La educación de los niños de este nuevo siglo es más complicada que antes, según dicen. En el caso de los chicos, además, se ha enmarañado con las opiniones de «expertos» que confunden las características del género con los problemas de aprendizaje (de ahí al psicólogo, centímetros). Es conocida la necesidad de dar una educación personalizada y, por tanto, adaptada a las características específicas de cada sexo. Pero también es importante conseguir que la educación que reciben en casa, en el colegio y durante el tiempo libre vaya en la misma línea. La documentación que sigue puede servir de pista.
Andrew Mullins, director del Redfield College (Sydney), está convencido de que la labor conjunta de padres y profesores para educar a los niños sobre la base de las virtudes es la clave. Lo explica en un artículo publicado en Perspective (agosto de 2000) del que extractamos unos párrafos.
Las librerías rebosan de libros sobre educación de los chicos, pero muchos se centran exclusivamente en lo inmediato: cómo hacer feliz al niño (no cómo educarlo para que pueda ser feliz en el futuro); cómo evitar los traumas infantiles; cómo cambiar los pañales, etc. Sin embargo, rara vez hablan de cómo enseñarles virtudes, como si esa educación no fuera eficaz o como si el término pudiera herir sensibilidades.
La base de la formación del carácter
La crisis de los chicos indica que nuestros métodos educativos han perdido eficiencia. Las sociedades occidentales han estado de acuerdo –es una tradición ininterrumpida desde hace 2.400 años– en que las virtudes son la base de la formación del carácter y del desarrollo de la personalidad, y no solo una posibilidad entre las muchas formas de madurar que tiene un ser humano.
El distrito donde está mi colegio tiene los riesgos típicos para los jóvenes urbanos: venta de droga, fiestas extravagantes, salidas nocturnas hasta muy tarde, vandalismo, etc. ¿Qué hacer? Los colegios australianos no se preocupan de enseñar virtudes, sino de formar la inteligencia, enseñar algunas habilidades y conseguir una buena media de aprobados.
La solución penal es tentadora. Tendría resultados a corto plazo, pero Confucio decía que «si las leyes y los castigos se utilizan para mantener el orden, la gente tratará de evitar el castigo y no tendrá sentido de la vergüenza si hace algo que la ley prohíbe». Por «vergüenza» entiende la respuesta a lo que está bien y lo que está mal, que algunos llaman conciencia.
La solución es más bien educar a los jóvenes para que sepan distinguir lo que está bien y lo que está mal. Enseñarles a practicar la virtudes clásicas y a no saltarse las reglas del juego: «Haz el bien y evita el mal»; «Compórtate con los demás como te gustaría que se comportaran contigo»; «Conócete a ti mismo». Un estudio de Michael Resnick publicado en el Journal of the American Medical Association en 1997 demuestra que los chicos educados según unos principios morales tienen menos riesgo de caer en las drogas, el alcohol y la promiscuidad sexual.
Entonces, ¿por qué esperamos hasta la adolescencia para actuar? Porque se nos ha olvidado que los buenos hábitos –como leer o respetar a las personas– se aprenden con más facilidad en la infancia que en la adolescencia, que suele ser momento de crisis. He observado que, por ejemplo, es prácticamente imposible que un chico de 14 años con poco hábito de estudio consiga desarrollarlo sin proponérselo con la más fuerte de las determinaciones; y a esa edad no suelen darse resoluciones tan fuertes.
Modelos masculinos positivos
Otra causa de la vulnerabilidad actual de los chicos es la pérdida del ejemplo de modelos masculinos positivos. Hay un libro de David Blankenhorn, Fatherless America, que habla de este problema [cfr. servicio 132/95]. Los padres son el modelo natural para sus hijos. A través de ellos los hijos aprenden a ser hombres y entienden qué significa ser fiel a la familia, la capacidad de superar las dificultades, el respeto a la mujer, el valor del trabajo como servicio, etc. Es un axioma de la existencia humana que las personas imitamos a quienes admiramos.
En la época adolescente padre e hijo no son personas especialmente cercanas y no es extraño que ambos hayan dejado de intentar llevarse bien. Muchos padres australianos crecieron en los 50 y 60, cuando la brecha generacional ya se había producido. Ellos no conectaron bien con sus padres; pero ahora, ya padres, están experimentando lo mismo que vivieron en sus propios hogares. Una vez que se ha abierto la brecha entre padre e hijo, es muy difícil cerrarla. Los padres deberían aprender a resolverlo, pero ¿quién les enseña?
Colegios que apoyen a los padres
Los políticos suelen tratar de solucionar los problemas por impulsos. En Australia hemos asistido a la Estrategia Nacional de Educación sobre las Drogas; a la Estrategia Nacional para la Promoción de la Salud en las escuelas; a los programas de educación sobre el SIDA, etc.
Toda acción necesita una política, pero también es cierto que la política socio-educativa que no fortalece a los padres es ineficaz. Por ejemplo, el programa Talking Sexual Health señala a los «padres y a las personas mayores como los primeros responsables de la educación sexual», pero no incide en la necesidad de prepararlos o motivarlos para esta tarea. Con el plan sobre drogas ocurre otro tanto.
También se puede publicar en el periódico una guía sobre «Cómo ser un buen padre». El año pasado se insertaron en los periódicos dominicales suplementos sobre educación que costaron miles de dólares. Pero aprender a educar no se consigue leyendo.
Ningún método puede ser tan eficaz como los colegios. Las escuelas están en contacto con el 95% de los padres con hijos pequeños, es decir, tienen una vía de entrada en miles de hogares, con la que pueden dar a los padres el apoyo necesario para convertirse en mejores padres.
Algunos colegios organizan reuniones con los padres en las que distribuyen los resultados de las encuestas que han hecho a sus hijos. Muchos chicos contestan que les resulta difícil hablar con sus padres porque vuelven a casa estresados. Uno decía que el mejor momento para charlar era cuando el equipo de su padre ganaba y el peor, cuando perdía. Las madres tampoco eran perfectas, aunque sacaran más puntos que los padres. Los chicos de 8 y 9 años decían que era duro comunicarse con sus madres cuando estaban de mal humor. En resumen, los chicos se desaniman con los enfados, impaciencias o resistencia a ser molestados que a veces muestran sus padres.
En casa y en la escuela
Tenemos experiencia de que esta información ayuda mucho a los padres. No hay ningún padre o madre que no quiera ser mejor. Pero también comprobamos que los deseos y la realidad son cosas diferentes. Y la realidad es que unos padres que son «malos educadores» pueden cortar los vuelos de sus hijos de por vida.
Algunos programas de virtudes humanas sirven de cauce para desarrollar la educación del carácter. El programa trata una virtud cada semana, apropiada a la edad de cada chico, con ideas prácticas para que los chicos las pongan en práctica. Mi colegio ha desarrollado el programa desde su fundación en 1986.
Los padres que siguen el programa en sus casas lo hacen más efectivo. Y el esfuerzo de los padres para trabajar ellos mismos la virtud semanal es una excelente motivación para los chicos.
Los profesores saben que su actitud en clase fomenta o destroza la práctica de las virtudes. Si un profesor hace la vista gorda a la suciedad en clase o si no se asegura de que lo que se rompe se paga, lo que se enseña al chico en casa puede quedar inutilizado.
Más de 2.400 años de historia significan que un programa para educar en las virtudes puede ser de todo menos un experimento.
Ser chico no es patológico
En 2.400 años de historia también se han hecho experimentos. En 1992, la American Association of University Women (Estados Unidos) publicó el informe How Schools Shortchange Girls, donde denunciaba que las escuelas públicas discriminaban a las chicas. El informe costó 100.000 dólares y se gastaron 150.000 dólares en difundirlo. Cundió el pánico. El éxito mediático generó otros 1.400 nuevos estudios y debates televisivos sobre la tragedia nacional de las chicas, a pesar de que el informe apoyaba con muy pocos datos sus terribles descripciones.
La moda se extendió por los países desarrollados, donde también se idearon programas escolares para la erradicación de los modelos sexistas del sistema educativo ¡ya! Por fortuna, el mito de que las escuelas no hacen caso a las niñas está a la baja: sencillamente, no es cierto.
Más problemas que las chicas
Lo que está más claro desde hace años –con datos– es que los chicos en edad escolar están teniendo más problemas que las chicas, dentro y fuera de la escuela. Según las estadísticas de muchos países, las chicas leen y escriben mejor que los chicos; están prácticamente al mismo nivel en ciencias y matemáticas, que siempre habían sido coto masculino; hay más tituladas universitarias, etc.
En el caso de Estados Unidos, los chicos tienen peores resultados en lectura y escritura que las chicas desde principios de los ochenta, según el Departamento de Educación. Hay un número desproporcionado de chicos en la educación especial para estudiantes con trastornos de la conducta o del desarrollo. Ellos son también la mayoría (58%) de los alumnos que abandonan la enseñanza secundaria. Entre los alumnos que terminan la secundaria, pasan a la universidad el 60,1% de los chicos y el 69,7% de las chicas. El 57% de los titulados universitarios son mujeres. La diferencia es mayor entre la población negra, en la que son mujeres el 63%. Aquí resalta más el fracaso masculino: hay más jóvenes negros en la cárcel que en la universidad (ver servicio 39/99). Podríamos seguir…
Pero una guerra de sexos no llevaría a ninguna parte (los propios padres saben que ese no es el problema). Sería más prudente enfrentarse con los problemas educativos reales de los chicos y de las chicas. Y para eso es necesario dar una atención específica a las necesidades de ambos sexos (deseamos suerte a los colegios mixtos) y, quizás, talar algunos convencimientos pedagógicos «femeninos» que, si bien no son la causa de los problemas de los chicos, no ayudan nada.
La masculinidad, bajo sospecha
Christina Hoff Sommers, antes profesora de filosofía y ahora miembro del American Enterprise Institute, es madre de dos hijos y autora del libro The War Against Boys: How Feminism Is Harming Our Young Men. El libro critica tanto la incomprensible actitud de quienes han hecho oídos sordos a las dificultades reales de los chicos como esos convencimientos «femeninos» que no han ayudado nada a resolverlos.
Sommers afirma que «son malos tiempos para ser chico, porque cada vez más alumnos viven en un ambiente de desaprobación». Según ella, los padres no sospechan la hostilidad que hay en los colegios hacia los chicos, ya que muchas profesoras están más interesadas en combatir el sexismo y persuadir a los chicos para que se comporten como chicas (prohibiendo juegos competitivos en los recreos, por ejemplo) que en enseñarles a desarrollar sus cualidades.
La insistencia para enseñar a los chicos que la supremacía masculina es inaceptable ha creado en la escuela el sentido de que la masculinidad en sí misma es un mal social y la causa de la violencia contra las mujeres. En este caso, sí ha habido datos para sostener la tesis, pero no del todo ciertos. Sommers cita a un grupo defensor de la «igualdad de género», que lleva cinco años disfrutando de una subvención del Departamento de Educación. En uno de sus estudios, afirmaba que cada año morían en Estados Unidos cuatro millones de mujeres a causa de los malos tratos. Con una sencilla división, Sommers observa que eso significa 11.000 muertes al día, mientras que las estadísticas del FBI de 1996 decían que en todo el año habían sido asesinadas 3.631 mujeres en el país.
El estilo masculino de comunicación
A pesar de que no se están tratando como conviene los problemas educativos de los chicos, hay un interés creciente en este asunto. Los libros de Michael Thompson (Raising Cain: Protecting the Emotional Life of Boys), John Nikkah (Our Boys Speak) y William Pollack (Real Boys’ Voices), muy difundidos, han elegido la línea testimonial (preguntas, respuestas, temores de los chicos) para tratar de dar soluciones. Simplificando mucho, los autores concluyen que la mayoría de los chicos no están a gusto con su manera de ser; que sufren mucho afectivamente; que hay que enseñarles a mostrar su lado cariñoso por el procedimiento de pasar más tiempo con la madre; y que hay que enseñar a los adultos a hablar con los chicos sobre sus miedos para recuperar su confianza.
Según Sommers, esto es «patologizar» a los chicos y no respetar el estilo masculino de comunicación. Su tesis es que la mayoría de los chicos no son infelices, ni antisociales ni violentos. Son simplemente chicos, y ser chico no es ningún defecto. Mientras no se les deje de ver como potencialmente peligrosos para las chicas y las mujeres, no se advertirá que otros problemas, como la deficiente educación o el desempleo, son los que impiden que la violencia no se reduzca.
Ignacio F. Zabala
Una aula para ellos solos
Andrew Halls, director del Magdalen College School (Oxford), mantiene en un artículo publicado en The Independent (2 noviembre 2000) que para muchos chicos es beneficioso ser educados en colegios para ellos solos. Seleccionamos unos párrafos.
Casi todos los padres saben que las necesidades de los chicos y las chicas son diferentes. Por eso es importante que al menos algunas escuelas continúen siendo «especialistas» en educación de chicos.
Solo hace falta ver unos cuantos programas de televisión o revistas para adolescentes para comprender la presión a que están sometidos, y que tiene mucho que ver con su manera de vestir, de consumir o de comportarse.
La influencia que estas cosas tienen en las chicas está muy estudiada, pero el impacto en los chicos es también muy fuerte. Para los chicos del año 2000, las cosas son más complicadas que para los de antes. Saben más, pero tienen menos seguridad, y es aquí donde una escuela para chicos puede ayudarles.
El comportamiento de los chicos en un colegio mixto y en uno de chicos es muy diferente, especialmente entre los 11 y los 16 años. A esa edad es cuando los chicos entienden menos a las chicas y piensan que deben comportarse de manera brusca. A menudo, cuanto más incómodos estén en compañía de niñas, más tratarán de expresar su masculinidad de forma innecesaria. Pero sin ese temor inmediato a ser medidos en la balanza sexual, en colegios de chicos es donde mejor disfrutan de las actividades diarias.
Los colegios para chicos procuran contratar profesores con aptitudes naturales para enseñarles (disfrutan con su vitalidad y entusiasmo; tienen paciencia frente a su capacidad inagotable de olvidarse de las instrucciones simples; y comprenden la manera de pensar de los chicos). Los chicos necesitan objetivos claros y su competitividad natural precisa una guía para que consigan éxitos reales.
Además, responden mejor que las chicas en las lecciones en las que el profesor consigue involucrarlos y donde sus aportaciones sirven para formar el resultado de la lección. Puede parecer que lo único que quieren hacer es gritar, pelearse o empujarse unos a otros, pero precisamente por eso una escuela de chicos es el lugar donde aprenden que el límite empieza justo a su lado.
Muchos colegios de chicos han llegado a acuerdos con colegios de chicas. Así ocurre en el mío, donde las chicas participan junto a nuestros alumnos en las actividades de debate y teatro. De esta manera, no se priva a los chicos de la oportunidad de conocer chicas; sencillamente, cuando se trata de estudiar o de jugar en el colegio, pueden sentirse libres de la presión de ser como se imaginan que tienen que ser.
Las escuelas de chicos han desempeñado un papel estupendo durante mucho tiempo para encauzar la energía, intrepidez y ambición de los hombres jóvenes. Y parece que impartir ahora estas lecciones es más importante que nunca.