La globalización del mercado laboral ha llevado a empresas de Europa occidental a trasladar parte de sus actividades a los países emergentes de bajos costes salariales. Aunque China y la India siguen siendo los principales focos de atracción, cada vez hay más compañías dispuestas a transferir oficinas a países de Europa central y oriental, sobre todo Polonia, Hungría o Eslovaquia.
Los salarios más bajos son un importante atractivo. En Hungría y la República Checa, los empleados ganan, por término medio, la cuarta parte de lo que cobran sus homólogos de Europa occidental; en Eslovaquia, hasta cinco veces menos.
Pero las deslocalizaciones no se explican solo por las diferencias de costes salariales. De esa ventaja hay que descontar los costes debidos al alejamiento de la producción, a las dificultades lingüísticas o a la necesidad de formación de trabajadores. Estos condicionantes juegan hoy día a favor de Europa central, donde existe un vivero de profesionales bien formados que hablan inglés, francés, alemán o ruso.
Todo esto no significa que la región se haya puesto por delante de la India. Las deslocalizaciones han supuesto hasta ahora algo más de 2.000 millones de dólares para Europa central, lo que representa una pequeña parte del valor mundial de las deslocalizaciones, estimado en 386.000 millones de dólares. Sin embargo, las deslocalizaciones a Europa central seguirán creciendo, si se cumplen las previsiones, por encima de la media por lo menos hasta 2010.
Gracias a las deslocalizaciones, en Europa central y del este se están creando nuevos puestos de trabajo. Según Eurostat, en Polonia el paro ha bajado del 20,2% al 13, 4% en los últimos cinco años; también Eslovaquia ha registrado un descenso del desempleo en el mismo periodo: del 19,7% al 11,6%.
Que la deslocalización está trayendo beneficios a los países receptores no se discute. Pero ¿qué ocurre en los que «exportan» empleos? Daniel Altman recoge en «International Herald Tribune» (18-04-2007) las opiniones de algunos economistas. Hasta ahora, dicen, no se ha detectado que las deslocalizaciones reduzcan la actividad económica ni el empleo en los países de origen. En realidad, el efecto más claro de las deslocalizaciones consiste en que tiende a deprimir los salarios, al menos para los trabajadores con puestos de niveles similares a los «exportados».
Así, en Estados Unidos, a pesar del crecimiento económico de los últimos años, el salario medio se mantiene en el nivel de 1999. La productividad ha subido en torno a un 15%; sin embargo, para la mayoría de los trabajadores los salarios no han aumentado en términos reales. Probablemente esto se debe a que las deslocalizaciones, por una parte, traen beneficios -rendimiento más alto, mayores ventas, precios más bajos- que se distribuyen de modo general; y, por otra, frenan la demanda de trabajo en los sectores afectados.
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