El Ránking de Shanghái es mirado con lupa por las Universidades de todo el mundo. El corresponsal de Le Monde en Shanghái ha planteado a los responsables de la clasificación algunas de las críticas que reciben.
Todos los años se publica el Ránking de Shanghái, que elige las 500 mejores universidades del mundo y destaca a la élite del “top 100”. Esta clasificación es mirada atentamente por los estudiantes en busca de universidad y por los responsables universitarios.
¿En qué criterios se basa este ranking? El 30% de la nota depende de la presencia de galardonados con Premios Nobel (20% por la pertenencia al cuerpo docente actual y un 10% cuando son antiguos alumnos). Las publicaciones de artículos en revistas representan por si solas el 60% de la nota, en tres niveles: un 20% por los “investigadores altamente citados”; otro 20% por el número de artículos publicados en las revistas de referencia Science y Nature; otro 20% por los artículos registrados en los índices del Science Citation Index y el Social Science Citation Index; y el restante 10% corresponde a la puntuación de todos los indicadores anteriores dividida por el número de profesores a tiempo completo.
Los criterios en que se basa la puntuación han recibido críticas desde que el ranking empezó a publicarse en 2003. Este tipo de indicadores lleva a las universidades que quieren destacar a privilegiar la productividad de los profesores-investigadores, en detrimento de la transmisión de saberes.
Solo cuentan los artículos publicados en las revistas incluidas en los Citation Index. Así que la publicación de libros, de capítulos en obras colectivas o las obras de divulgación científica no sirven para nada a estos efectos. Por eso, una de las críticas es que los investigadores dejan de publicar libros, o bien dividen su investigación en varios artículos, para que cuenten más.
El corresponsal Simon Lepiâtre formula estas críticas a Cheng Ying, responsable del ranking de Shanghái. ¿No está sobrerrepresentado el mundo anglosajón? “Es la realidad de la investigación en el mundo de hoy. Las publicaciones en chino o en francés tienen menos impacto”. ¿Por qué no se tiene más en cuenta la calidad de la enseñanza? “Es algo difícil de medir. Definir la calidad de la enseñanza es algo muy subjetivo, y el éxito de los estudiantes a la salida depende mucho de la selección que se hace al ingreso”. Aunque admite que “como todo el mundo sabe, lo más importante para una universidad es la enseñanza”.
La metodología del ranking apenas ha evolucionado. Cheng Ying reconoce que “nuestra clasificación no es exhaustiva, pero si cambiamos, nos arriesgamos a perder coherencia. Comparamos lo que es comparable”.
En su origen, el ranking era un instrumento pensado para que las universidades chinas pudieran compararse con las mejores universidades mundiales, y trataran de mejorar. Para ello hacía falta calibrar lo que definía a una universidad de clase mundial, cuestión que, como se vio, interesaba no solo en China. Después de tres años de preparación, se lanzó el primer ranking en 2003. Como era publicado por la Universidad de Shanghái, una institución pública, podría dar la impresión de que se trababa de la voz oficial del gobierno chino. Según Cheng Ying, “para preservar la impresión de independencia, decidimos abandonar la Universidad”, y desde 2009 la publicación corre a cargo de una empresa editorial independiente.
Desde 2003, las universidades chinas han dado un salto adelante en la clasificación. Ahora hay tres entre las 100 mejores, y la Tsinghua, de Pekín, ocupa el puesto 45. En otro de los rankings más valorados, el del Times Higher Education de Londres, esta universidad de Pekín sube hasta el puesto 22, como la mejor universidad de Asia. Pero si las universidades chinas han subido, es sobre todo gracias a las publicaciones en ciencias duras. Las ciencias sociales, que cuentan poco en el ranking de Shanghái, son el pariente pobre de la investigación en China.