El Parlamento holandés ha aprobado un proyecto que permite a las parejas homosexuales casarse y adoptar niños (ver servicio 125/00). Los defensores de la iniciativa alegan que lo contrario sería discriminatorio, pues los homosexuales deben tener los mismos derechos que los heterosexuales. Rafael Navarro-Valls, catedrático de Derecho de la Universidad Complutense (Madrid), comenta en El Mundo (Madrid, 17 septiembre 2000):
La adopción es una cuestión de extraordinaria responsabilidad. Según el Convenio Internacional de La Haya, debe tener como principio básico «respetar el interés superior del niño» y como finalidad «encontrar una familia para un niño y no un niño para una pareja». Subvertir esa jerarquía de intereses, justificándolo con presupuestos ideológicos discutibles, supondría incidir en otra posible forma de explotación de la infancia. Olvidaríamos que «un núcleo familiar con dos padres o dos madres -o con un padre o madre de sexo distinto al correspondiente a su rol- es, desde el punto de vista pedagógico y pediátrico, claramente perjudicial para el armónico desarrollo de la personalidad y adaptación social del niño» (Asociación Española de Pediatría).
(…) Al igual que genéticamente es imposible un hijo sin padre o sin madre, la propia naturaleza de las cosas hace que sean muchos los aspectos de la personalidad y conducta que el niño debe aprender de cada sexo. Privarle de ese punto de referencia supone discriminar a unos niños sobre otros.
Además, la adopción exige la mayor estabilidad posible en los adoptantes. En los últimos estudios sobre el tema, es una constante resaltar que, entre los rasgos de las parejas homosexuales, no figura precisamente la estabilidad. Para Blumstein y Schwartz: «Un homosexual monógamo es una figura tan rara que los otros homosexuales no la creen posible». ¿Por qué poner a niños pequeños en manos de «uniones de porcelana»?
(…) Dada la escasez de niños para adoptar, me parece que lo más razonable es apostar sobre seguro. En este caso, la seguridad implica preferir la pareja heterosexual a la homosexual. Si ya es discutible que, en un proceso de contaminación lingüística y jurídica, se hable del «matrimonio» homosexual, permitir la adopción por parejas homosexuales sería incurrir en una grave confusión moral, social y legal.
En realidad, decir no a la adopción de niños por parejas homosexuales es decir sí al sentido común y jurídico.