yo hubiera vivido en un país sin nuestro modelo sanitario y hubiera tenido que hipotecarme para pagar sus tratamientos. Entonces no hubiera habido libro y no hubiera habido nada. Entonces no hubiera sucedido nada de lo que me ha acontecido y que me ha cambiado la vida. Ni siquiera podríamos estar ahora hablando de filosofía y de democracia. Me gusta intentar iluminar los espacios de penumbra donde están los verdaderos humanistas y ese humanismo tan sencillo que consiste en que cada uno haga su trabajo lo mejor posible.

— Cuando hablas de tu hijo también hablas de cuidados y lo haces de una forma que invita a entender la grandeza de servir y de cuidar a los demás en una sociedad donde la soledad se ha convertido en una epidemia. Cuidar es una expresión rotunda de humanismo.

— Nuestra sociedad tiene problemas evidentes de soledad, pero también está creando muchas formas de asistir y sostener. A veces ponemos más el foco en el egoísmo, como si fuera consustancial al ser humano, pero también hay una parte de nuestras sociedades profundamente colectiva y solidaria de manera espontánea, porque entendemos que formamos parte de una red. Es importante insistir en esto. El humanismo se refiere a estos impulsos nobles y a la ilusión por convertir esas tendencias en hábitos conscientes que nos inviten a reflexionar y comprender nuestra médula espinal. Hay muchas iniciativas sociales profundamente transformadoras que alimentan la esperanza y todos estamos muy necesitados de esperanza apasionada.

“El cerebro es un órgano lento que ha creado las máquinas rápidas que son las pantallas. Y no al revés”

— Apasionada. Pocas personas son capaces de escribir la historia de los libros y provocar adicción en los lectores. En muchos lectores y de muchas lenguas. Con frecuencia, al pensar en las humanidades, hablas de asombro, de fascinación… ¿Qué papel tiene el corazón en las humanidades para templar el emotivismo y el racionalismo?

— Estamos siempre entre los dos extremos: el de dejarnos llevar solo por los argumentos emocionales o el de una abstracción fría que no convoca el entusiasmo. Soy una persona muy apasionada por carácter. Me relaciono con el saber, con el conocimiento y con la escritura a partir de esa especie de asombro infantil del que hablaba Aristóteles como origen de toda la filosofía. La experiencia a veces nos permite avanzar, pero de manera mecánica. La capacidad de sorprendernos por aquello que hemos asimilado como normal y como cotidiano nos ayuda a sortear la rutina y a movilizarnos ante ciertos logros.

— Constructiva. Generalmente pones tus acentos en las cosas positivas, en las que unen, y en el sentido común. Y lo haces sin caer en el buen rollito y el argumentario populista y motivacional. ¿Por qué?

— Porque yo he llegado por esta vía del estudio de los clásicos y me he dado cuenta de que si puedes vibrar con un texto escrito hace 2000 años, quizás es porque las semejanzas entre las emociones, las necesidades, los miedos y las preocupaciones humanas son mucho mayores que esas pequeñas diferencias que ahora nos empeñamos en destacar. Como ese ha sido mi camino, intento reconstruirlo y compartirlo con otras personas. Volver al pasado es una constante para mí, pero no por una cuestión de erudición, ni por acumular conocimientos para exhibirlos, sino precisamente por insistir en todo lo que tenemos en común. En general, los abogados de las divisiones tienen intereses propios en esa polarización y creo que hay que ofrecer una cierta resistencia y equilibrar esos mensajes. Por supuesto que la crítica es importante. Por supuesto que no podemos estar constantemente mirando con una especie de complacencia lo que hemos conseguido, pero tenemos que estar orgullosos de los logros que hemos conseguido como sociedad.

— Honda. Por tu formación académica hablas al fondo, incluso, al alma. Y tocas los resortes. ¿Se puede ser feliz si vivimos solo en la epidermis de las cosas?

— Todo tiene un equilibrio. Tampoco hay que excederse con la profundidad. A todos nos gusta, de vez en cuando, la frivolidad divertida de las redes. Pero es verdad que ese no puede ser el único ingrediente. En este mundo que nos parece tan complicado y donde nos avasalla, nos abruma y nos apabulla la cantidad de información, también necesitamos hacer lecturas profundas de la sociedad. Esa es también es la misión que cumplen los libros. Las pantallas son muy inmediatas y muy rápidas. Parece que invitan a la reacción visceral e instantánea. A mí me gusta insistir en que el cerebro es un órgano lento y que nos ha costado mucho tiempo ir con calma, porque la primera reacción animal es la instintiva. Desarrollar la racionalidad nos ha supuesto un gran esfuerzo y muchos siglos. Esa máquina lenta que son nuestros cerebros ha creado estas máquinas rápidas. Y no al revés. Me gusta abogar por esa lentitud, porque ese ritmo profundo equilibra algunas tendencias vertiginosas y peligrosas que se imponen y afectan también a nuestra vida cotidiana, a nuestros afectos, a nuestro trabajo.

— A veces nos vemos obligados a trabajar demasiado rápido y a no pensar. Sócrates se dedicaba a pasearse por el ágora, por las calles y por los gimnasios de Atenas interrumpiendo a la gente en sus obligaciones precipitadas y en su prisa cotidiana para preguntarles qué es la justicia, qué es la amistad, qué es el amor… ¡Qué poco nos hemos parado a dar contenido a las grandes preguntas de nuestra vida y a pensar nuestra definición! La esencia del humanismo es el hábito de una actuación ética. Por eso no estamos hablando solo de gente de letras, porque todas las profesiones necesitan una ética que consiste en una especie de virtud por pararnos a pensar y analizar las consecuencias de nuestro trabajo y el fin al que nos lleva. ¿Es eso lo que quiero? ¿Cómo afectan mis acciones a otras personas? Una sociedad mayoritariamente ética se detiene voluntariamente en medio del ruido y de la furia para saber mejor y compartir quiénes somos y hacia dónde vamos.

“La esencia del humanismo es el hábito de una actuación ética”

— Amable. Algunas personas inteligentes son frías y distantes. Muchos gerifaltes de la cultura miran por encima del hombro. Tu empatía parece real. Se te ve firme, segura, compacta, pero como de algodón. La tiranía de las ideologías no contamina tu discurso. Apetece charlar contigo sin reloj.

— Muchísimas gracias. Eso es parte de mi compromiso personal como filóloga con el cuidado de las palabras. Hay un concepto que ahora no tiene mucho éxito, que es el de las formas. Parece que las formas se asocien con la hipocresía. Hay una antesala del debate que tiene que ver con la manera de tratar a una persona, de estar con ella, de mirarla a los ojos, de sonreír. Todos esos gestos, el tono, el lenguaje, el evitar las alusiones agresivas o el argumento ad personam por lo que has hecho, por lo que eres, por lo que dices… Si toda esa suma de elementos que son el preámbulo de la conversación previo a los argumentos no es hospitalaria, se interrumpe el deseo de escuchar y conversar. Para tener la posibilidad de apelar a la humanidad de otra persona, tienes que respetarla profundamente. Esa es la base esencial del diálogo, en general, y de la democracia, en particular, que es una modulación peculiar del diálogo. La higiene del lenguaje y de la comunicación tiene mucho que ver con el trabajo de los filólogos y de los lingüistas. También estamos aquí para reivindicarlo y protegerlo.

“Necesitamos médicos humanistas, científicos humanistas, políticos humanistas y personas que busquen contribuir a la armonía de la sociedad, que depende de todos, con su trabajo cotidiano”

— Humana. Te interesan todos los problemas de las personas y, de hecho, diría que tu pasión por los clásicos tiene que ver con la búsqueda de medicinas para que todos seamos mejores hoy. Transmites misericordia, predilección por el más débil y deseos de unión. Aplaudes la recta exhibición de la fragilidad y relativizas el éxito. ¿Hasta qué punto es sana la ingenuidad cuando le rompe la cintura a la inhumanidad ajena?

— Al percibir la atmósfera tan crispada, trato de relajar a mis lectores en todos los artículos. Me parece que puede ser una aportación, como también lo es quitar hierro a nuestras angustias e insistir en esa fragilidad que nos constituye, que nos define y que, además, se ha manifestado desde la Antigüedad. He comprobado que muchas de las cuestiones que nos angustian hoy ya angustiaban a los antiguos, y eso nos tranquiliza mucho a todos. No es que estemos haciendo algo mal, es que esto es inherente a la humanidad. Como recordaba Martha Nussbaum, la filósofa norteamericana que fue Premio Príncipe de Asturias en 2012, lo que intenta hacer el humanismo es asociar nuestras percepciones de fragilidad, de incertidumbre o de debilidad a la sorpresa, al conocimiento, al descubrimiento, y al cambio, y no solo a la ansiedad. Crear esa conexión es una labor importante.

— Esperanzadora. Conjugas realismo y optimismo. Has sufrido y también conoces los tesoros del corazón humano. No tienes fe, pero miras al horizonte con fe y proyectas una luz que da calor.

— En mi familia siempre me decían que era la pesimista oficial… Hasta que llegó el momento en el que la situación se puso realmente dura con el nacimiento de mi hijo. Entonces cambié cuando tenía la sensación de estar tocando fondo. Descubrí que, contra lo que había pensado siempre, recibía una gran ayuda. Que mucha gente se movilizaba en mi favor. Aquello me dio una visión diferente, incluso retrospectiva, de todo lo que había vivido y también transformó profundamente el libro que estaba escribiendo.

Mi idea original era contar una historia de los libros mucho más ortodoxa y me di cuenta de que los libros no sobreviven sin las personas que se dedicaban a cuidarlos desde la penumbra, que son las mismas que, sin vanidad, se dedicaban a cuidar de nosotros. Ser conscientes de todo lo que hemos recibido es una forma de optimismo nacida del pesimismo o una forma de fe. Y maduré. Fue como tomar conciencia, como Diógenes con su farol, de la existencia de muchas personas honestas que suelen estar en la penumbra o en lugares oscuros, poco conocidos. No brillan bajo la luz de los focos, ni se acompañan de fama o dinero, pero humanizan el mundo. Esos son los verdaderos humanistas y es importante que se sientan valorados. Hay mucha gente que toma decisiones que no son rentables por idealismo, y eso tiene que ver con algo que está en nuestras raíces: que el humanismo nos hace más felices que otro tipo de decisiones y otro tipo de actividades, pues garantiza la supervivencia y el funcionamiento de la sociedad.

— Trascendente. Actúas –escribes, hablas, te mueves en el discurso público– como si tu vida y tu proyección no fueran a terminar en un punto final de barro. Como consciente de que los hombres y las mujeres no hemos sido creados para ser solo carne de ataúd.

— Tengo la percepción de una trascendencia a través del influjo que ejerce nuestra vida y nuestras obras sobre los demás, como vemos especialmente en la educación de nuestros hijos. Es una manera de sobrevivir en ellos. Todo eso deja un poso que va más allá de uno mismo y es importante cultivarlo. Genera una honda satisfacción pensar que a través de las palabras, las decisiones y las acciones podemos influir en otras vidas e incluso generar grandes transformaciones.

Nunca imaginé que pudiera influir positivamente con El infinito en un junco. Desde el principio creía que lo más realista era aseverar que la obra pasaría desapercibida, como suele pasar con los libros ante la avalancha de novedades.

Era una cuestión estadística. Precisamente por eso, lo escribí con la enorme libertad que dan las bajas expectativas. Ahora pienso que hay que escribir como si los libros pudieran tener algún influjo en la sociedad, que es bueno trabajar como si pudiéramos cambiar las cosas, aunque los obstáculos sean enormes, y que debemos buscar pareja como si fuera a durar toda la vida. La visión trascendente es una palanca esencial.

— ¿Por qué las humanidades mejoran a las personas y a las sociedades?

— Ese ser personas del que hablaba María Zambrano va más allá de nosotros mismos. En la medida en que nos dejamos guiar por ese faro, por esa brújula, por ese astrolabio, la sociedad mejora. El humanismo nos ayuda a trascender el individualismo y sabemos que a las sociedades generosas les va mejor. Todos llevamos dentro la semilla de la necesidad de construir algo que vaya más allá de nosotros mismos, y abonarla es profundamente gratificante.

Me parece una gran idea no solo luchar por el futuro de las disciplinas humanísticas, sino insistir en que las humanidades están en todas partes y que no hace falta estudiar filosofía para ser humanista. Necesitamos médicos humanistas, científicos humanistas, políticos humanistas y personas que, en su trabajo cotidiano, busquen contribuir a la armonía de la sociedad, que depende de todos.

— El infinito en un ¡gracias!

Álvaro Sánchez León
@asanleo

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