Que la cigüeña traiga en el pico un pañal con un bebé es, aunque poético, un favor incompleto: en cuanto deja el encargo, el pájaro se da media vuelta y ¡adiós!: que los padres hagan “el resto”. Por eso, si alguien –el Estado, por decir– les echa una mano en forma de apoyo financiero y tiempo disponible, no solo lo agradecen, sino que pueden decidirse a tener más descendencia.
Una encuesta de YouGov para el Institute for Family Studies, de mediados de 2021, verificó que la “amenaza” de la ayuda puede funcionar. A más de 2.500 adultos estadounidenses (de los cuales, 901 ya eran padres) se les preguntó si tendrían hijos (o más de los que ya tienen) si se les entregaran 300 dólares al mes por cada uno. Casi la mitad de los que ya tenían hijos y el 43% de quienes no (pero lo veían como un objetivo) dijeron que el dinero les animaría a dar el paso. De los que, en cambio, no querían saber de hijos ni por activa ni por pasiva, un 12% aseguró que la ayuda podía hacerlos cambiar de opinión.
A este aspecto –al incremento de la natalidad– se dirigen en buena medida las políticas familiares, sobre todo en los países desarrollados, donde los bebés son cada vez más escasos. Pero el asunto no va solo de nacimientos. En definición de UNICEF, política familiar son aquellas acciones diseñadas por los gobiernos para beneficiar a las familias en materia de tiempo a su disposición, recursos financieros y servicios. De su amplitud y correcta aplicación depende que sirvan de fundamento “para el éxito de los niños en la escuela, el de los adultos en el trabajo, (y) la capacidad de los niños y las familias para salir de la pobreza y disfrutar de una salud perdurable”.
Grosso modo, las políticas familiares se articulan en variantes como las licencias remuneradas por maternidad, paternidad, y los períodos de cuidado a los niños en casa; los tiempos de lactancia retribuidos en los primeros seis meses de vida del hijo; la puesta a disposición de los progenitores de un sistema de guarderías asequibles y de calidad, y las transferencias monetarias, los descuentos fiscales y unos salarios que les permitan cubrir las necesidades de cuidado, salud, alimentación, etc., de los menores.
Para todo esto, por supuesto, hay que tener buena hucha y mejor voluntad política. Según la base de datos de la OCDE, los países miembros del club gastan en promedio el 2,34% del PIB en ayudas familiares. España no alcanza el 1,5%, pero en su vecindario, Dinamarca, Francia y Suecia rondan el 3,5%. En cuanto al tipo de prestaciones, la mayoría de los países de la UE se decanta por las ayudas en efectivo y los recortes fiscales a las familias, y el resto (España entre ellos), por inyectar el dinero en la red de servicios a aquellas.
Vale añadir, en este punto, que ninguna de las variantes anteriores es garantía automática de que, allí donde se implementen, modifiquen positivamente las tasas de fecundidad, algo que sí puede decirse con mayor seguridad de otros fenómenos, como la pobreza infantil.
Polonia: el “Familia 500+”
Polonia y Hungría son buenos ejemplos de lo anterior. En ambos países, los gobiernos dedican cuantiosas sumas a las políticas familiares, pero la curva de la fecundidad no se ha movido igual en ambos casos.
Hay que notar en esto el peso de la tradición, pues Varsovia y Budapest no parten del mismo kilómetro. En Polonia no existía una tradición tan fuerte de respaldo a la familia como en Hungría. Por ejemplo, durante la etapa del comunismo (de 1947 a 1989), la red de guarderías para los niños menores de tres años daba cobertura a apenas el 5% de esa población, mientras que para los un poco mayores (los de tres a seis años), la mayor cantidad de matrículas se alcanzó en 1985, con un 50,2%, tras lo cual volvió a caer.
Las políticas actuales en forma de apoyo económico y de medidas de conciliación familiar, así como de respaldo al avance educativo de los menores, muestran que existe un mayor interés. Es así que el 90,2% de los niños polacos de tres a seis años están insertados en el sistema educativo; se conceden bajas de maternidad progresivas (de 20 semanas por el primer hijo, 31 por el segundo, 33 por el tercero, etc.), y permisos parentales a ambos padres de hasta 32 semanas durante los primeros años del niño. En cuanto a prestaciones económicas, cada familia ve entrar mensualmente en su cuenta bancaria una suma por cada hijo: el equivalente de 20 euros hasta que el niño cumple cinco años; 26 euros desde los cinco hasta los 18, y 28 euros hasta los 24.
El programa polaco Familia 500+ no ha incidido en un despegue de la tasa de natalidad
A la red de prestaciones se le suma el programa estrella de la política familiar polaca: el Familia 500+, nacido en 2016, por el cual se transfieren a las familias 500 zlotys (118 euros) por cada hijo hasta los 18 años de edad, sin que importe el nivel de ingresos de los padres. En 2020 se dedicaron a esta ayuda casi 8.300 millones de euros, un 31% más que en 2019.
¿Se han incrementado por ella (y por las otras prestaciones) el número de nacimientos y la tasa de fecundidad? En un primer momento parecía que subirían, pero no. Los nacimientos han estado cayendo de modo constante desde 2017: de 10,4 por cada 1.000 habitantes ese año a 7,8 en los primeros cuatro meses de 2022. El segundo índice, entretanto, creció ligeramente entre 2016 y 2017 (de 1,39 a 1,48 hijos por mujer), pero de entonces a 2020 volvió a quedarse en 1,39.
“Si no fuera por la ayuda…”
Sobre esta falta de correspondencia entre gasto en familias y natalidad, el profesor Tomasz Inglot, de la Minnesota State University, experto en los Estados del bienestar de Europa central y oriental, comenta a Aceprensa: “Muchos estudiosos han podido demostrar un efecto a corto plazo en las tasas de natalidad, por ejemplo, en Francia, Suecia y, durante un breve periodo, en Polonia (2016-18), con un aumento repentino de los nacimientos debido a las grandes mejoras en el gasto en prestaciones familiares, pero esto no suele durar mucho”.
Según explica, “hay muchos factores culturales y económicos implicados, [por lo que] es difícil demostrar que funcione una sola política específica. Hoy día, en todo el mundo, las mujeres retrasan o rechazan el parto por una serie de razones, entre las que se incluyen determinadas elecciones de estilo de vida y objetivos educativos, y no es posible señalar un único factor, como el cambio de políticas”.
No ha habido más cunas, en efecto… pero la familia polaca ha continuado ganando en bienestar gracias a este enfoque preferencial. Según un amplio estudio del sitio BiG InfoMonitor sobre los beneficios concretos de Familia 500+ durante la pandemia del coronavirus, el programa resultó ser un elemento clave para el sostenimiento de los hogares (así lo dijo el 30% de los encuestados). De igual modo –y pandemias a un lado–, el 17% de los consultados dijo que el programa le ayudaba a llegar a fin de mes, y el 26%, que le facilitaba adquirir bienes y servicios antes impensables para sus bolsillos.
Por último, quizás una de las mejores huellas ha sido la reducción de la pobreza infantil, que del 22,5% en 2015 cayó al 17% en 2020. “El descenso desproporcionado [del número] de los niños afectados por la pobreza relativa en 2017 en comparación con 2016, y el porcentaje relativamente bajo desde entonces, se debe en gran medida a ese programa, aunque todavía no se ha realizado una evaluación independiente de él”, reconocía hace dos años un informe del Tribunal de Cuentas de la UE.
Hungría: casa, coche, tiempo con los hijos…
En Hungría, entretanto, los estímulos que suponen las políticas familiares tiran de la natalidad –modestamente aún, pero tiran–, al tiempo que mejoran sustancialmente las condiciones de vida del hogar y acotan cada vez más el alcance de la pobreza.
Como se mencionaba al principio, Hungría ha venido consolidado sus políticas familiares mucho antes que Polonia (hoy dedica el 5% del PIB a ellas, y aspira a cerrar 2022 con el 6,2%). Ya en las postrimerías del Imperio Austrohúngaro se introdujeron medidas de vanguardia para la época, como la baja de maternidad totalmente remunerada de 12 semanas para las trabajadoras, y la creación de un sistema de guarderías, de las cuales, la primera de carácter público abrió sus puertas en 1879 en Budapest. Los menores de tres a seis años ya asistían en 1891 a algún centro de este tipo, de modo obligatorio.
El gobierno conservador húngaro ha reforzado aun más sus políticas familiares desde 2019
En el período de entreguerras (1918-1945), las ayudas no sufrieron mayores modificaciones, y durante la etapa comunista (hasta 1989) se ampliaron aun más las bajas por maternidad y los períodos de ausencia remunerados para cuidar del hijo en casa. En los años 90, sin embargo, el sistema sufrió recortes importantes (el gasto en familias pasó del 2,4% del PIB en 1994 al 1,9% en 1997) y muchos hogares quedaron sin cobertura. En ese momento, la tasa de fecundidad sintió los efectos de las restricciones, y cayó de unos ya insuficientes 1,66 hijos por mujer hasta 1,37 en 1998 (al punto más bajo, 1,27, se llegó en 2003).
Pero el viento giró nuevamente. Bajo el mandato del partido conservador Fidesz (desde 2010 a la actualidad), el país ha vuelto a poner el acento en las familias. Las ayudas sistémicas mantenidas por gobiernos de otro signo durante la década de 2000 –importantes rebajas del impuesto sobre la renta desde el tercer mes del embarazo, permisos de hasta dos años para criar al hijo en casa, asignaciones mensuales por hijo hasta el fin de la escolarización obligatoria (16 años), etc.– han sido notablemente reforzadas con otros beneficios.
Los más recientes han venido incluidos en el Plan de Protección a las Familias, de 2019, que ofrece apoyo a más de 200.000 hogares. Bajo este esquema se conceden ayudas para la compra, construcción o ampliación de viviendas propias (en 2020 las recibieron 157.000 familias con hijos). Y hay más: se otorga un subsidio equivalente a 6.280 euros a las familias numerosas para la compra de un vehículo, se dan bajas remuneradas a los abuelos para la crianza de sus nietos, se exime para siempre del pago del impuesto sobre la renta a las mujeres que tengan al menos cuatro hijos, etc.
Medidas tan favorables para la familia parecen haber contribuido a reducir el riesgo de pobreza entre los menores de 18 años –del 30,6% en 2015 al 19,4% en 2020, según Eurostat– y, de paso, quizás estén dejando un eco en la natalidad: de los 1,49 hijos por mujer en 2019, se subió a 1,56 en 2020 y a 1,59 en 2021. La proyección del gobierno es cerrar la década con la ansiada tasa de reemplazo poblacional: 2,1.
Porque en temas demográficos, se ve, no todo es ciento por ciento matemático. Pero si desde arriba ayudan a pagar la cuenta, la cigüeña puede animarse a hacer la visita. O a repetirla.