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El envejecimiento de la población no es solo una cuestión económica. Tener hijos es una decisión de la que dependen muchos valores culturales y morales, dice el comentarista norteamericano Ross Douthat.
Cuando aparece en el debate público, la aproximación al tema de la natalidad suele ser superficial y centrarse, por ejemplo, en la cuestión de las ayudas. Pero, según explica Douthat en un artículo publicado en el último número de Plough Quarterly Magazine, no es adecuado afrontar las secuelas del menor crecimiento demográfico por motivos exclusivamente económicos.
El descenso de la natalidad, señala Douthat, tiene efectos de mayor alcance, porque puede determinar “la atenuación de los lazos sociales en un mundo con cada vez menos hermanos, tíos o primos; la fragilidad de una sociedad en la que los lazos intergeneracionales se pueden romper por una discusión o la muerte; la infelicidad de la juventud al vivir en un contexto social tendente a la gerontocracia o el creciente aislamiento de los ancianos”.
En este sentido, la familia dispensa bienes que el Estado no tiene fácil proporcionar. “Ningún programa público de ayuda podría haber sustituido a la red familiar que ayudó a que mi abuelo viviera de un modo independiente hasta su muerte, a pesar incluso de las peleas frecuentes entre él y sus cinco hijos –es decir, mi madre y mis tíos–. Tampoco es probable que un aula sea capaz de enseñar lo que supone vivir en intimidad con otros seres humanos, algo que han aprendido mis hijos creciendo juntos, aunque la tolerancia entre ellos a veces brille por su ausencia”.
A pesar de la importancia social y humana de los hijos, cada vez hay menos familias numerosas. La situación ha llegado a ser tan crítica que, según este columnista del New York Times, no debemos preguntarnos por qué los hogares con más de cuatro hijos están desapareciendo, sino cuál es la razón por la que no tenemos el número de hijos que deseamos. A su juicio, la gente admira y valora las familias numerosas, como ponen de manifiesto las “mamás influencers”, lo que invita a pensar que “hay mucha gente que tendría más hijos si la situación fuera ligeramente diferente, si se modificaran las condiciones económicas y tuvieran otras expectativas culturales”.
Esta última es la razón más determinante, según el periodista americano, que menciona las tres tendencias que, a su juicio, explican que las parejas no tengan finalmente los niños que quieren. En primer lugar, lo que llama el fracaso amoroso, un fenómeno que no se concreta solo en el incremento de divorcios o separaciones, sino en la mayor distancia que existe entre los sexos, lo que dificulta, como es evidente, las relaciones entre ellos. Por otro lado, se piensa que los hijos impedirán el disfrute de bienes que, de acuerdo con los actuales criterios de prosperidad, son indispensables para gozar de una buena calidad de vida. En tercer término, Douthat sostiene que la secularización ha contribuido al descenso del número de familias numerosas, como muestra la correlación estadística entre el descenso de la práctica religiosa y el de la natalidad en EE.UU. Estas tendencias, además, se retroalimentan.
Aunque las ayudas económicas y los programas de apoyo pueden hacer más asequible tener un tercer o cuarto hijo, no son suficientes y tampoco tienen un impacto destacado en las tasas de fecundidad. Se necesita un cambio cultural y espiritual, es decir, que “nuestra sociedad se transforme por completo, pasando a regirse por el sacrificio en lugar del consumo y poniendo la vista en la eternidad en lugar de seguir guiándose por lo que queda del sueño americano”.
Douthat precisa que “tal vez sea necesario que cambie en gran medida lo que la sociedad quiere, incluso para hacer posible algo tan modesto como que su tasa de fecundidad esté en concordancia con el número de hijos que la gente anhela”.
Concluye su artículo con unas consideraciones sobre la importancia de la maternidad o la paternidad, que es el camino más común por el que una persona aprende a ser generosa y entregarse. Es una suerte de kénosis: ser padre o madre constituye “la experiencia de lo que significa vivir completamente para alguien diferente de uno mismo”.