La brecha entre ricos y pobres no es la única desigualdad que ha aumentado durante la crisis: también han crecido las diferencias entre los jóvenes y el resto. Nada tiene de extraño que las generaciones que llevan más tiempo en el mercado laboral tengan mayor solvencia que los recién llegados. Pero sí es preocupante el grado de inseguridad económica que ha traído la crisis a los jóvenes.
Dentro de los países desarrollados, la transformación del mercado laboral ha sido uno de los factores principales del aumento de la desigualdad entre ricos y pobres, un problema que la crisis ha acentuado pero que se originó durante las dos décadas previas. Así lo puso de manifiesto el informe de la OCDE In It Together: Why Less Inequality Benefits All (ver Aceprensa 26-05-2015).
Entre 1995 y 2013, más de la mitad de los empleos creados en la OCDE entran dentro de la categoría que el informe llama “no estándar”: contratos temporales, a tiempo parcial y autónomos, tres modalidades que están asociadas a ingresos más bajos. Por ejemplo, en el Reino Unido, los autónomos ganan de media un 50% menos al año que los empleados en trabajos estándares. Entre los asalariados, los que tienen contratos temporales cobran por hora un 20% menos; y los contratados a tiempo parcial, un 30% menos.
Solo el 23% de los estadounidenses de 18 a 34 años votaron en las elecciones legislativas de noviembre de 2014, frente al 59% de los mayores de 65
Los más afectados por esta tendencia son los jóvenes: el 40% de los trabajadores menores de 30 años tiene un empleo atípico. Si a esto se suman otros factores, como el elevado paro juvenil, la “sobrecarga de gastos relacionados con la vivienda” o el lastre de la deuda universitaria en algunos países como Estados Unidos o el Reino Unido, se entiende que los jóvenes hayan sustituido a las personas mayores en el perfil del “pobre” en la OCDE.
Menos jóvenes en empleos estables
A finales de enero, The Economist dedicó una serie de artículos a documentar la desigualdad intergeneracional. La presentación del reportaje denunciaba, en términos muy duros, que los gobiernos se hayan desentendido de los jóvenes. “Muchos de sus problemas se deben a unas políticas que favorecen a los mayores antes que a los jóvenes”.
La rigidez del mercado laboral, explica uno de los artículos, suele jugar a favor de los trabajadores mayores, que son los que ya están contratados. En muchos países, las leyes laborales han exigido a las empresas más protección a los trabajadores. Y esto reduce su margen para contratar de forma indefinida a nuevos empleados.
En tiempos de vacas flacas, los jóvenes llevan las de perder. The Economist lo ilustra con el caso de Florence Moreau, joven arquitecta francesa. Se incorporó al mercado laboral en 2009 y desde entonces ha tenido ocho empleos; ninguno ha durado más de 16 meses. Y no es algo atípico: en Francia, cuatro de cada cinco contratos firmados durante la crisis han sido temporales.
En algunos países de la OCDE, la tasa de paro juvenil (menos de 25 años) duplica a la general. Grecia, España e Italia se llevan la palma con un desempleo juvenil del 48%, 48% y 40%, respectivamente. Si se consideran rangos de edades superiores, el paro sigue siendo alto pese a que los jóvenes de la OCDE están más formados que las generaciones anteriores: en 2013, la tasa de desempleo entre los de 25 a 29 años superaba el 10%, mientras que entre los de 30 a 54 años estaba por debajo del 8%, y entre los de 55 a 64 años, por debajo del 6%.
Los salarios de los jóvenes bajan más
Otro síntoma de precariedad son los sueldos iniciales. Según un informe de la OCDE, publicado en 2015, en España el salario medio de los jóvenes que se incorporan al mercado laboral ha pasado de 1.210 euros en 2008 a 890 euros en 2013, una caída del 35%.
En el Reino Unido, la crisis ha bajado los salarios medios en todos los tramos de edad. Pero los jóvenes han sufrido más, observa la periodista de The Guardian Heather Stewart a partir de un estudio de la Resolution Foundation. Entre 2009 y 2014, el salario medio de los jóvenes de 22 a 29 años disminuyó un 12,5%, frente a una caída del 3,7% en el de los trabajadores mayores de 60 años.
El salario medio de los jóvenes españoles que se incorporan al mercado laboral pasó de 1.210 euros en 2008 a 890 euros en 2013, una caída del 35%
Otro dato del mismo estudio: durante ese período, en los hogares de los pensionistas los ingresos aumentaron casi un 10% en términos reales, mientras que en los de los activos cayeron un 4%.
La utilidad del voto
En esta situación –denuncia Stewart–, la coalición entre conservadores y liberal-demócratas no tuvo inconveniente en contentar a los pensionistas con nuevas políticas, como los generosos bonos de ahorro para mayores de 65 años y la fórmula del “triple suelo”, que garantiza la subida anual de las pensiones según el valor más alto de estos tres: el incremento del salario medio, el del IPC o un 2,5%.
Las políticas de este tipo son las que llevan a The Economist a salir en defensa de los jóvenes, a quienes ve como una “minoría oprimida”. “En los países ricos hay más gasto público destinado a pensiones y atención sanitaria a mayores que a la formación de los jóvenes”, afirma en otro artículo del reportaje.
En la OCDE, el 40% de los trabajadores menores de 30 años tiene un empleo atípico: temporales, a tiempo parcial o autónomo
El articulista atribuye el desigual reparto de los recursos a una regla muy sencilla: “En democracia, los políticos escuchan a la gente que vota. Y los jóvenes rara vez votan”. Aquí hay un reproche a la casta, que gobierna a golpe de intereses. Pero también a los jóvenes desencantados que optan por la inacción: “Solo el 23% de los estadounidenses de 18 a 34 años votaron en las elecciones legislativas de noviembre de 2014, frente al 59% de los mayores de 65. En las elecciones generales del Reino Unido, en 2015, solo votó el 43% de los jóvenes de 18 a 24 años, frente al 78% de los mayores de 65. En ambos países, los partidos apoyados por los votantes de más edad [el Partido Republicano y el Partido Conservador] obtuvieron una victoria contundente”.