Durante los últimos años, el Partido Demócrata se ha centrado en promover nuevas causas sociales –desde el aborto y la contracepción gratuitos hasta el matrimonio entre personas del mismo sexo–, dando por sentado que la batalla por los derechos civiles de los negros es cosa del pasado. Pero los enfrentamientos en Baltimore, y antes en Ferguson, vuelven a poner ante la sociedad estadounidense el viejo problema de la desigualdad racial.
El video de una madre que saca a bofetadas a su hijo adolescente de los disturbios de Baltimore, la ciudad más poblada del estado de Maryland, ha provocado diversas reacciones en los medios. Muchos han celebrado la determinación de la madre. Y hay quien bromea y propone sustituir a la policía de Baltimore por las patrullas de madres.
Pero la periodista Stacey Patton ha aprovechado la anécdota para sacar punta a un hecho dramático. En su opinión, cuando la madre del chaval explicó horas después que no quería que su hijo se convirtiera en otro Freddie Gray, el joven afroamericano de 25 años que murió en Baltimore bajo custodia policial, estaba reflejando el temor de las madres negras ante la indefensión de sus hijos.
En su artículo para The Washington Post, Patton recuerda a otros seis jóvenes que han sido noticia en los últimos tres años por haber muerto a manos de un policía o un agente de seguridad. Está el caso de Tamir Rice, de 12 años, o los de Trayvon Martin y Jordan Davis, ambos de 17. Para la periodista, el video debería hacer pensar sobre esos jóvenes “a quienes rara vez se ve como inocentes o merecedores de protección”.
“Si las estadísticas sobre los barrios negros e registraran en alguno de los barrios blancos de Baltimore se declararía el estado de emergencia”
La frustración de una población ignorada
Varios analistas coinciden en señalar que Baltimore no es Ferguson, la ciudad del estado de Misuri donde murió el joven Michael Brown. Una diferencia importante es que la mitad de los agentes de policía de Baltimore son negros, como también lo son el alcalde, el fiscal general, el jefe de policía u otros cargos destacados, por lo que los problemas raciales están más atenuados.
En cambio, esta ciudad se ha hecho famosa por su peligrosa combinación de “pobreza, delincuencia y falta de esperanza”, escribe Michael A. Fletcher en The Washington Post. Las drogas también son un problema: Baltimore tiene la mayor concentración de adictos a la heroína del país.
A esto hay que añadir los marcados contrastes entre los barrios negros y blancos. Si en Ferguson las protestas fueron motivadas principalmente por la represión policial, explica Sabrine Taversine en The New York Times, en Baltimore la muerte de Freddie Gray ha sido el detonante de décadas de frustración contenida ante la desigualdad que padecen los negros. “La gente está enfadada”, lamenta un vecino de Sandtown-Winchester, el barrio donde nació Gray. “Sienten que han sido ignorados”.
Uno de los barrios más deprimidos de Baltimore es Upton-Druid Heights, donde el 94% de la población es negra. La mitad de sus habitantes viven bajo el umbral de pobreza; la esperanza de vida está en 68 años; y el 64% de la población activa negra está en el paro.
“Si las estadísticas que afectan a estas comunidades se registraran en alguno de los barrios blancos de Baltimore se declararía el estado de emergencia”, explica a Taversine un pastor protestante.
Las estadísticas nacionales no pintan un panorama más igualitario. Pese a los enormes progresos realizados desde la Marcha sobre Washington de Martin Luther King, en el verano de 1963, la América negra sigue por detrás de la blanca en materia de ingresos, empleo, educación universitaria… También tiene mayor porcentaje de fracaso escolar, de población reclusa, de hogares monoparentales… (cfr. Aceprensa, 29-08-2013).
Las causas de la élite
En este contexto, resulta desafortunada la afición del Partido Demócrata a comparar la campaña de Luther King con las que consideran “nuevas batallas por los derechos civiles”, ya sea el acceso gratuito al aborto y a los métodos anticonceptivos, o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Primero, porque la desigualdad racial está lejos de haberse superado. Y segundo, porque no es equiparable la situación de desventaja que entonces vivían los negros, a quienes se negaban sus derechos básicos, con la de aquellos colectivos que hoy protege el establishment demócrata.
Los disturbios en Baltimore han puesto de relieve décadas de frustración ante la desigualdad racial
La primera batalla por los “derechos civiles” que planteó el Partido Demócrata al llegar Obama al poder se libró con motivo de la norma del Ministerio de Sanidad que obliga a los empleadores a financiar y ofrecer a sus empleadas un plan de seguros con los anticonceptivos, la píldora del día después y la esterilización. Los demócratas acusan a los republicanos de librar una “guerra contra las mujeres” por oponerse a esa norma, mientras ellos se presentan como los defensores de la “salud de las mujeres”.
Pero las más de 41.000 firmantes de la campaña “Women Speak For Themselves” ya se encargaron de contestar a la administración Obama que nadie puede atribuirse el monopolio para hablar sobre cuestiones de salud. Y menos utilizar el poder coercitivo del Estado para promover una agenda política controvertida.
La segunda causa “pro derechos civiles” de los demócratas es el matrimonio entre personas del mismo sexo. En este debate, dan un paso más y sostienen que su campaña es equivalente a la que en su día logró eliminar la prohibición al matrimonio interracional. Pero, como ha explicado Ryan Anderson, tal asimilación carece de sentido: mientras que la idea de que dos personas de grupos raciales diferentes no puedan casarse responde al prejuicio concreto de una época, la concepción del matrimonio como unión de hombre y mujer se ha mantenido invariable a lo largo de los siglos porque responde a una adecuada comprensión de la naturaleza del matrimonio (cfr. Aceprensa, 30-04-2014).
También el reverendo Bill Owens, un activista en la lucha de los derechos civiles en los años 60 y fundador de la Coalición de Pastores Afroamericanos, sostiene que el matrimonio gay es ajeno a la lucha por los derechos civiles: “No hay derecho civil más importante relacionado con el matrimonio que el derecho de cada hijo a tener un padre y una madre” (cfr. Aceprensa, 28-02-2013).
El legado de un presidente negro
Más que “causas sociales”, las campañas del Partido Demócrata podrían encuadrarse dentro del capítulo de las “guerras culturales” que dividen a EE.UU. desde la década de los años 60 del siglo pasado.
Lo propio de estas “batallas por el alma de EE.UU.”, como las define el historiador Andrew Hartman en un libro recién publicado (1), es llamar la atención sobre controversias candentes que pujan por definir la identidad estadounidense.
Es desde esta perspectiva desde la que algunos historiadores juzgarán el legado de Obama. Los dos mandatos del primer presidente negro en la historia de EE.UU. ¿contribuyeron a disminuir la discriminación racial contra la que lucharon los activistas del movimiento por los derechos civiles en los años 60? ¿O se limitaron a ampliar la radical agenda identitaria que avanzó, en esos mismos años, la contracultura de la Nueva Izquierda?
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Notas
(1) Andrew Hatman, A War for the Soul of America. A History of the Culture Wars. The University of Chicago Press. 2015. 384 págs.