La Marcha contra el Trabajo Infantil está pasando por diversos países para sensibilizar a la opinión pública. Pero el modo de abordar la cuestión no puede perder de vista las condiciones de los países donde se produce y las aspiraciones de los niños que trabajan. En un artículo publicado en el Daily Telegraph (4-V-98), Duncan Green, autor del libro Hidden Lives: Voices of Children in Latin America and the Caribbean, señala que, aunque la explotación debe ser combatida, muchos niños están satisfechos de poder ganarse la vida y desean que se reconozcan sus derechos. (Ver también los servicios 36/97 y 153/97, sobre las conferencias internacionales de Amsterdam y Oslo dedicadas a este problema).
«Muchos adultos consideran a los niños que trabajan en el Tercer Mundo como el equivalente moderno de los que eran forzados a trabajar en las fábricas de la Inglaterra victoriana. Pero aunque algunos niños trabajan en condiciones infrahumanas, son muchos más los que lo hacen en tareas menos arduas, como en tiendas o en granjas familiares. En Latinoamérica (aunque no tanto en Asia), la mayoría de los niños que trabajan no dejan de ir a la escuela. (…)
«Las raras ocasiones en que los políticos hablan con niños que trabajan (en vez de utilizarlos en campañas de imagen o en las conferencias) son muy esclarecedoras. Al preguntar a niños paraguayos que trabajan qué faceta de sus vidas preferían, la respuesta más común fue que su trabajo, por delante incluso de la escuela, la familia o sus juegos. El trabajo proporciona a los niños latinoamericanos autoestima y nuevas capacidades, les permite obtener más comida y evitar la malnutrición. Algunos niños me dijeron incluso que así se pagaban los gastos de la escuela».
Duncan se refiere luego a un estudio sobre 1.500 niños trabajadores en América Central, en el que se quejan de las condiciones laborales y de las largas jornadas. Pero en absoluto desean que se prohíba que trabajen.
«Esta brecha entre unos militantes bienintencionados y la mayoría de los niños que ellos tratan de ayudar nace de un eurocentrismo que considera anormal que los niños trabajen. La expresión ‘se les está robando la infancia’ surge indefectiblemente. Se considera una infancia ‘normal’ la que se desarrolla en un ‘idílico jardín vallado’ de juegos y estudio, al margen de las complicaciones y las responsabilidades de la vida adulta. Pero el trabajo de los niños ha sido la norma en la mayor parte del mundo, excepto en el último siglo de la historia europea».
Duncan se pregunta qué podemos hacer para ayudar a los millones de niños que trabajan en condiciones infrahumanas: vendidos para dedicarse a la prostitución o a trabajos forzados, encadenados a telares para fabricar alfombras en Asia, o en los hornos de carbón del Amazonas.
El primer paso debe ser involucrar a los propios niños en el diseño de las políticas, para no adoptar medidas contraproducentes. Duncan recuerda que a principios de los años 90 el Congreso norteamericano intentó prohibir la importación de ropa de Bangladesh elaborada con mano de obra infantil. Los fabricantes reaccionaron despidiendo a las chicas menores de edad, cuya alternativa era trabajar en la fabricación de ladrillos o dedicarse a la prostitución.
«En segundo lugar, debemos identificar y eliminar los trabajos en que los niños corren peligro o son explotados. Por otra parte, hay que proporcionar mayor protección a los niños que trabajan. En el mejor de los casos, el trabajo, ya sea en casa o por dinero, permite a los niños pasar gradualmente de ser dependientes a ser adultos capaces, y reforzar su situación en la familia conforme aprenden a cocinar, a llevar la casa, a cuidar de los hermanos menores y a ganar dinero. Por contraste, es difícil empeñarse en defender la superioridad de los aburridos y descontentos niños europeos o latinoamericanos de clase media, plantados frente al televisor esperando que la vida comience».
A largo plazo, la existencia del trabajo infantil depende del desarrollo del Tercer Mundo. «En Gran Bretaña se abolió el trabajo infantil fundamentalmente porque la industria había llegado a un punto en que necesitaba trabajadores cualificados, más que niños malnutridos. En los países pobres del Sur, los niños seguirán yendo a trabajar mientras no se arreglen las causas de la pobreza y el trabajo infantil sea necesario para las familias».