Cuando el envejecimiento de la población pone en peligro las pensiones y los servicios sociales, no es intromisión del Estado favorecer la natalidad, sostiene Peter Shawn Taylor en Saturday Night (Toronto, 7 julio 2001).
Taylor recuerda los datos del envejecimiento en los países occidentales, especialmente en el suyo, Canadá. Todos auguran una creciente escasez de trabajadores activos para mantener a un contingente cada vez mayor de jubilados, que además ocasionarán más gastos sanitarios. Según la ONU, habría que admitir millones de inmigrantes en los próximos años (ver servicio 4/00). Sin embargo, afirma Taylor, no sería más que un remedio provisional: «El aumento de la fecundidad es la única solución permanente contra la futura carestía de trabajadores, pues los inmigrantes suelen ser adultos, que ya están en edad más cercana a la jubilación».
Pero la idea de promover la natalidad despierta suspicacia. De hecho, algunos gobiernos, como el canadiense, no parecen dispuestos a implantar políticas natalistas. «Algunos podrían decir que esto es bueno -comenta Taylor-, que los gobiernos no deben meter sus narices en algo que es una decisión compleja y muy privada. Cierto; pero el gobierno no ha sido precisamente tímido para sermonearnos sobre asuntos tan delicados como el tabaco, la bebida, el ejercicio físico y el sexo seguro, cuando ha considerado que lo pedía el interés nacional. Y la necesidad de más niños está sin duda en el mismo caso. Pero muchas mujeres tomarán la sugerencia de que habrían de tener más hijos como una ofensa personal y un paso atrás en los logros del feminismo.
«Nadie pretende obligar a la paternidad a personas que no están dispuestas a aceptar las cargas que supone. Y la responsabilidad por la carestía de nacimientos debería recaer tanto sobre los hombres como sobre las mujeres que han pospuesto o descartado tener descendencia en aras de la carrera profesional o por otras razones.
«Así que el objetivo de toda política natalista debe ser convencer a la gente de que tener hijos es un bien superior. No será fácil. Pero recordemos que en los años 70, las salvajes predicciones de superpoblación mundial espolearon a gobiernos y organismos internacionales de todo el planeta a concentrarse en reducir la natalidad, con campañas publicitarias y también mediante intervenciones directas, como la distribución o la enseñanza de métodos anticonceptivos. Y tuvieron un éxito evidente, que ahora lamentamos. Seguro que se podría aplicar una determinación y una urgencia similares para promover lo contrario».