Semblanza
Hans-Georg Gadamer, fallecido el pasado 14 de marzo a la edad de 102 años, fue uno de los más grandes filósofos del siglo XX. Nacido en 1900, Gadamer desarrolló su carrera académica en Marburgo -su ciudad natal-, Leipzig, Francfort y, sobre todo, en Heidelberg, donde fue profesor de 1949 a 1968, y donde permaneció hasta su muerte. Su larga trayectoria vital le permitió conocer a los principales filósofos alemanes del siglo XX, y en particular a Martin Heidegger. También fue testigo de acontecimientos que han marcado la historia de su país y aun del mundo: la República de Weimar, el nazismo, la II Guerra Mundial, la división y la posterior reunificación de Alemania.
La obra más conocida de Gadamer es Verdad y método (1960), traducida a numerosos idiomas y punto de referencia de una corriente de pensamiento que se ha denominado filosofía hermenéutica. Con este libro, su autor adquiere personalidad propia y una identidad definida en el debate intelectual de la época. Hasta entonces, había permanecido a la sombra de su maestro Heidegger, por quien sentía una profunda admiración. A diferencia de este, Gadamer ha quedado a salvo de las sospechas de colaboración con el nazismo. Gracias a ello, después de la II Guerra Mundial pudo ser elegido rector de la Universidad de Leipzig, en Alemania del Este. De este modo, tuvo la experiencia de enseñar filosofía bajo condicionamientos ideológicos muy poderosos, primero en un contexto marcado por la propaganda del nacional-socialismo, y después bajo la rigurosa ortodoxia marxista.
Estas peripecias biográficas tienen un cierto correlato en su producción intelectual. Gadamer sostiene que la comprensión -de la historia, del arte, de la realidad entera- es un acontecimiento que siempre tiene lugar en unas coordenadas precisas. La afirmación de que debemos conocer desde una ausencia total de prejuicios es calificada por él como un prejuicio más. No somos observadores distantes e independientes: cualquier aproximación a lo real supone siempre el uso de un marco conceptual e interpretativo previo. Evidentemente, los ejes de ese marco pueden ser modificados en el curso de la acción en la que otorgamos sentido a un suceso, en la medida en que los hechos confirmen o desmientan nuestros propios criterios. En ese caso, la nueva unidad de sentido -debidamente corregida- pasa a ser el contexto desde el que seguimos considerando la historia. Aun más: esa corrección entra a formar parte de la historia, que se convierte así en un proceso siempre abierto. Esta mutua influencia entre las interpretaciones y la tradición acumulada recibe el nombre de círculo hermenéutico.
El pensamiento de Gadamer supone un enérgico contrapunto a los grandes sistemas racionalistas, situados en la órbita de la Ilustración, y, en particular, al sistema hegeliano. La finitud, la pluralidad y la contingencia no son marcas provisionales del acontecer humano. A juicio de Gadamer, la historia no es medida por nada ajeno a sí misma, hasta el punto de que la comprensión de la historia forma parte de ella.
Al igual que algunas teorías físicas del siglo XX, la hermenéutica defiende que la observación modifica el fenómeno. La lectura de un texto es parte del texto mismo; el sentido de un marco jurídico global se va definiendo por la interpretación particular que hacen los jueces, y la jurisprudencia pasa a ser fuente de Derecho para los legisladores. Estas mismas reflexiones se pueden ampliar a todos los ámbitos.
Mediante sus aportaciones filosóficas, Gadamer ha contribuido a reducir el riesgo de un pensamiento totalizante (y potencialmente totalitario). El concepto mismo de «sistema» como comprensión global y definitiva de la realidad queda no sólo pospuesto sine die, sino cancelado definitivamente. A cambio, se corre el riesgo de caer en un cierto conformismo, desde el momento en que la historia no admite un juez distinto a ella misma. Es coherente con la hermenéutica enseñar filosofía bajo el régimen nazi y bajo la ideología marxista; en ambos casos, el compromiso con los presupuestos ideológicos de esos regímenes es muy escaso (justo el suficiente para seguir ejerciendo la actividad docente). E, incluso, se podría pensar que ese magisterio es potencialmente desactivador de las amenazas latentes en la ideología totalitaria. Pero tal vez algunos echen de menos una denuncia más firme y comprometida de unos sistemas objetivamente contrarios a los derechos fundamentales. La difuminación del concepto de verdad, como una referencia objetiva, ajena -al menos, bajo determinadas condiciones- a los actos particulares mediante los que adquirimos y transmitimos el sentido, plantea también dificultades.
La muerte de Gadamer es, tal vez, la ocasión de recordar los aspectos más positivos y enriquecedores de su actitud filosófica, entre los que Juan Pablo II, en un telegrama de condolencia, destacaba «la sinceridad en la busca de la verdad, la agudeza de pensamiento, el respeto cordial al interlocutor, la estima por los valores del patrimonio cristiano».
José Aguilar