La concesión del premio Nobel de la Paz a Médicos sin Fronteras (MSF) ha llevado a decir que quedaba así consagrado el «derecho de injerencia» por parte de la acción humanitaria. Philippe Biberson y Rony Brauman, presidente actual y ex presidente de MSF, respectivamente, han salido al paso de lo que califican de «eslogan engañoso» en un artículo publicado en Le Monde (23-X-99).
Explican que el «derecho de injerencia» mezcla dos tipos de acciones no exclusivas, pero que se debilitan si son confundidas: de una parte, la acción humanitaria; de otra, la intervención política y militar de las grandes potencias o de coaliciones internacionales, en situaciones de violación masiva de los derechos humanos. Biberson y Brauman estiman que ambas acciones son necesarias, pero deben desarrollarse de manera independiente. «Politizar el socorro y la asistencia, por ejemplo, lleva a convertirlos en objeto de negociaciones, de regateos o a desviarlos de su finalidad, es decir, a reducir el espacio de libertad en que se ejerce la ayuda». A su vez, «vestir de voluntarios a los soldados de los contingentes internacionales, equivale a desarmarlos, atarlos de pies y manos y a arriesgar inútilmente su vida, como en Bosnia. Y a veces supone también matar en nombre de lo humanitario, lo cual es un contrasentido monstruoso».
Biberson y Brauman advierten que los comentaristas deberían ser más prudentes, recordando lo que ha sucedido tras los precedentes premios Nobel de la Paz atribuidos a organizaciones humanitarias. Los galardones otorgados a la Cruz Roja no han impedido que la distinción entre combatientes y no combatientes, base del derecho humanitario, se haya difuminado cada vez más en las guerras de este siglo. El premio al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados no ha evitado que el derecho de asilo se haya hecho cada vez más restrictivo.
Además, el eslogan del «derecho de injerencia», «al poner a los Estados y a las ONG aparentemente en el mismo plano, arroja sobre estas la sospecha legítima que pesa sobre aquellos en caso de intervención. Los voluntarios de la acción humanitaria no están más deseosos que los periodistas de ser confundidos con soldados, lo que ocurre inevitablemente cuando avanzan bajo la misma bandera. En Somalia, por ejemplo, las acciones contra los cooperantes humanitarios se multiplicaron a partir de la llegada de las tropas de Estados Unidos».
Los articulistas consideran un progreso considerable que la preocupación humanitaria se abra paso en la escena internacional. Pero no estiman aceptable que las intervenciones internacionales contra el horror queden en manos de un «Occidente laico que tiende a considerarse como la divina providencia». El mundo necesita a la ONU, pero una ONU reformada, que no esté paralizada por el abuso del derecho de veto en el Consejo de Seguridad y por la ausencia de una fuerza de intervención propia. «Hay que quitar esos obstáculos para poner las bases de un derecho de intervención que no sea un instrumento sometido a la arbitrariedad de las grandes potencias o de poderes regionales».