Venezuela: “Si no te portas bien, no comes”

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El hambre tiene rostro infantil en Venezuela. La enjuta dama se ha instalado en el cuerpo de muchos niños, como Dayana, que para saborear solo tiene sus recuerdos –“Antes no comíamos bien, así mucho, pero sí comíamos; a veces pollo, caraoticas [judías], arroz, pasta con su salsita. Ahorita no”—; o como Carlos, que le comenta a su mamá las ganas que tiene de volver a comer arroz, pollo y ensalada.

En el cuerpo de Jhender, en cambio, ya no habita el hambre. Habitó. El niño, severamente desnutrido, murió de complicaciones digestivas sin llegar a cumplir los cinco años –un listón que Carlos y Dayana al menos sí han tocado–, y hoy yace en un perdido rincón de un cementerio caraqueño.

 

“En cuanto haya un gobierno que racionalice mínimamente la política económica, [el país] rebotará rápido y se pondrá en el buen camino para estabilizarse en pocos años”

 

Las historias de estos tres chicos y las de otros cinco de la misma edad ilustran el triste panorama en que ha derivado la implantación del “socialismo del siglo XXI” en uno de los países otrora más prósperos de Latinoamérica. Un medio de prensa “fuera del molde”, El Pitazo, ha recogido estos dramas y, al entrelazarlos con las opiniones de varios prestigiosos expertos y con estadísticas contundentes, ha concebido un reportaje: “ La generación del hambre”, que obtuvo el Premio Ortega y Gasset 2019 en la categoría de Mejor Cobertura Multimedia.

¿Reportero? El ciudadano

Uno de los cofundadores de El Pitazo, Javier Melero, que actualmente cursa un posgrado en Madrid, ha accedido a conversar con Aceprensa sobre los entresijos de la investigación y sobre la acuciante situación humanitaria que atraviesa el país sudamericano.

Javier Melero

 

– ¿Cómo se organiza un medio independiente en un momento en que el gobierno cierra las puertas a las voces disidentes?

– Es que de hecho nacemos porque el gobierno cierra las puertas. A finales de 2013 terminó un proceso que el oficialismo llamó la “hegemonía comunicacional del gobierno”, que supuso retirar la concesión radiofónica a personas independientes; la más sonada, la del Circuito Nacional Belfort, la más grande del país y de corte muy popular. Eran más de 30 emisoras. Cerraron RCTV, el canal de TV más longevo del país; compraron Últimas Noticias, que era el periódico de mayor circulación, y también El Universal, que era el decano, con más de cien años.

Fueron comprando o cerrando un montón de medios, y el país empezó a experimentar un apagón informativo. Entonces nuestra productora y el Instituto Prensa y Sociedad crearon una página web. Originalmente, El Pitazo iba a ser una página de YouTube en la que íbamos a colgar pequeñas capsulitas de video para narrar lo que estaba pasando, pero la necesidad de información era tan grande, que creció. Nos dimos cuenta de que necesitábamos ir por otra vía.

¿Con qué objetivo?

– Queríamos llegar a los sectores más desfavorecidos de la población, por lo que teníamos que incursionar en otros formatos. No podíamos quedarnos solo en portal digital, así que nos abrimos a hacer radio y a uno de los proyectos más importantes, “El Pitazo en la calle”, que es el contacto con la gente. Nos aliamos con algunas ONG presentes en distintas barriadas populares, y las sumamos al proyecto para difundir noticias. Por ejemplo, ellas organizan sesiones de cine de calle: algo de entretenimiento, una película, un juego de béisbol, para que sirva de gancho, y entonces se proyectan noticias generadas por El Pitazo.

 

El comisariado de un Consejo Comunal conoce a los residentes, y decide a quiénes les da la bolsa de alimentos y a quiénes no

 

Además, entendimos que no podíamos ir con una mentalidad de “extracción mineral”, a buscar noticias, sino que había que dejar algo. Y creamos talleres de “infociudadanía” en esos barrios, lo que hizo que la gente se sintiera muy agradecida. Ya saben cómo redactar un parrafito, cómo tomar una foto para publicar en un medio, o hacer una nota de audio sobre lo que está pasando en su comunidad. Hemos formado ya a más de mil “infociudadanos”, que están en nuestras bases de datos, y cada vez que sucede algo en cualquier parte de Venezuela podemos levantar el teléfono y preguntar.

Hoy tenemos un programa diario de dos horas, que se replica en más de 30 emisoras.

La OMS por su lado, y Maduro por el suyo

– ¿Cómo surge la idea de afrontar el tema del hambre infantil?

– Desde el consejo editorial nos preguntábamos qué hacer para mostrar al país y al mundo lo que estaba pasando. Cómo se enteraban afuera de la gravedad de la crisis, porque cuando estás en Venezuela te das cuenta de que la gente lo está pasando muy mal. Por ejemplo, los vigilantes que trabajan en el edificio donde vivo eran todos como gorditos, y poco a poco veías que empezaban a adelgazar.

¿Cómo contar estas historias? Una periodista nuestra, Johanna Osorio, propuso ilustrarlo con niños que hubieran nacido en 2013, el año en que entró Nicolás Maduro al poder, y rastrear qué ocurrió con ellos cinco años después. Porque además la OMS establece los cinco años como un patrón para la medición de la nutrición infantil. Buscamos entonces estas historias de niños de barriadas populares, que son la mayoría en el país, lastimosamente.

– Entiendo que el patrón de medición venezolano difiere respecto al de OMS.

– El venezolano es el antiguo de la OMS, que cambió en 2006. Si no lo ajustas, te deja mejor parado en cuanto a cifras. Hay un montón de indicadores: el diámetro del brazo, el peso, la estatura… En todo caso, el patrón antiguo es mucho menos estricto.

– ¿Qué obstáculos encontraron en la realización del reportaje?

– En Venezuela hay cifras oficiales que tienen 11 años sin publicarse. El gobierno no las saca a la luz. De hecho, la sorpresa es que acaban de publicar varias cifras económicas que el Banco Central llevaba años sin ofrecer, y una de las hipótesis es que recibieron muchas presiones de China o Rusia.

Pero en cuanto a obstáculos, todos los que puedas imaginar. Hay opacidad por parte de todos los organismos del Estado, y además, el país se ha hecho inimaginablemente complejo desde el punto de vista logístico. No hay llantas para los vehículos, así que ¿cómo te trasladas a donde están las historias? No hay gasolina, no hay billetes de avión, porque el parque de aviones está destrozado. La Internet no sirve, es de las más lentas de Latinoamérica y es muy inestable.

Y los apagones. Imagínate cómo trabaja un reportero que llega a la casa y no tiene electricidad, o agua, y tiene que correr para bañarse porque le pusieron media hora de agua, que no venía desde hacía una semana. Hay zonas de Caracas que, en este momento, tienen media hora de agua corriente cada 30 días.

Además de lo logístico, ¿han visto la “zarpa del oso” por algún sitio?

– El gobierno no sabía que estábamos haciendo este reportaje. Pero El Pitazo ha sufrido un montón de presiones, no por este texto, sino por la labor que hace en general. Lo primero fue un hackeo muy sofisticado y costoso, que tumbó la página por 18 horas. Después bloquearon el dominio, hasta tres veces. Y Diosdado Cabello, el segundo al mando, en su programa Con el mazo dando, nos ha nombrado varias veces. Esas son las presiones. Sabemos que hay riesgos.

¿Han arrestado a alguno de ustedes?

– No. Pero ha habido advertencias a varios reporteros en distintos estados.

Un milagro económico… a la inversa

Volvamos al tema. ¿Cómo se afianza el hambre en uno de los países más prósperos de América Latina?

– Es muy triste. Cuando se escriba la historia económica de los últimos años, Venezuela será un caso de estudio, porque es un milagro a la inversa. Uno de los países más ricos del continente, con la reserva de petróleo más grande del mundo, con gas, con coltán, oro, diamantes…, con mil kilómetros de costa caribeña, con gente educada, con un clima espectacular, cómo pudo destruirse de esa manera. Es una pregunta que se hacen todos los venezolanos.

¿Qué sucedió? Primero, se estableció un control de cambio de divisas; luego un control de precios, se restringieron las importaciones, la asignación de divisas se hizo de formas muy arbitraria, y ahí empezó el desastre. Sumada a esto, una corrupción tal que pasarán años para saber qué pasó con tanto dinero, porque se crearon fortunas faraónicas.

El gobierno, además, expropió buena parte de la industria privada, pero no la hizo funcionar. Casi todo el parque industrial de Venezuela, el 60%, se destruyó. Y luego, claro: si no tienes producción nacional, y si te quedas sin divisas para importarlo todo, la hambruna resultante es salvaje.

 

“Si no tienes producción nacional, y si te quedas sin divisas para importarlo todo, la hambruna resultante es salvaje”

 

También se habla de que el modelo venezolano, de economía rentista gracias a las ganancias del petróleo, y que antecede a la llegada de Chávez al poder, ya tenía sus propios fallos.

– Venezuela siempre ha sido un país monoproductor. Antes del petróleo, era el café, o el cacao. De todas maneras, durante los 40 años de democracia, incluso desde antes de 1958, hubo un gran esfuerzo por diversificar la economía. Grandes intelectuales venezolanos, como Arturo Uslar Pietri, hablaron de “sembrar el petróleo”, de usarlo para diversificar, y eso se logró en cierta medida. El petróleo llegó a ser el 40% del PIB, y el resto de la economía abarcaba el 60%. Seguía siendo un peso muy grande de un solo bien, pero al final era también la ventaja competitiva del país. No podías obviarla.

Sin embargo, de constituir el petróleo el 40% de la economía, pasamos a ser absolutamente dependientes de él. En el caso anterior, ¿hubiera golpeado un descenso de los precios? Sí, pero había fondos de estabilización macroeconómica para los períodos de vacas flacas, además de una mayor diversificación. El golpe hubiera sido mucho menor.

La comida como instrumento de control

Sobre los alimentos, ¿escasean todos, o hay algunos a los que los ciudadanos de a pie pueden acceder todavía?

– Es complejo. Antes del control de precios y de cambio, había de todo en Venezuela, como en cualquier país normal con un mínimo de prosperidad.

Ahora la realidad económica está tan loca, que es economía ficción. El dinero circulante en este momento es el dólar. Y el euro. El cono monetario quedó absolutamente obsoleto. La hiperinflación es tan bestial, que en el ranking podríamos estar cerca de Zimbabue. En 2016 estábamos en el puesto 23 de la peor hiperinflación de la historia, pero ahora imagínate…

Los alimentos se dejaron de producir dentro del país, y dejó de haber plata para importarlos. Ahora, como no hay dólares preferenciales para importar, empezaron a surgir iniciativas privadas de importación. Pero esos alimentos entran al precio real, y la gente corriente no puede acceder a ellos, pues el sueldo mínimo son seis dólares mensuales.

En la mesa de un cubano ahora mismo, hay arroz, frijoles y un huevo frito… ¿Qué hay en la de un venezolano?

– Algo parecido, pero sin el huevo. Hay muy pocas proteínas. La gente no come carne. Pollo, rara vez. Y con suerte comerán dos veces al día.

¿Qué fue entonces de los Mercal creados por el chavismo, que se ufanaba de que incluso los ricos acudían a comprar allí?

– Eso fue mutando de nombre, como todas las cosas en la revolución chavista, y hoy ha derivado en un perverso instrumento de control social. Como la gente no tiene plata para acceder a los bienes de la cesta básica (y no hablamos de bienes suntuosos o delicatesen, sino de arroz, papas, harina de maíz precocida, queso…), el gobierno se ha inventado las bolsas CLAP: Comités Locales de Abastecimiento y Producción.

 

Los parámetros venezolanos para medir los niveles de nutrición infantil difieren de los de la OMS desde 2006

 

¿Cómo funciona esto? Las autoridades crean estas bolsas con los alimentos que han importado, y las venden subsidiadas a quien les da la gana. El comisariado de la zona conoce a la gente, y decide a quiénes les da la bolsa o no.

Como Chávez y Maduro querían convertir a Venezuela en un Estado comunal, crearon la figura de las comunas, zonas con precedencia sobre la distribución político-administrativa nacional. Entonces les empezaron a quitar presupuestos y competencias a las alcaldías, para dárselos a los Consejos Comunales. Son un Estado paralelo del chavismo. A ellos les dan las CLAP, y ellos a su vez deciden a quiénes entregarlas. Si no te portas bien, no te la dan.

La vuelta a la democracia: un proceso largo

El reportaje trata fundamentalmente de los niños. ¿Qué implica toda esta situación para ellos?

– Consecuencias irreparables. Los ocho casos de niños desnutridos que aborda el reportaje son una pequeña muestra de lo que está ocurriendo. El 70% de los menores venezolanos padecen desnutrición. Por eso hablamos de “la generación del hambre”: porque es una generación entera de venezolanos que crecen malnutridos, con todo lo que ello supone para su desarrollo cognitivo, emocional…

Pero la cuestión no es solo que no comen, sino todo lo que hay en torno a esto, el impacto en la familia: la desintegración familiar, la violencia doméstica, y un montón de efectos asociados a la pobreza y el hacinamiento. Un muchacho que no se alimenta bien está más propenso a tener un mal desempeño académico, a caer en el consumo de drogas, en la delincuencia. Se condena a una persona a la miseria.

Finalmente Maduro ha aceptado ayuda de la Cruz Roja Internacional. ¿A qué se debe el cambio de postura?

– Creo que no le quedó más remedio, porque ha habido fuertes presiones internacionales. Pero el gobierno no da puntada sin hilo. Algo consiguió con eso; no sé qué. Así funciona un gobierno de este tipo. Aceptar la ayuda fue lo que consideraron más seguro, lo menos comprometedor. Intuyo que la subida de perfil de la crisis humanitaria, escondida por años, los llevó a aceptar que esta existía, y aceptaron la ayuda después de mucho tiempo. Pero no es ni de lejos suficiente. Son 30 millones de habitantes, por lo que dos contenedores de asistencia humanitaria… Y no tengo ni idea de cómo se está distribuyendo.

 

El hambre tiene rostro infantil en Venezuela. La enjuta dama se ha instalado en el cuerpo de muchos niños, como Dayana, que para saborear solo tiene sus recuerdos –“Antes no comíamos bien, así mucho, pero sí comíamos; a veces pollo, caraoticas [judías], arroz, pasta con su salsita. Ahorita no”—; o como Carlos, que le comenta a su mamá las ganas que tiene de volver a comer arroz, pollo y ensalada.

 

En caso de un cambio de régimen, ¿cuánto demoraría el país en restablecer los niveles normales de alimentación?

– Es complicado. Sí creo que Venezuela, en cuanto haya un gobierno que racionalice mínimamente la política económica, rebotará rápido y se pondrá en el buen camino para estabilizarse en pocos años. Eso hará que las redes de distribución de alimentos que ya existían se regularicen y redinamicen. Y tiene que normalizarse también el nivel adquisitivo de los venezolanos; los salarios tienen que ubicarse en niveles reales. En la medida en que ello ocurra, mejorarán el acceso a los alimentos y los niveles de nutrición.

Parece, por otra parte, que el cambio demora. ¿Ha perdido fuelle el movimiento impulsado por Juan Guaidó?

– Eso depende de las expectativas que cada quien se haga. El chavismo tiene 20 años en el poder, y la naturaleza de este tipo de regímenes es perpetuarse. Yo nunca me hice esperanzas de una salida rápida. Hay gente que sí, pero si tu expectativa es que ocurra todo muy rápido, te decepcionas.

En mi caso, tengo claro que pueden faltar muchos años para que eso suceda, por lo que no me sorprende que sea un proceso lento. Quien quería que ocurriera rápidamente, sí sentirá que ha perdido fuelle. Pero considerar que esto es un proceso largo y complicado es tal vez lo más razonable.

Yo esperaría que continuaran las presiones internacionales y las sanciones, no al país, sino a la jerarquía del chavismo, porque hacen una diferencia, y que siga también la presión interna. Y que las Fuerzas Armadas en algún momento decidan ayudar a enrumbar al país por una vía que favorezca el bienestar de las mayorías.

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