El mundo ha despedido a Steve Jobs como al empresario más admirado en esta época de la sociedad de la información. El hombre que sabe abrirse paso empezando en un garaje y que encandila al mundo con su capacidad para crear productos innovadores que responden a necesidades del público y se adelantan a sus gustos. El jefe con el que muchos querrían trabajar. Con empresarios como él, el capitalismo despliega su fuerza de innovación, el mercado consagra los productos de más calidad y la libertad de empresa se utiliza para establecer una sintonía con los clientes como pocos lo lograron antes de Apple.
En cambio, los congregados por “Ocupa Wall Street” y los indignados de otros países protestan contra los desmanes del capitalismo financiero que están en el origen de la crisis económica. Amparado en una creciente desregulación, el sector financiero asumió riesgos crediticios cada vez mayores, con “inventos” que aumentaron enormemente el volumen de transacciones con el que los bancos podían hacer dinero. No era el riesgo del empresario que apuesta por un producto innovador. Era el riesgo del especulador, del que busca una ganancia máxima a corto plazo sin preocuparse de lo que vendrá después.
Steve Jobs ha sabido ofrecer al público productos que respondían con nuevas soluciones a necesidades reales, instrumentos fiables, bien hechos. Y logró que esos productos fueran sencillos de utilizar, una tecnología “con rostro humano” y atractivo diseño.
El capitalismo financiero también ha hecho gala de una gran innovación en la misma época en que Apple se desarrollaba. Incluso demasiada. Pero sus productos no han estado al servicio de las necesidades del cliente, sino de la multiplicación de las ganancias de los financieros, a menudo sobre activos tóxicos. Así como los productos de Apple se caracterizan por su sencillez de manejo, los de las finanzas eran cada vez más opacos y complejos, para disfrazar muchas veces el engaño. Con sofisticados instrumentos financieros que cada vez menos entendían (swaps, obligaciones de deuda colateralizadas, derivados…) se hacían circular cantidades de dinero superiores al PIB de la economía real. Al final, el “apalancamiento” se hundió, revelando la magnitud de la ficción financiera.
Lo más hiriente y lo que atiza la indignación es que muchos de los que llevaron al desastre al sector financiero han salido muy bien librados, con suculentos bonus y generosas indemnizaciones, que no pocas veces se han otorgado a sí mismos. También Steve Jobs era un multimillonario, pero había hecho su dinero vendiendo productos de excelencia, no hipotecas subprime. Si en la última década las acciones de Apple subieron un 3.500% en el Nasdaq no fue por simples maniobras financieras, sino por la confianza de los inversores en unos productos reales que el público esperaba con avidez.
Hipertrofia de las finanzas
No hay por qué negar que el sector financiero es un instrumento indispensable para que la economía funcione. También la empresa de la manzana cotiza en Wall Strett. Lo inquietante es el peso que ha ido tomando en los años anteriores a la crisis en comparación con la economía real.
Así lo describía en 2009 el ex economista jefe del FMI, Simon Johnson: “De 1973 a 1985, el sector financiero nunca obtuvo más del 16 por ciento de los beneficios empresariales nacionales. En 1986 esa cifra se elevó al 19 por ciento. En la última década del siglo, osciló entre el 21 y el 30 por ciento, más alta que en ningún otro momento de la postguerra. En la década actual llegó al 41 por ciento. Igualmente espectacular fue el aumento de las remuneraciones. De 1948 a 1982, la compensación media en el sector financiero ocupaba una horquilla entre el 99 y el 108 por ciento del promedio para la totalidad de las industrias privadas. A partir de 1983, se disparó hasta alcanzar el 181 por ciento en 2007” (Atlantic, mayo 2009, citado en John Lanchester, ¡Huy!).
Esta hipertrofia de las finanzas es lo que al final ha acabado pasando factura con la crisis. Y es lo que está contribuyendo a desprestigiar a la economía de mercado, que siempre necesitará un marco regulador. Al final, si se homenajea a la gente como Jobs no es porque hayan hecho dinero, sino porque han aportado algo que ha mejorado la vida de muchos. En cambio, nadie llorará por los gestores de hedge funds.