Mark Regnerus, profesor de sociología en la Universidad de Texas e investigador en dos think tanks estadounidenses, ha detectado que en el debate sobre la concepción del matrimonio y en el de la eutanasia está ganando terreno una visión de la dignidad que prima lo subjetivo frente a la naturaleza humana.
No es infrecuente, escribe Regnerus en Public Discourse, que las posiciones enfrentadas en las guerras culturales recurran a términos positivos para suscitar simpatías. Un ejemplo claro es el debate sobre el aborto, donde unos se declaran a favor de la vida (prolife) y otros, partidarios del derecho a decidir sin restricciones (pro-choice).
Pero a veces ocurre que las partes en conflicto compiten por la misma palabra. Es lo que ocurre con el término “dignidad”, cuya definición provoca desacuerdos. “[La dignidad] es algo que tienes? ¿O es una forma de actuar? ¿Se puede ganar o perder?”.
Regnerus distingue entre lo que llama “Dignidad 1.0” y “Dignidad 2.0”. La primera versión coincide con la definición clásica que han compartido a lo largo de los siglos los cristianos y creyentes de otras confesiones, los teóricos de la ley natural y otros tantos pensadores. La segunda es mucho más reciente, y surge en un clima cultural que tiende a negar la existencia de una naturaleza humana.
La Dignidad 1.0 se basa en la idea de que todos los seres humanos son valiosos por sí mismos. Dado que la dignidad es una cualidad intrínseca de la persona humana, no se puede renunciar a ella ni se puede perder. Esta concepción, plasmada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es la que ha prevalecido en la historia.
Pero los partidarios de la Dignidad 2.0 asocian este término a la autonomía y al derecho a definirse a sí mismo. Así lo defendió, por ejemplo, el magistrado Anthony Kennedy en la sentencia del Tribunal Supremo de EE.UU. que está permitiendo aprobar el matrimonio gay en numerosos estados donde antes estaba prohibido (cfr. Aceprensa, 27-06-2013).
Kennedy, ponente en la sentencia, llegó a mencionar por lo menos diez veces la palabra “dignidad” para defender las bodas gais. Y casi tantas veces la invocó el juez Antonin Scalia, uno de los cuatro magistrados que se opusieron a la mayoría de los otros cinco.
Pero el debate sobre el matrimonio gay no tiene nada que ver con la dignidad. “Oponerse al deseo de alguien a casarse con otra persona del mismo sexo puede afectar a su sentido de la dignidad. Pero eso es algo muy distinto a dañar o comprometer su dignidad real”, sostiene Regnerus. “No hay nada de animadversión ni de indignidad en afirmar que una relación es matrimonio, y otra, no”.
También en el debate de la eutanasia, añade el sociólogo estadounidense, se está siguiendo la misma estrategia. Y así, se apela al derecho a “morir con dignidad” para legalizar el suicidio asistido. Pero esta visión de la dignidad, entendida como autonomía, choca de frente con la concepción que la ve como una cualidad intrínseca de la persona, que no depende de su condición (cfr. Aceprensa, 3-07-2013). No hace falta recurrir a la eutanasia para tener un fin de vida digno.