Con presencia y patrocinio de cargos públicos se presentó el 23 de mayo en Madrid el libro Retratos de familia: miradas a las familias españolas del siglo XXI, editado con subvenciones públicas. Es una galería fotográfica en la que aparecen distintas familias de hoy, incluidas treinta “nuevas estructuras familiares emergentes”: uniones de hecho; agrupaciones de supervivientes de uno o dos divorcios; parejas de dos hombres o dos mujeres, incluso con niño adoptado u obtenido por encargo en una clínica de reproducción asistida; mujeres sin pareja que tuvieron un hijo por inseminación artificial…
Esta “realidad verdadera de la familia española”, según la llamó Amparo Valcarce, secretaria de Estado de Servicios Sociales, es tan proteica que Rosa Regás, directora de la Biblioteca Nacional, acuñó para ella esta definición generalísima: familia es “un grupo de seres humanos que deciden vivir juntos”. Bien entendido que no se impone ninguna condición, ni de género ni aun de número, pues el cardinal de tal grupo puede ser uno. En el libro, una persona sola o con su animal doméstico es una “familia unipersonal”.
El matrimonio importa
El papel aguanta todo, pero es más difícil hacer fuerza a la realidad. Pocos días después, The Economist (26-05-2007) recogía en un especial de tres páginas las conclusiones de numerosos estudios sobre la superioridad social del matrimonio heterosexual (por si hiciera falta la aclaración), monógamo y estable sobre los demás arreglos para convivir y tener descendencia. Buena parte de esos datos, referidos a Estados Unidos, fueron recopilados hace algunos años en Why Marriage Matters (ver Aceprensa 101/02); otros son más recientes.
Desde distintas perspectivas, la investigación sociológica muestra que el matrimonio da los mejores resultados en los distintos indicadores de desarrollo humano, tanto para los adultos como para los niños: bienestar material, productividad laboral, salud física y psíquica, rendimiento escolar, tasa de alcoholismo y drogadicción… The Economist menciona, entre otras, una investigación de Adam Thomas e Isabel Sawhill, que analiza el impacto económico de las rupturas familiares. Estos profesores llegaron a la conclusión de que si en Estados Unidos no hubieran subido los índices de divorcio y de cohabitación de 1960 a 1998, la tasa de pobreza infantil, entre la población negra, se habría quedado en el 28,4%, en vez del 45,6% registrado al final del periodo. En el caso de los blancos, no habría pasado del 11,4%, en lugar de llegar al 15,4%.
Frente a los Retratos subvencionados, la realidad muestra de forma testaruda que no todas las uniones afectivas son iguales. Mary Parke, del Center for Law and Social Policy, señala que los hijos de familias monoparentales, por ejemplo, tienen mayores probabilidades de ser pobres que quienes viven con sus dos padres biológicos (26% frente al 5%). En este sentido, también la formación escolar y los resultados académicos dependen del ambiente familiar: mejoran cuando el entorno es estable y no existen conflictos importantes. Conviene traer a colación el resultado de otro estudio norteamericano citado por The Economist: el 30% de los hijos de divorciados afirmaba tener malas relaciones con su madres, frente al 16% de los jóvenes cuyos padres seguían casados.
Es cierto, reconoce The Economist, que las parejas de hecho pueden crear un ambiente similar al de una familia normal, y que sus hijos pueden estar tan bien como los de padres casados, así como un matrimonio puede ser un desastre para los cónyuges y para los niños. Pero uno y otro caso son los menos frecuentes, y la media es favorable al matrimonio. Una razón importante es la diferencia de estabilidad: las parejas de hecho duran dos años por término medio, solo la mitad llegan al matrimonio, y en tal caso son más proclives a terminar en divorcio.
¿Son todas esas ventajas una marca característica de las uniones matrimoniales? Para The Economist, se puede decir que sí. El semanario aduce una investigación de Robert Lerman que, por manejar datos abundantes, permite distinguir lo que se debe al matrimonio mismo de lo que se llama “efecto selección” (por las peculiaridades de las personas más proclives a casarse). Concretamente, Lerman analizó el caso de las mujeres que habían quedado embarazadas siendo solteras: calculó para cada una la probabilidad que tenía de casarse según sus antecedentes familiares, nivel económico y otros muchos factores; comprobó si de hecho se había casado o no, y examinó su situación cinco años después del parto. Una vez descontado el “efecto selección”, Lerman halló una gran diferencia entre las que se habían casado antes de que el hijo cumpliera seis meses y las demás: por ejemplo, la tasa de pobreza era del 33% para las primeras y del 60% para las segundas.
Retratos de familia es una colección de fotos artísticas de la que no cabe esperar que muestre la verdad por debajo de la apariencia. Según la retórica que con las imágenes se quiere ilustrar, cualquier “modelo de familia” vale tanto como cualquier otro, y que haya o no matrimonio es lo de menos. Pero las ciencias sociales dicen lo contrario. En particular, revelan que todo lo que no sea vivir con su madre y su padre casados resulta peor para los hijos. Así que esa retórica del álbum subvencionado no va con ellos. Pues en entre esos “seres humanos que deciden vivir juntos”, el niño no sale en la foto por iniciativa propia.
Juan Domínguez