Roma. «¿Por qué dejar a los católicos la contracepción practicada conforme a los métodos naturales?». Es la cuestión que se plantea un artículo publicado por la revista Noi Donne (mayo 1996), considerada órgano de expresión del feminismo italiano. Además de destacar su carácter ecológico, la revista pone de relieve que «los científicos de todo el mundo concuerdan en confirmar hoy que los porcentajes de eficacia de los métodos naturales son parejos a los de la píldora».
Bastó que este baluarte del feminismo dedicara al tema dos páginas, firmadas por una colaboradora, para que los diarios lo interpretaran como un síntoma de cierto cambio de fondo en los planteamientos del feminismo «histórico». Pero la directora de la publicación, Bia Sarasini, ha precisado en unas declaraciones a la prensa cuál había sido su intención: «Hemos querido subrayar, simplemente, que la contracepción natural es una de las opciones con las que cuentan las mujeres, sobre todo porque les ayuda a vivir con mayor respeto la relación con su cuerpo y con su sexualidad. Elementos que desde siempre son patrimonio de la cultura femenina».
Un observador podría comentar que hasta ahora poco se había notado que ese punto formara parte de tal patrimonio, por más que Sarasini insista en puntualizar que el «movimiento feminista conoce desde siempre los contraceptivos naturales». La impresión, más bien, es que el feminismo radical ha ignorado, cuando no ridiculizado, esos métodos. Ejemplo reciente son las escasas referencias que merecieron en los documentos preparatorios para las conferencias de El Cairo y Pekín, elaborados bajo la evidente influencia de ese feminismo radical.
Valores ecológicos y feministas
Por si alguien dedujera lo contrario, la articulista deja claro que la defensa de la llamada «contracepción natural» no se debe a motivos morales, sino al deseo de acomodarse a los ritmos de la naturaleza.
Su razonamiento es que las sociedades industrializadas han favorecido el desarrollo de una cultura pragmática y utilitarista. «Hoy somos testigos de una inversión de tendencia que tiende a recuperar valores más respetuosos con la naturaleza». Florecen así soluciones alternativas (agricultura biológica, bioarquitectura, medicinas naturales, etc.), que ponen en relación el microcosmos y el macrocosmos. «Las mujeres particularmente sensibles a valores ecológicos y feministas siguen los ritmos biológicos de fertilidad no sólo para evitar la contracepción sintética, sino también para decidir el momento en que concebir su hijo, para elegir el sexo, o para lograr la concepción. Todas sienten la necesidad de conocer mejor las interrelaciones entre cuerpo, mente y energía, para vivir en el respeto de su naturaleza incluso la sexualidad».
El afán por alejar todo lo que pueda sonar a un «arrepentimiento» se manifiesta también, por ejemplo, en calificar repetidamente como contraceptivos los métodos naturales de regulación de la natalidad, con lo que se presentan sólo como una opción más.
En este sentido, se mantienen naturalmente las distancias con los católicos. Es más, se observa una palpable desinformación: al referir unos datos estadísticos sobre la contracepción en Italia, la articulista afirma que «los métodos naturales los utilizan el 3,9 por ciento de los italianos, con un presumible aumento después de la histórica concesión del Papa, que en 1993 concedió su uso para limitar los nacimientos».
Naturalmente, el Papa no hizo ninguna «histórica concesión», sino que, con ocasión de un congreso científico sobre la materia, reafirmó la doctrina católica sobre la regulación de la fertilidad y puso el acento sobre la visión antropológica que la sostiene, radicalmente distinta del utilitarismo contraceptivo.
Con lo dicho hasta aquí, no se puede sostener que se haya producido un cambio radical en cierta mentalidad feminista; pero sí que existen síntomas de que han caído algunos tabúes. Hace años, por ejemplo, hubiera sido impensable leer en este contexto frases como: «la presión ejercida por los lobbies farmacéuticos en el campo de la información científica hizo que se duplicara en diez años el uso de la píldora».
Diego Contreras