La crisis económica global que en 2008 llenó de números rojos los mercados, se tradujo además en pérdidas de otro tipo: en menos niños. Los países desarrollados lo notaron muy rápidamente. Si en 2008 nacieron en la Unión Europea unos 5,47 millones de bebés, en 2013 la cifra había descendido a 5,07 millones.
La situación previa inducía al optimismo. Según The Economist, “aunque la tasa de natalidad era baja en los países excomunistas de Europa oriental y en sitios donde es difícil combinar el trabajo con la maternidad (como Japón, Corea del Sur y el sur de Europa), muchos países habían tenido un baby boom”.
En el decenio anterior a 2008, la tasa de fecundidad subió en el mundo desarrollado: en el Reino Unido, de 1,68 a 1,91; en Australia, de 1,76 a 2,02; en Suecia, de 1,5 a 1,91. “Incluso EE.UU. amagó con alcanzar la ‘tasa de reposición’ de 2,1”.
En opinión de Tomas Sobotka, del Vienna Institute of Demography, el alza respondía a dos razones. En primer lugar, a que las mujeres que habían postergado su maternidad mientras estudiaban o daban comienzo a sus carreras, se estaban decidiendo a ser madres con mayor prontitud, de modo que aumentó el número de las que daban a luz en la treintena. Como segundo motivo, menciona que la fecundidad de las mujeres de entre 20 y 30 años detuvo su caída.
La tasa de fecundidad en EE.UU. cayó de 2,12 en 2007 a 1,86 en 2014, lo que equivale a 2,3 millones de bebés menos
La crisis económica, sin embargo, paró en seco todas estas variables positivas. La interrogante actual es por qué, superados los peores momentos y retomado el crecimiento económico, el número de nacimientos no ha repuntado y vuelto a estas cifras, sino que ha permanecido en niveles propios de la crisis.
La falta de vivienda propia, un posible factor
Las estrecheces económicas no se bastan para explicar las tasas de natalidad persistentemente bajas, pues si han caído en Grecia e Italia, también lo han hecho en EE.UU., en Australia y en Noruega, que ya dejaron atrás la tormenta.
Pero es difícil definir las causas. El demógrafo noruego Trude Lappegard, citado por la publicación británica, señala que los seis años de baja natalidad en su país podrían explicarse si se tratara de un fenómeno que afectara a un grupo específico. Pero no es así: las noruegas de cualquier edad y cualquier nivel educativo están teniendo menos hijos.
Un posible motivo para el descenso general puede ser que los inmigrantes estén reduciendo su número de hijos. “Algunos demógrafos sostienen que los recortes al bienestar han provocado que las madres pobres se vuelvan más cautelosas para tener hijos. Pero eso no explica el comportamiento de las mujeres de clase media”.
Por su parte, Ann Berrington, de la Universidad de Southampton (Gran Bretaña), se decanta por la vivienda como el motivo de mayor peso. Según la experta, a los jóvenes y a los no tan jóvenes les es difícil comprar casa en Inglaterra y Gales. Entre 2014 y 2015, el 46% de las personas de 25 a 34 años vivían en casas alquiladas a propietarios privados, un 24% más que una década atrás. Cuatro de cada 10 jóvenes de 24 años todavía viven con sus padres.
“Por supuesto, puedes tener un bebé en un piso de alquiler. Pero en un país como el Reino Unido, donde las generaciones pasadas pudieron comprar vivienda con facilidad, esto supone para algunos romper con una regla psicológica”.
A semejanza del caso británico, las tasas de vivienda en propiedad han caído también en EE.UU. y Australia. Solo en Francia ese indicador va al alza. Allí, la tasa de fecundidad se ha mantenido estable, aunque ello puede deberse a las fuertes políticas pronatalistas.
Mirando al futuro con temor
Otro factor para que los potenciales padres se abstengan de serlo pudiera hallarse, no en la imposibilidad de costear la crianza de un hijo, sino en cierto temor al futuro y a las mayores dificultades que supondría hoy la vida familiar.
En 2015, un sondeo del Pew en 11 países ricos halló que el 64% de los consultados creía que sus hijos vivirán peor que ellos, una preocupación que se estaría difundiendo incluso en países con economías sólidas. Según Sobotka, los escandinavos que respondieron la encuesta en ese sentido pueden estar expresando reacciones de este corte, dado el constante bombardeo informativo sobre los “tiempos difíciles” que se viven en cualquier parte de Europa.
Ahora bien, si se mantiene la tendencia a la baja natalidad, ello comporta unas consecuencias de calado. “La Oficina del Censo de EE.UU. simplemente asume que persistirá la tasa actual. Desde 2008, esa entidad ha rebajado sus previsiones sobre la población del país para 2050, de 439 millones a 398 millones de habitantes. Si perdura la baja fecundidad, las cuentas del gobierno se benefician a corto plazo, pues habrá muchos menos niños que educar, pero a la larga se perjudican. Una fecundidad de 1,8 hijos por mujer, en vez de 2,2, significa un déficit anual de la Seguridad Social dos veces mayor para 2089”.
Los índices así planteados, cuando se traducen en cantidades contantes, pueden dar una idea más precisa del problema. Si la tasa de fecundidad en EE.UU. cayó de 2,12 en 2007 a 1,86 en 2014, ello equivale, en cifras, a 2,3 millones de bebés menos, según Ken Johnson, demógrafo de la Universidad de New Hampshire.
Una mala noticia, sin duda. Y no solo para los fabricantes de pañales.