Solo en casa

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Vivir solo es cada vez menos excepcional en la Unión Europea. Los datos más recientes indican que el 26,3% de los hogares son unipersonales. Y en los otros hogares, el número de personas que conviven ha ido bajando, para situarse en 2,57 (ver servicio 75/99). Esta tendencia no se debe únicamente al envejecimiento de la población. Entre los que viven solos hay también un número notable de solteros, fenómeno que reflejaba recientemente la revista Newsweek (14-VIII-2000).

La creciente tendencia a vivir solos ya no es únicamente de escandinavos o alemanes: también se da entre británicos y franceses. Solo España, Italia, Portugal, Irlanda y Grecia siguen una pauta distinta, con un índice de hogares unipersonales inferior al 20%. En Francia, según el Instituto Nacional de Estadística de ese país, de 1968 a 1990 se ha duplicado el número de hogares unipersonales. En Gran Bretaña, 7 millones de personas viven actualmente solas, lo que supone tres veces más que hace 40 años.

Los hogares unipersonales no son ya únicamente los de personas mayores, sobre todo viudas. El matrimonio cada vez más tardío y las altas tasas de divorcio explican en gran medida el aumento. Pero además, según informa Newsweek, se está imponiendo un estilo de vida en solitario como algo atractivo entre muchos jóvenes y personas de mediana edad. Son «los nuevos solteros»: con buenos ingresos y carreras profesionales exigentes, muchos hombres y, sobre todo, muchas mujeres se plantean la soltería, vivir solos, como una opción vital casi definitiva. O, al menos, esa es la teoría.

La tendencia a vivir en solitario es bien recibida por muchos circuitos comerciales, ya que esta forma de vida supone altos niveles de consumo. La combinación de mucho trabajo, mucho salario y poco tiempo «para lo que no sea trabajar» suele concluir en bastante autoindulgencia. Tal y como comenta Newsweek, «es el sueño de cualquier profesional del marketing: un mismo segmento demográfico con las ansiedades de los adolescentes y las cuentas corrientes de los adultos». No es de extrañar que las inmobiliarias, las agencias de viajes y otros servicios relacionados con el ocio (gimnasios, bares, librerías, tiendas de discos, etc.) o los de proximidad (desde lavanderías hasta tele-lo-que-sea) estén encantados.

Sin embargo, a pesar de los supuestos atractivos, no es tan fácil ni tan maravilloso vivir solo. Las personas que viven con otros suelen tener mejor salud y fumar y beber menos. Y contra la opinión hoy tan en boga, la vida afectiva es notablemente pobre, según Newsweek.

El sociólogo francés Jean-Claude Kaufmann contempla el fenómeno de los «nuevos solteros» como la culminación del individualismo. En su libro La femme seule et le prince charmant (Éditions Nathan, 1999), Kaufmann sigue la pista a muchas mujeres que viven solas. Y, al igual que el libro de la ex ministra española Carmen Alborch, Solas, arroja unos datos que no acaban de cuadrar: si vivir sola es una «elección» deseable y feliz, ¿por qué tanta «literatura» al respecto? Y es que una cosa es que afortunadamente hoy no sea un drama vivir sola o estar soltera, se aprovechen al máximo las «ventajas» y se sobrelleven con gracia las «desventajas», y otra, muy distinta, tomar por bandera la soledad o la soltería como si fuera una «opción» real. Hay que ser sinceros: la soledad puede ser una opción frente a la mala compañía, pero nunca ante la buena. Si se presenta la buena compañía, hombres y mujeres, todos, la prefieren. Y quizás ahí está el quid. Porque posiblemente, como señala Kaufmann, el individualismo ha llevado a forjarse expectativas excesivas o falsas sobre la convivencia en general y el matrimonio y el otro sexo en particular.

En la era de la tecnología de la comunicación, de los teléfonos móviles, de los e-mails y demás, cerca de un tercio de los británicos declaran cenar solos al menos cuatro veces a la semana. Esto supone que los no «solteros», los que supuestamente conviven en familia, también lo hacen. Un dato que hace pensar en que, con todo, quizás estemos en la era de la incomunicación, solos o acompañados.

En Italia (ver servicio 70/00) y en España (ver servicio 174/99), la resistencia de los jóvenes a abandonar el hogar familiar, por razones culturales o económicas (carestía de la vivienda, mayor desempleo, etc.), hace que los hogares unipersonales sean mucho menos frecuentes. Otra cuestión es cómo se convive. Porque es posible que vivir con papá y, sobre todo, con mamá, sea más fácil que hacerlo con los hijos, mujer o marido propios. Newsweek incluso se hace eco del fenómeno italiano conocido como mammismo: madres hiperprotectoras con hijos (varones) que se aprovechan produce inmadurez para dejar el nido, para emprender una relación con «otra» mujer. Así que parece que también se puede ser muy burgués viviendo acompañado: no hace falta ser de «los nuevos solitarios».

Aurora Pimentel

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