Análisis
En medio de la zarabanda de la alianza de las civilizaciones, que despierta adhesiones surrealistas y que nadie sabe en qué consiste, no dejan de postularse iniciativas más serias que buscan diálogos y acuerdos entre las grandes familias religiosas. Pero también en esto es preciso distinguir dos caras de muy diferente fondo y forma.
Por un lado, hace algunos años que se propugna desde Naciones Unidas toda una política de encuentros y asociaciones que tiene como objetivo un mejor entendimiento entre culturas religiosas que -se supone- arrastran enfrentamientos seculares. Se parte de la premisa de que la religión es fuente de problemas, sobre todo desde el advenimiento espectacular del terrorismo islámico, que ha servido de paso para desempolvar violencias históricas como las protagonizadas por las Cruzadas o la Inquisición, es decir, para señalar con el dedo acusador también a los cristianos, muy lejos ya hoy de aquellos sucesos históricos.
Para limar las diferencias que estarían detrás de estos conflictos, se ha patrocinado la creación de movimientos como la «United Religions Initiative» (www.united-religions.org), cuyo objetivo subrepticio es la institución de una especie de «religión global», con un fuerte aroma «new age». No resulta difícil percatarse del peligro que la iniciativa puede acarrear para la libertad religiosa, en la medida en que una negociación a la baja sobre los postulados doctrinales de cada creencia, con el fin de establecer un mínimo común que sea pacífico para todos, supone, ni más ni menos, que limitar la libre adhesión de las personas a las convicciones que consideran verdaderas.
Otro tipo de actuación, menos peligrosa que inane, la conocemos más de cerca, pues los gobiernos españoles de distinto signo se han esforzado, con mayor o menor empeño y sinceridad, en auspiciar este diálogo al amparo de la idea mítica de esa España multicultural que tuvo su momento glorioso con la convivencia ejemplar de cristianos, musulmanes y judíos. Al margen de lo discutible que pueda resultar la veracidad de aquella leyenda (1), lo cierto es que los encuentros promocionados gubernamentalmente entre las distintas confesiones religiosas, buscando como escenario talismán la ciudad de Toledo, se han saldado con bonitas fotos y libros, que si se leen, sólo sacan a relucir reproches para el Estado (2). Estos encuentros, como tantos otros, sirven para que las confesiones mendiguen al gobierno subvenciones o ventajas, pero muy poco para que dialoguen entre sí. De hecho, ni siquiera el gobierno es capaz de ponerse de acuerdo, uno por uno, con los diferentes grupos religiosos, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en las acusaciones que le dirigen la Iglesia católica o los musulmanes a propósito de la cuestión educativa.
El impulso del Ejecutivo a reuniones interconfesionales le puede haber servido como propaganda, pero ha resultado estéril para otros fines. Para empezar, habría que aclarar quiénes tienen que ponerse de acuerdo y para qué. Por no andarnos por las ramas, mencionaremos al islam, que está en el centro de todas las preocupaciones. Pero nadie sabe con quién del Islam tiene que hablar para resolver algo, porque carece de interlocutores oficiales. ¿Hablamos con Tariq Ramadan? ¿Con Ben Laden? ¿O con Mohamed VI, vigente Comendador de los Creyentes? ¿Quién representa al Islam para llegar a una alianza con él, o siquiera para dialogar? Nadie. El islam no tiene un cuerpo uniforme ni una jerarquía universal, sino que se constituye en multitud de comunidades y escuelas jurídicas.
Diálogo con sustancia
Junto a la política de foto y poco más existe, sin embargo, un movimiento profundo que está haciendo mucho más por el entendimiento entre las religiones que todos los gobiernos del mundo. Gestos concretos realizados por la Iglesia católica a favor del ecumenismo y del diálogo con las religiones no cristianas pueden pasar desapercibidos para el gran público, porque se hacen discretamente y sólo divulgan resultados. Aún no se ha valorado suficientemente la importancia de la «Declaración conjunta sobre la Doctrina de la Justificación entre la Iglesia católica y la Federación Luterana Mundial» (ver Aceprensa 154/99), y ya está cercana la conclusión de un documento común sobre la apostolicidad de la Iglesia y la sucesión apostólica, aparte del trabajo desarrollado por el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, o el decisivo cambio en las relaciones con el judaísmo en los últimos cuarenta años, desde la declaración «Nostra aetate» del Concilio vaticano II, seguida de los múltiples gestos y declaraciones de Juan Pablo II, que han derribado prejuicios ancestrales. El Papa Ratzinger dejó muy claro que el ecumenismo es para él una prioridad cuando pidió ser un «servidor de la unidad», quizá incluso con más énfasis de lo que pudo serlo para su predecesor, que ya puso gran empeño en este objetivo.
Se viene a demostrar de esta forma que el diálogo entre religiones es asunto que hay que dejar en manos de éstas, que además saben hacerlo con resultados. Cuando los gobiernos se inmiscuyen en este contexto sólo buscan hacerse publicidad, sin que ni siquiera les importe la verdad que las religiones defenderían con su vida, o estando incluso dispuestos a desmontarla. Deberían empezar por cambiar la mentalidad que les hace desconfiar de lo religioso como una fuente de problemas (3), y empezar a contemplar a las religiones como venero de soluciones. Los políticos tienen, no obstante, una labor importante en esta tarea, que pasa por crear el ámbito legal propicio que asegure un marco de convivencia para todos los grupos religiosos y el respeto de estos entre sí, y a partir de ahí, cooperar, como manda el artículo 16.3 de la Constitución a los poderes públicos, con aquellas iniciativas que las confesiones planteen al Estado. Si la libertad de creer queda garantizada para cualquier creyente o confesión, y el ordenamiento jurídico proporciona los medios para garantizar la paz social, las religiones acabarán por entenderse, porque todas ellas anhelan en el fondo tener el buen talante de Dios.
Ángel López-Sidro__________________Ángel López-Sidro es profesor de Derecho eclesiástico del Estado en la Universidad de Jaén.(1) Véanse los libros de Serafín Fanjul, «Al-Andalus contra España» (Siglo XXI, Madrid, 2000) y «La quimera de al-Andalus» (Siglo XXI, Madrid, 2004: ver Aceprensa 117/04).(2) Véase «Encuentro de las tres Confesiones religiosas: Cristianismo, Judaísmo e Islam» (Ministerio de Justicia, Madrid, 1999).(3) Una muestra de esta injustificada apreciación negativa es el artículo de Ruth Gledhill en «The Times»: «Societies worse off when they have God on their side» (27-09-2005).