Un joven egipcio, calzado con unas zapatillas “made in China”, toma un rotulador —también chino— y pinta una pancarta para irse a la plaza Tharir a pedir más democracia. Al desatarse la represión policial, el manifestante es arrestado y llevado a una comisaría, donde los agentes —armados con bastones eléctricos y grilletes inmovilizadores de fabricación china— se encargarán de hacerle saber que ya la democracia llegó al país y que no es necesario pedirla más.
Sucede que el primer exportador mundial de todo lo exportable es un gran suministrador de instrumentos de tortura, así como de material policial eventualmente empleable en la aplicación de la tortura, que envía a países con deplorables antecedentes de violaciones de los derechos humano…
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