Ninguno de los grupos opositores existentes ha empleado el tiempo en organizar una propuesta bien articulada
El cubano de a pie que haya leído la escueta nota sobre un accidente de tráfico en la oriental provincia de Granma, ocurrido el 22 de julio, se habrá encogido de hombros ante los nombres de los dos fallecidos: Oswaldo Payá y Harold Cepero. Y lo habrá hecho, además, porque no es frecuente que la prensa ofrezca informaciones sobre accidentes automovilísticos, a menos que en estos hayan resultado muertas numerosas personas.
Oswaldo Payá aparece en la nota sin ningún calificativo. No se dice de él que fue el fundador y coordinador, desde 1988, del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), una organización que persigue cambios políticos y económicos en la Isla; ni que fue Premio Sajárov del Parlamento Europeo en 2002…
A efectos oficiales, el fallecido, aunque tenía nombre, es casi un anónimo. Y casi de ese modo vivía; en una suerte de anonimato interno, pues si bien su imagen aparecía de vez en vez en CNN o en TVE, a los hogares cubanos no llega la señal de esas cadenas; únicamente la de los cinco canales estatales, y en ellos Payá no fue jamás noticia. Lo más que puede recordarse es que, en 2002, el expresidente estadounidense Jimmy Carter hizo alusión en la Universidad de La Habana a una iniciativa de reconciliación nacional, promovida por el MCL y conocida como Proyecto Varela (ver recuadro), para la cual se habían recolectado 11.000 firmas de ciudadanos comunes y corrientes, acción avalada teóricamente por la Constitución de la República.
Nunca más se volvió a mencionar el Proyecto Varela, ni a su promotor. Cuando Payá tomaba su bicicleta y atravesaba las avenidas habaneras para ir a su centro laboral, muy pocos lo reconocían. “No estás en los medios; no existes”, es la norma.
Así tampoco parecen existir, en la política interna, los numerosos grupos que conforman la atomizada oposición cubana. “La disidencia cubana siempre ha sido débil y ha estado dividida, con más proyección hacia las embajadas extranjeras y la prensa internacional que hacia el activismo político interno”, asegura en El País Mauricio Vicent, un conocedor de la actualidad de la Isla, donde fue corresponsal entre 1991 y 2011.
La propuesta de Payá era un modelo inclusivo, de diálogo entre comunistas y no comunistas, gobierno y disidentes
La tónica del extremismo
De las agrupaciones de distinto signo, como el Comité Cubano Pro Derechos Humanos, Arco Progresista, la Asamblea para Promover la Sociedad Civil, Cambio Cubano y muchos otros, el público tiene noticia únicamente cuando los medios publican algún reportaje sobre el suministro de recursos materiales y financieros por parte de la Sección de Intereses de EEUU en La Habana a estas organizaciones (“grupúsculos contrarrevolucionarios”, según la denominación oficial), o sobre la sintonía entre los líderes de dichos grupos y el gobierno estadounidense en sus propósitos de cambio en Cuba.
Hay que tener en cuenta el hastío que han causado a la población cubana décadas y décadas de penurias económicas, debidas en buena medida a la ineficacia de los métodos de planificación implementados por el gobierno. Si a esto se le suma el hecho de que algunas administraciones estadounidenses han contribuido a acentuar aún más la situación de desesperación interna (Bush, por ejemplo, aplicó severas restricciones al envío de remesas a la Isla, y dilató de uno a tres años las visitas de cubanoamericanos a sus familiares en Cuba), se podrá entender que los opositores que demandan más mano dura para derrocar a Raúl Castro, mientras ellos se arreglan con los recursos que pone a su disposición el Departamento de Estado, no cuenten con una muy difundida simpatía.
La propuesta de Payá era diferente. Su modelo era inclusivo, de diálogo entre todos, comunistas y no comunistas, gobierno y disidentes, y de rechazo a las restricciones de diverso tipo impuestas desde EEUU, toda vez que –entendía– causaban más malestar en la población, atrapada entre la intransigencia de unos y la hostilidad de otros.
Precisamente por eso, por apostar por soluciones no de shock, sino de reconciliación, Payá se ganó las antipatías del sector más extremista del exilio (como si no le hubieran bastado las del PCC) y de algunos opositores internos. En Miami, la locutora radial y jefa del Consejo para la Libertad de Cuba, Ninoska Pérez, llegó a ironizar respecto a él, diciendo que “ni pa’yá ni pa’cá”.
Falta conexión con el pueblo
Según apunta en la web Infolatam el académico cubanoamericano Arturo López-Levy, “a diferencia de otros grupos opositores que se reciclan entre declarados opositores al gobierno cubano, Payá y el MCL tenían una conexión a la población más general a través de comunidades religiosas, fundamentalmente católicas”.
“Aunque la jerarquía católica nunca tomó partido respecto al Proyecto Varela, si expresó en varias ocasiones su respeto por el carácter cívico, no violento del mismo y toleró la iniciativa individual a favor de Payá en algunas (nunca un número mayoritario) de las parroquias del país. El MCL también organizó grupos de encuentro regular y estructuras a nivel de algunos pueblos y ciudades, algo de lo que carece la mayoría de los opositores cubanos, con muchos contactos con la prensa internacional e Internet, pero sin convocatoria ni institucionalización popular real”.
Así, pues, a la muerte del líder del MCL, la oposición sufre aun más un vacío de liderazgo y de iniciativas atrayentes. Ninguno de los grupos existentes ha empleado el tiempo en organizar una propuesta bien articulada, concebida desde la perspectiva de la restauración de la armonía entre todos los cubanos y con elementos constitucionales que la respalden, como sí lo hizo aquel. No hay programa conocido, como no sea protestar de vez en vez para obtener la liberación de algún preso, entregar listas de prisioneros y cartas con peticiones varias a las embajadas occidentales, y arremeter contra la Iglesia Católica en los últimos meses por la gestión mediadora que tanto el gobierno de Raúl Castro como algunos sectores de la disidencia (las Damas de Blanco entre ellos) le solicitaron desempeñar.
El propio jefe de la Sección de Intereses en La Habana, Jonathan Farrar, en cable develado por Wikileaks en 2010, daba cuenta de las debilidades estructurales de la oposición: “Vemos muy pocas pruebas de que las principales organizaciones disidentes tengan mucha resonancia entre los cubanos comunes y corrientes (…). No es probable que el movimiento disidente tradicional sea el que sustituya al gobierno cubano”.
El diplomático estadounidense apuntaba además varios factores que la debilitaban, como los conflictos internos, los egos exagerados, la preocupación por el dinero, las agendas desfasadas y, por supuesto, la infiltración por la inteligencia cubana. “Sus mayores esfuerzos se concentran en obtener recursos suficientes para la vida diaria de sus principales organizadores y sus asistentes más cercanos”, añadía Farrar, quien aconsejaba a sus superiores que buscaran no solo en las filas de la disidencia, sino “dondequiera, incluso dentro del propio gobierno”, para hallar posibles sucesores a los actuales dirigentes del país.
Disidentes no tradicionales
Fuera del poco esperanzador retrato que hace Farrar de la oposición cubana –y que en muy pocos trazos ha cambiado–, el despacho diplomático colocaba en escena a una nueva generación de “disidentes no tradicionales”, encabezados por la bloguera Yoani Sánchez, internacionalmente conocida a raíz de concedérsele premios como el Ortega y Gasset 2008 y el Maria Moors Cabot, de la Universidad de Columbia, en 2009, entre otros.
Puede decirse, no obstante, que el impacto de Yoani es limitado, dado que su radio de acción es el ciberespacio, y ya se conoce el escaso nivel de conexión a Internet en la Isla. Si bien es cierto que, de un modo u otro, sus críticas se difunden en correos impresos y pasados de mano en mano, Yoani no es artífice de un movimiento político concreto, y su activismo, además de organizar talleres para enseñar cómo hacer blogs y manejar las nuevas tecnologías de la información, se ciñe a escribir crónicas breves, picantes y muy críticas de diversos aspectos de la vida en Cuba, lo mismo de un contenedor abandonado durante muchos años en una acera, que de la defenestración de antiguos burócratas. No tiene un programa, ni la intención (al menos por ahora) de formar y encabezar una fuerza política.
Solo quedan los descritos por Farrar, quienes hoy, más aturdidos por el golpe que representa la pérdida del referente, tendrán que plantearse si no les convendría reformar los métodos para tratar de conectar con la población, que es, en definitiva, la que impulsará cualquier transformación social en la Isla.
El Proyecto Varela
El Proyecto Varela fue presentado a finales de los años noventa por el MCL como una iniciativa dirigida a “abrir espacios de participación libre y responsable de los ciudadanos en la vida política y económica de la sociedad”. Proponía “convertir en leyes lo que son ya derechos, establecidos en la Constitución de la República de Cuba, que no se cumplen”.
Para ponerlo en práctica, Payá se apoyó en el artículo 88 de la Carta Magna, el cual estipula que la iniciativa de las leyes compete, entre otros, “a los ciudadanos. En este caso será requisito indispensable que ejerciten la iniciativa diez mil ciudadanos por lo menos, que tengan la condición de electores”.
En tal sentido, su organización recogió 11.000 firmas para pedir una consulta popular sobre varias propuestas de transformación, articuladas en torno a temas como el derecho a la libre expresión y asociación, la amnistía a los opositores presos, el derecho de los cubanos a formar empresas y la modificación de la ley electoral vigente. Las rúbricas fueron entregadas por Payá en la sede del Parlamento cubano en 2002.
En abril de 2003, en una declaración sobre el asunto, el entonces canciller cubano, Felipe Pérez Roque, expresó: “El Proyecto Varela forma parte de la estrategia de subversión contra Cuba, ha sido concebido, financiado y dirigido desde el exterior, con la participación activa de la Sección de Intereses norteamericana en La Habana; forma parte del mismo esquema de subversión, no tiene el menor asidero en las leyes cubanas, es una burda manipulación de la Constitución y las leyes de Cuba”.