Discriminación positiva en la universidad: La experiencia de Estados Unidos
En Estados Unidos, el debate sobre la igualdad de oportunidades en el acceso a la enseñanza superior se ha centrado en la raza. En 2003, el Tribunal Supremo confirmó que se puede favorecer a los candidatos de minorías subrepresentadas en las aulas. Pero la promoción de los grupos desaventajados requiere más que facilitarles el ingreso en la universidad, cosa que -si no se hace bien- puede resultar contraproducente. Así lo muestra lo que ocurrió en la City University of New York.
No es de la Ivy League. No tiene un «campus» con extensas praderas, ni residencias de estudiantes, ni un gran equipo de baloncesto o fútbol. Sus «colleges» están en plena ciudad, repartidos por los cinco distritos neoyorquinos.
Pero sin el «glamour» de las instituciones de élite, la City University of New York (CUNY) no carece de un brillante historial. De sus aulas han salido doce premios Nobel, entre ellos dos mujeres, graduadas por Hunter cuando este «college» aún era femenino. En esto, la CUNY aventaja a casi todas las demás universidades públicas de Estados Unidos.
Fundada en 1847 por el ayuntamiento de Nueva York, durante gran parte de su historia la CUNY se ha distinguido por ofrecer a los neoyorquinos una educación de buena calidad y gratuita. Y entre sus antiguos alumnos hay muchos de extracción social modesta.
Pero el brillante historial parece cosa del pasado. Los doce premios Nobel salidos de la CUNY se graduaron entre 1933 y 1954, incluido el último, Robert Aumann, Nobel de Economía en 2005, que es de la promoción de 1950. ¿Qué ocurrió después de esos años? Lo recordaba «The Economist» (21-01-2006) en un relato de ascenso, caída y resurrección.
Fin de la calidad y de la gratuidad
La CUNY fue muy prestigiosa hasta los años sesenta. Entonces, como todas las universidades norteamericanas, se vio sometida a fuertes presiones para que admitiera a más estudiantes de minorías. Y aunque la CUNY no hacía discriminación, el caso era que pocos negros o hispanos lograban aprobar el difícil examen de ingreso en los principales «colleges». Eso, decían los críticos, era contrario a los principios fundacionales de la universidad, cuya misión es «servir a todos los ciudadanos de Nueva York». La CUNY entonces bajó el listón, pero eso no bastó para calmar las protestas. Tras la gran huelga estudiantil de 1969, la universidad eliminó por completo los requisitos académicos para el ingreso.
Si se pretendía así ayudar a tantos miembros de minorías desfavorecidas, excluidos de la educación de calidad que impartía la CUNY, se les hizo un flaco servicio. Siguieron excluidos, pues aunque pudieron entrar, la CUNY dejó de impartir educación de calidad. Las admisiones se dispararon, pero el nivel se hundió, y con el nivel, cayó el prestigio. Al poco tiempo, además, se hizo imposible financiar la fuerte expansión del alumnado: en 1976, el ayuntamiento estaba en números rojos y obligó a la CUNY a cobrar por la matrícula.
La CUNY ya no era ni buena ni gratuita. Los nuevos estudiantes llegaban de la escuela mal preparados y necesitaban que la universidad les facilitara cursillos compensatorios de lectura, escritura o matemáticas. Con escasos frutos: la tasa de abandonos superaba el 40% de los alumnos y llegaba a dos tercios entre los de minorías. La CUNY, sí, había permitido el acceso a muchos; pero, como concluía un informe encargado en 1999 por el ayuntamiento, a la vista de la situación surgía una pregunta: «¿Acceso a qué?».
Retorno a la exigencia
Con el informe en la mano, el entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, ordenó una reforma de la CUNY. Se nombró un nuevo equipo rector, que restauró los requisitos académicos de ingreso y se centró en elevar el nivel de la enseñanza.
Ahora se exige una nota mínima a todos los que quieren entrar. Los once «colleges» superiores (los que imparten carreras de cuatro años) de la CUNY, desde 2001 ya no dan cursillos compensatorios. Se ha instaurado un plan para atraer alumnos brillantes, ofreciéndoles matrícula gratuita, más 7.500 dólares anuales para gastos y un ordenador portátil. Este año hay unos 1.100 de estos becarios, cuya nota media les sitúa entre el 7% de estudiantes con mejores calificaciones de todo el país.
No ha faltado contestación a las reformas. Los críticos decían que se estaba creando una CUNY «de dos velocidades», con unos «colleges» -los mejores- muy selectivos, de los que quedaban excluidos los negros y los hispanos.
Hasta ahora, sin embargo, el retorno a la exigencia no ha provocado esa temida segregación. La composición racial del alumnado en los «colleges» superiores no ha variado. La universidad recibe más solicitudes de ingreso, no menos. La subida del listón ha elevado a todos. En 1997, los alumnos de la CUNY estaban, por notas, en el tercio más bajo del país; ahora están en el tercio más alto, y eso sin incluir a los brillantes becarios. Los antiguos alumnos, de nuevo orgullosos de su «alma mater», contribuyen al presupuesto con más donaciones.
El problema viene de la escuela
La historia de la CUNY enseña algunas lecciones. Una es que bajar el nivel hace poco por los grupos en desventaja, porque les acaba dando no la educación de calidad de la que están privados, sino una versión inferior. Promover a los que están abajo supone ayudarles a subir, y para eso -he aquí otra enseñanza- la igualdad estadística no sirve por sí sola. Para que estén representados en la universidad de modo proporcionado con su peso demográfico, lo decisivo no es facilitarles la entrada, sino lograr que lleguen bien preparados.
Como se dijo cuando el Tribunal Supremo aprobó la discriminación positiva a favor de las minorías étnicas en la universidad (ver Aceprensa 99/03), en realidad el problema viene de más abajo. Por razones diversas y complejas, las minorías desfavorecidas tienen peores resultados en la escuela.
En la CUNY lo saben, y han adoptado medidas preventivas. La universidad ha implantado un programa llamado College Now, que ofrece clases de refuerzo a sus posibles candidatos cuando aún están en la escuela secundaria. No es la única iniciativa de este tipo, como explica un artículo de David Wessel en «The Wall Street Journal» (23-03-2006). Otra, llamada Salto al Futuro, hace lo mismo con escolares hispanos de Montgomery, un condado de Maryland, para que sean capaces de aprobar el examen de ingreso en el «college» del condado.
Los programas de este tipo, comenta Wessel, en parte obedecen a la necesidad de combatir un «efecto secundario» de la apertura de la universidad a todos. Es el problema contrario al de Japón, donde la enseñanza media es una dura competición para entrar en las selectivas universidades de prestigio, y los estudios superiores son, en comparación, un paseo. Muchos colegiales norteamericanos, dice un sociólogo citado por Wessel, no estudian bastante para llegar bien preparados a la universidad: «Saben que las políticas de puertas abiertas les permitirán entrar, pero no comprenden que tienen pocas posibilidades de conseguir un título. Parece que a los estudiantes de secundaria les prometen acceso fácil al «college» a cambio de poco esfuerzo».
Las universidades están dispuestas a premiar el esfuerzo. Una tendencia significativa, señalada por «The Wall Street Journal» (20-04-2006), es que en el último decenio ha aumentado la proporción de becas que se conceden por méritos académicos, no por necesidad económica. En esto llevan la delantera los «colleges» superiores públicos, que han aumentado las ayudas de este tipo del 45% al 62% del total, mientras que los «colleges» privados han pasado del 33% al 50%.
El Tribunal Supremo anunció la semana pasada que admitía un caso sobre discriminación positiva en la enseñanza media, similar al sentenciado en 2003 con respecto a la universidad. La cuestión es si las escuelas públicas pueden tener en cuenta la raza al seleccionar alumnos cuando hay exceso de solicitudes. Cabe, sin embargo, preguntarse qué es más importante para los miembros de minorías étnicas: que las escuelas les seleccionen, o que ellos puedan seleccionar escuela.
Juan Domínguez____________________Ver también La universidad de élite francesa tantea la discriminación positiva y Brasil quiere una universidad interracial.