Hoy los niños acceden demasiado pronto a los conocimientos que deberían estar reservados a los adultos, y así pierden la infancia, dice Isaac Riera en Madre y Maestra (noviembre 2003).
(…) En nuestra sociedad moderna, el concepto y realidad de la infancia está desapareciendo. (…) Los niños de nuestra sociedad ya no son niños, porque su forma de ser y de comportarse no se corresponde al estereotipo de la infancia que siempre hemos conocido. Lo propio de la infancia, su principal signo de identidad, es la inocencia. Y es esto precisamente lo que ha desaparecido del alma de nuestros niños.
[Riera recuerda el célebre libro de Neil Postman, La desaparición de la niñez (The Disappearance of Childhood, 1982; edición española: Círculo de Lectores, 1988, agotada). Postman, profesor de la Universidad de Nueva York, fallecido el pasado 5 de octubre a los 72 años, era un crítico de los mass media. En el libro citado advirtió contra el fenómeno que comenta Riera.]
(…) El adulto tenía unos conocimientos de la vida y de sus tragedias, de la violencia y del mal, del sexo y de sus problemas que caracterizan el mundo adulto, y que el niño no tenía. Se consideraba inadecuado y perverso que el niño conociera ciertas cosas que conocían los adultos, no por ninguna clase de prejuicio, sino por la propia naturaleza del alma del niño, demasiado sensible e indefensa ante las realidades duras y malas de la vida. (…) El niño no puede, no debe conocerlo todo, un principio de la más elemental pedagogía.
Las modernas técnicas de la comunicación, sin embargo, no ponen ningún límite al conocimiento, y por primera vez en la historia y rompiendo una tradición humana unánime y constante, los niños participan al mismo nivel que los adultos de toda clase de información y de toda clase de conocimientos. La consecuencia es inevitable: al tener libre acceso a la fruta prohibida de la información adulta, los niños han sido expulsados del jardín de la infancia (…). Ahora los niños saben que la realidad es dura, cruel e inmisericorde; que el amor se identifica con el sexo en su aspecto más frívolo y sucio; que lo que interesa en la vida no es hacer el bien, sino tener dinero, triunfar sobre los demás, imponerse por la violencia. Tan grande y profunda ha sido la mutación, que un niño normal de los años sesenta, por ejemplo, resultaría ridículamente cursi en comparación con el niño sabelotodo de nuestra sociedad.
La inocencia propia del niño se hace manifiesta en su candor e ingenuidad al desconocer las cosas que conocen los adultos; los secretos, esto es, las cosas que todavía no es tiempo de saber, han sido hasta ahora lo propio de la infancia; sin secretos, la inocencia desaparece, y sin inocencia no hay niñez. (…) Quedan muy pocos tabúes, y esto no es bueno (…). El tabú crea una distinción entre el que tiene la edad suficiente para entender o hacer frente a un hecho de la vida, y el que no tiene esa edad; crea una distinción entre el adulto y el niño. Por otra parte, el adulto ha perdido el sentimiento del pudor, tanto en su conducta como en sus palabras; creía que su obligación era proteger la inocencia del niño, por lo que no utilizaba ciertas palabras si tenía niños delante. (…)
La desaparición de la infancia en los últimos tiempos es una consecuencia directa de los medios de comunicación audiovisuales. (…) La televisión hace público lo que antes era privado sin restricciones de ningún tipo: no hay restricciones físicas, porque la televisión está en el salón de cada casa (…); no hay restricciones económicas, porque apretar el botón del aparato no cuesta dinero (…); y no hay restricciones de conocimiento, porque las imágenes lo dejan todo muy claro, tan claro que no queda nada, absolutamente nada, que no salga a la luz pública para el conocimiento e información de todos, incluidos los niños. (…)