La Revolución de febrero apenas ha tenido cabida en el imaginario comunista. El leninismo construyó una interpretación sobre los acontecimientos de 1917 que soslayaba el proyecto modernizador del gobierno provisional y convertía al bolchevismo en el catalizador político de los deseos de las masas.
En febrero, el descontento popular creció en Petrogrado a consecuencia de la escasez de suministros, y las masas espontáneamente ocuparon las calles. Pero lo decisivo fue el motín de las tropas, en su mayor parte campesinas, y la negativa del Ejército a secundar las medidas decretadas por las autoridades. Fue entonces cuando el comité de la Duma asumió interinamente el poder. Para Orlando Figes, la Revolución de febrero fue “en esencia, una revolución contra la monarquía”, contra el zarismo.
Profesionales de la revolución
Por su parte, la Revolución de octubre no tuvo por protagonista al pueblo, ni siquiera al proletariado. Fue Lenin quien transformó a los bolcheviques de espectadores en líderes de la Revolución. Aunque inicialmente el Comité Central de los bolcheviques decidió apoyar al gobierno provisional, las cosas cambiaron cuando, tras regresar del exilio, Lenin indicó en sus famosas Tesis de abril que los bolcheviques no debían hacer tal cosa y reclamó todo el poder para los soviets.
Para Lenin, tanto la revuelta de febrero como el gobierno provisional eran típicamente burgueses y retrasarían la llegada de la auténtica revolución. No confiaba ni en el proletariado (que apenas representaba al 10% de la población) ni en el fervor de las masas: solo el disciplinado ejército de intelectuales subversivos podía conquistar el poder, empleando la violencia si fuera necesario.
La irrupción del ala bolchevique, que –a pesar de lo que significaba el término– era minoritaria, hizo que el marxismo ruso se distanciara de la concepción, menos radical, de Plejánov, partidario de la “revolución en dos etapas” y que calificó los acontecimientos de octubre como un “gran error”.
La inestabilidad de la diarquía
Aunque el gobierno legítimo era el provisional –que estaba presidido por el príncipe Lvov y que procedía de la IV Duma–, no asumió enteramente el poder. Gobernó junto con el Soviet y, en concreto, con su buró ejecutivo, el Ispolkom –controlado por mencheviques, socialistas revolucionarios y socialdemócratas–, que de facto se autoproclamó el portavoz y el auténtico representante de la voluntad popular.
Para Richard Pipes, fue sobre todo esta situación de poder dual o diarquía lo que allanó el camino revolucionario a los bolcheviques. Lo inexplicable es que el Soviet, con escasa representatividad, constituido irregularmente y que estaba integrado solo por obreros y soldados –hay que tener en cuenta que el 80% de la población rusa era campesina– no solo se convirtiera en el órgano directivo de la política rusa, sino en la fuente de legitimidad del gobierno provisional. Este se doblegó ante aquella supuesta fuerza popular y aceptó los nueve puntos que condicionaban la colaboración del Soviet con el gobierno, entre ellos, la amnistía para presos políticos y terroristas y el reconocimiento de la libertad de expresión y de reunión.
Los bolcheviques se convirtieron en la principal oposición al gobierno provisional. El golpe de Estado bolchevique se llevó a cabo en dos etapas. En la primera, Lenin intentó provocar el desconcierto social y hacerse con el liderazgo de las protestas callejeras. Tras el fracaso de esta estrategia, y la huida de Lenin a Finlandia, comenzó la segunda intentona: Kérenski, que había sucedido al príncipe Lvov, tuvo que apoyarse en ellos para contener el golpe de Kornílov. En septiembre, Trostki asumió la presidencia del Soviet de Petrogrado y comenzaron las maniobras para tomar el Palacio de Invierno.