(Actualizado el 1-03-2021, a las 21:52)
La derrota electoral de Donald Trump, quien atrajo a su coalición a buena parte de los llamados “votantes de valores”, ha reabierto el debate sobre el rumbo que ha de tomar el conservadurismo. La discusión trasciende el contexto político estadounidense y da que pensar a los conservadores de otros países: ¿a favor de qué y de quiénes posicionarse en el momento actual?
Hoy por hoy, el debate sobre el futuro del conservadurismo estadounidense es inseparable del papel de Trump en el Partido Republicano (Grand Old Party, GOP), que integra distintas corrientes y sensibilidades. Muchos republicanos son conservadores y cristianos, pero un porcentaje significativo no. Un dato elocuente: en una encuesta reciente de YouGov a 1.000 votantes de Trump, el 24% se declaran ateos, agnósticos o sin una confesión religiosa particular. Del total de los encuestados, el 46% asiste a la iglesia “rara vez” o “nunca”.
Otra coordenada del debate es el auge de la nueva derecha posliberal, que ve en el nacionalpopulismo un aliado para la causa conservadora.
Uno y otra han cambiado el tono y las prioridades de los conservadores clásicos. Lo que se discute ahora es si el GOP y el movimiento conservador quieren seguir por esta dirección. A grandes rasgos, cabe identificar cuatro posturas:
1. Los que quieren a Trump.
2. Los que exigen al GOP que siga avanzando en la línea abierta por el expresidente, pero con un candidato más moderado.
3. Los que prefieren volver al republicanismo pre-Trump, que fusionó en un mismo movimiento la tradición conservadora, el liberalismo económico y el pensamiento libertario o antiestatista.
4. Los que buscan algo nuevo: ni lo de ahora ni lo de antes.
Los incondicionales de Trump
No está claro cuántos son, porque los sondeos ofrecen resultados dispares. Pero coinciden en que el apoyo al expresidente ha caído tras el asalto al Capitolio. Según una encuesta de Politico y Morning Consult realizada poco después del 6 de enero a casi 2.000 votantes registrados, el 40% de republicanos e independientes de tendencia republicana votarían a Trump si se presenta a las elecciones presidenciales de 2024, en comparación con el 53% que afirmaba lo mismo en noviembre.
The Hill y Harris Poll elevan el porcentaje en un sondeo a cerca de mil votantes registrados: el 64% de republicanos se uniría a un nuevo partido liderado por Trump, opción que él mismo ha descartado en la Conferencia de Acción Política Conservadora celebrada estos días pasados en Orlando (Florida). Sin embargo, según otra encuesta de CNN y SSRS con una muestra de tamaño similar, el 53% de republicanos e independientes afines prefiere tomar distancia del expresidente.
La del politólogo Eric Kaufmann a casi 400 seguidores de Trump rebaja todavía más sus posibilidades: solo el 29% de ellos le apoyaría en 2024.
Lo que atrae del trumpismo
Los partidarios más fieles del expresidente apoyan el trumpismo, que Kaufmann define en UnHerd como una doctrina marcada “por la hostilidad a las élites políticamente correctas, el apoyo al control de las fronteras y el nacionalismo cultural”. Los más críticos de esta corriente la asocian al populismo extremo o incluso antidemocrático.
Lo que sí parece claro es que el trumpismo viene a elevar el tono de la derecha. Jerry Falwell Jr., rector de una importante universidad evangélica hasta que cayó en desgracia por un escándalo, sintetizó ese sentir cuando afirmó que “los conservadores y los cristianos tienen que dejar de elegir a niños buenos” para cargos públicos, y decantarse por “luchadores callejeros” como Trump.
Que el tono combativo es una marca del trumpismo también lo deja claro Molly McCann, abogada y colaboradora de varios medios conservadores. Lo que no comprenden los republicanos contrarios a Trump (conocidos como Never Trumpers) ni los reticentes, sostiene en The Federalist, es que él ganó en 2016 “porque no era un republicano”. Ganó porque trajo un modo de hacer política que prioriza la soberanía nacional, la pulsión antisistema y la convicción de que los políticos de derechas deben estar dispuestos a luchar por el país con la misma determinación y beligerancia que Trump. Esto es lo que sus partidarios –republicanos o no– quieren mantener.
¿El regreso del Tea Party?
En la encuesta de Kaufmann, la mayoría de seguidores de Trump (el 55%) se decantaría por un candidato “más presidencial, respetuoso y efectivo, que adopte los puntos de vista de Trump sobre el control de la inmigración y el nacionalismo, y que esté dispuesto a desafiar a los grandes medios de comunicación, la corrección política y las élites”.
Para el politólogo canadiense, este dato sugiere dos cosas. La primera es que no habrá un retorno al conservadurismo de los tiempos de Reagan y los Bush, que es el que gusta al establishment. Solo el 16% de los participantes en su encuesta desea volver al republicanismo que ponía el acento en “el gobierno limitado, el libre mercado, la familia y la resistencia a la tiranía en el mundo”.
La segunda es que, por encima del culto a Trump, están las preocupaciones que llevaron a votarle, como el hartazgo con la corrección política. Eso quiere decir que hay bastante espacio para quienes sepan dar continuidad a las batallas iniciadas por Trump, sin pedir perdón por ello, y que a la vez muestren más respeto por la democracia liberal. A modo de ejemplo, Kaufmann cita a los senadores Josh Hawley, Marco Rubio, Ted Cruz y Tom Cotton –todos ellos respaldados por el Tea Party–, aunque no descarta que surjan nuevas figuras. Otros analistas mencionan al exvicepresidente Mike Pence y a los hijos de Trump.
Por encima del culto a Trump, están las preocupaciones que llevaron a votarle, como el hartazgo con la corrección política
La también politóloga Julia Azari coincide en que es más probable que este tipo de republicanos, entre los que cuenta a la ex embajadora de EE.UU. ante Naciones Unidas Nikki Haley, acaben tomando las riendas del partido en vez de Trump. Y aunque guardan con él “marcadas diferencias de estilo y enfoque”, siempre podrían reivindicarse como herederos de su legado.
Los partidarios de esta opción vieron en Trump un aliado para su causa, pero ahora ven la necesidad de romper con él. Llama la atención la frialdad con que lo reconoce el columnista de The Federalist Nathan Blake, quien primero fue Never Trumper, luego pro-Trump y ahora reniega de él: “Para aquellos de nosotros cuyo apoyo a Trump fue transaccional, esta es una decisión fácil, como reemplazar una herramienta rota. Nos subimos al tren de Trump en diferentes momentos y por diferentes razones (…), pero es hora de bajarnos”.
Blake recuerda que una justificación habitual entre los conservadores para votar a Trump es que era el “mal menor” frente a los demócratas. Pero ahora que no existe ese dilema y hay tiempo para reorganizarse, los republicanos pueden “ir más allá de Trump sin volver al statu quo decadente que él trastocó”. Tal y como este comentarista lo ve, la reconstrucción del Partido Republicano pasa por que el ala populista y el establishment trabajen juntos como una coalición, en vez de lanzarse anatemas.
Posliberales
La idea de que el viejo consenso republicano ha saltado por los aires ha tomado fuerza en los últimos cuatro años. Una serie de autores conservadores de bastante renombre (Patrick J. Deneen, Rod Dreher, Sohrab Ahmari, Adrian Vermeule, R. R. Reno, Yoram Hazony, Rich Lowry…) han articulado el descontento con los sesgos del liberalismo político contemporáneo, e incluso con los límites de partida de la tradición liberal clásica.
Creen que el fenómeno Trump (más allá de su opinión sobre el mandatario) ha abierto una ventana de oportunidad para alejar al conservadurismo de lo que consideran el rasgo más nocivo del liberalismo: la exaltación del individuo autónomo. Un texto representativo de esta postura es un artículo de First Things, en el que Dreher, Deneen, Ahmari y otros claman “contra el consenso muerto”.
Los firmantes parten de la premisa de que, hasta las elecciones de 2016, los intelectuales conservadores estaban muy divididos. Pero entienden que ahora hablan “con una sola voz” cuando dicen que “no hay vuelta atrás al consenso conservador anterior a Trump”, conocido como “fusionismo” y cuya expresión más representativa fue el reaganismo. Aunque reconocen varios méritos a ese consenso, llegan a afirmar que “cualquier intento de revivirlo (…) sería erróneo y perjudicial para la derecha”.
Su principal argumento es que “la fetichización de la autonomía” ha acabado socavando las causas conservadoras. “Sí, el antiguo consenso conservador defendía de boquilla los valores tradicionales. Pero no logró retrasar, ni mucho menos revertir, el eclipse de las verdades permanentes, la estabilidad familiar, la solidaridad comunitaria y muchas otras cosas. Se rindió a la pornografización de la vida cotidiana, a la cultura de la muerte, al culto a la competitividad. Con demasiada frecuencia se plegó a un multiculturalismo venenoso y censurador”.
La consecuencia inmediata de esa ruptura es que se niegan a admitir como “dogmas” que deban defender los conservadores ciertos postulados del reaganismo, como el libre comercio, la libre circulación de personas o “el gobierno limitado como un fin en sí mismo”. En cambio, exigen al GOP un compromiso más firme con la defensa de la vida del no nacido y los vínculos humanos (“familia, fe y comunidad política”); la primacía de los intereses de los ciudadanos estadounidenses frente a los de los inmigrantes; el reequilibrio de las necesidades de los trabajadores (sobre todo, de clase obrera) con las de los inversores y empresarios…
Como explica Jordan Alexander Hill en un largo artículo publicado en Quillette, los partidarios de esta nueva derecha posliberal o posfusionista elogian la política profamilia y natalista de Viktor Orbán, quien se ha reunido en los últimos años con Deneen, Dreher y Hazony, entre otros intelectuales conservadores. Y se declaran admiradores de la visión de la sociedad, fundada en la familia, que tiene Orbán. Este enfoque, dice Deneen en declaraciones a Hill, es lo que te permite renunciar al estatismo, mientras que “los seres radicalmente individualizados acaban necesitando y acudiendo a los gobiernos centrales en busca de apoyo y ayuda”. Pero cabe replicar que un Estado mínimo no es precisamente lo que tiene montado Orbán en Hungría.
Un nuevo consenso
Que los posliberales no hablan con una sola voz por todos los intelectuales conservadores, lo prueba el ya célebre debate mantenido en 2019 entre Ahmari y David French sobre cómo responder al progresismo en la batalla cultural. O el que acaba de abrir Public Discourse con un texto firmado por sus articulistas habituales, como Ryan Anderson, R.J. Snell, Serena Sigilito o Mark Regnerus, quien también firmaba el artículo de First Things.
La primera diferencia entre ambos textos es que están escritos en momentos distintos: tras la derrota de Trump, el triunfalismo ha dado paso a “la fragmentación y la confusión” de la derecha, algo que achacan en parte a los desacuerdos durante la agitada era Trump, pero también a “la fragilidad de las coaliciones que definieron a la derecha durante la Guerra Fría y el período posterior”. Constatan que “algunos” rechazan el viejo fusionismo y ven “necesario algún tipo de nuevo consenso”.
Los posliberales se niegan a seguir defendiendo como dogmas conservadores ciertos postulados del reaganismo
El fin del triunfalismo se nota también en el enfoque de la propuesta, que no deja de ser reactivo: la idea básica es que los conservadores deben evitar que sus legítimas disputas internas les distraiga de hacer frente común ante “las serias amenazas a las instituciones que valoramos”, en alusión a las políticas de la Administración Biden.
Otra diferencia de planteamiento es su realismo político: no imaginan una sociedad a la medida de sus convicciones, sino que asumen que los conservadores (como todo el mundo) deberán hacer ciertos equilibrios. “Los acuerdos en cuestiones prudenciales no son un defecto moral, sino que a menudo son un signo de sabiduría política. El fusionismo no es una palabra sucia”.
Pautas para el debate
El artículo de Public Discourse ofrece dos pautas para empezar la conversación. La primera es aclarar quiénes van a participar. Concretamente, preguntan cuáles son las líneas rojas que no se pueden traspasar; es decir, ¿con quiénes no hay que aliarse para evitar que el conservadurismo “pierda su alma y su mente”? Y a la inversa: ¿qué escuelas no pueden faltar? También es importante abordar “el problema generacional”, para que los jóvenes no queden excluidos del debate.
Lo segundo es identificar cuáles son los bienes básicos que comparten los conservadores, el mínimo común sobre el que construir. Aquí la revista avanza su propia reflexión y destaca cuatro: matrimonio-vida, religión, educación y justicia. Dentro de cada uno de ellos, señala varias prioridades. Por ejemplo, dentro del primero, destaca la importancia de promover programas públicos de orientación familiar.
Quizá el enfoque más novedoso está en el cuarto punto. Los firmantes piden tomarse en serio el contexto actual del país, marcado por “una poderosa demanda de justicia”. Los excesos de los social justice warriors en los debates sobre la raza o la desigualdad económica, dicen, no deben llevar a los conservadores a desentenderse “de lo que hay de cierto en esas protestas”.
Los conservadores no pueden “ignorar o ridiculizar” los debates que giran en torno a “la raza, la equidad, la justicia ante la ley, las prácticas comerciales justas, los sindicatos, la dignidad de los trabajadores, la retribución justa, los derechos civiles, los impuestos, el respeto a las aportaciones de las mujeres o la identidad sexual”. Si de verdad quieren influir en el debate cultural, “la primera tarea es comprender”. Y luego, desde el respeto a cada persona, “articular claramente las verdaderas condiciones del bienestar humano, trabajando desde el parlamento, la sociedad civil, la familia y la acción individual para lograr esas condiciones en la medida de lo posible”.
Esta ampliación del debate –a la que también podría sumarse el impulso de una reforma migratoria justa y la lucha contra el cambio climático– no gustará a todos los conservadores. Los articulistas de Public Discourse son conscientes y adelantan su fórmula mágica para hacer frente a los debates que vienen: la reflexión y el diálogo serenos, también entre los conservadores.
Salvaguardar el lujo de la paz socialPara no pocos conservadores, el asalto al Capitolio ha supuesto un antes y un después en su apoyo a Trump. Lo ilustra bien el caso del politólogo Hunter Baker. En un artículo previo a las elecciones (Public Discourse, 27-09-2020), pidió el voto para Trump con el argumento del “mal menor”. Baker dejaba traslucir admiración por la firmeza del republicano en su defensa de ciertas causas conservadoras. Es cierto que ha hecho a la derecha más gruñona de lo que era en tiempos de Reagan, decía, pero también que le ha dado más carácter que en la época de Bush hijo. Tras el asalto, sin embargo, publicó otro artículo en la misma revista (15-01-2021), esta vez para disculparse –con una honradez intelectual admirable– por haber despreciado los reparos de los Never Trumpers: si antes los veía como “gorrones morales”, demasiado delicados para manchar sus pulcros principios, pero en el fondo encantados de que otros votasen a quien defendía sus causas, ahora reconoce que se equivocó y elogia que supieran ver lo que él no vio: “Me he despertado demasiados días agradecido por la bendición de vivir en una sociedad pacífica, ordenada, democrática y libre, como para ver que una ambición política inmoderada tira por la borda esos avances tan duramente conseguidos”. Concretamente, Baker reprocha a Trump su negativa a reconocer la derrota; la presión a Mike Pence para que se negara a certificar los resultados electorales; la llamada telefónica a un alto funcionario de Georgia “instándole a buscar votos adicionales”; y la incitación a acudir al Capitolio. Por otra parte, incluso desde el punto de vista del pragmatismo político, en el que Baker se reconoce fácilmente, hay que reconocer que Trump no ha sido la panacea: si es cierto que ha generado más apoyo que ningún otro presidente republicano, observa el politólogo, también lo es que ninguno otro ha generado tanto rechazo. |