Ignacio Sánchez Cámara publica un artículo en La Gaceta (Madrid, 19-09-2007) en el que explica cómo verdad y libertad no son dos conceptos irreconciliables, sino que la verdadera libertad necesita de la verdad para desarrollarse.
“A veces parece que de lo que se trata es de excluir la posibilidad de la verdad religiosa y moral. Como si todo hombre que aspirara a la verdad fuera en definitiva un fanático”. Sánchez Cámara sale al paso de la falacia contenida en esta afirmación señalando que “fanático no es quien cree vivir en la verdad, sino quien pretende imponerla por la fuerza a los demás”. Y concluye: “no hay peor fanatismo que el de quienes niegan la posibilidad de la verdad”.
“Los enemigos del cristianismo, y de la religión en general, aprovechan para sus fines la existencia del fanatismo religioso. Y utilizan el argumento contra todas las religiones”. Sin embargo, recuerda Sánchez Cámara que el fanatismo “no se encuentra vinculado especialmente a la religión. Hace pasto de aquello que más importa a los hombres (fanáticos). Puede ser la religión, pero también la ideología, el deporte o la familia”. Y es que el fanatismo “es una cualidad de la persona”, “una patología moral” que “no puede proceder de la verdad sino del error”.
Ante el hecho del fanatismo, y en concreto del religioso –al que de un tiempo a esta parte se le achacan todos los males de la sociedad, olvidando que gran parte de ellos proceden de los poderes políticos que utilizan el nombre de la religión, de Dios, para sus fines de dominio–, se impone la pretensión de combatirlo, lo cual no es erróneo, pero “por la vía de la erradicación de todas las religiones (…) sin hacer distinciones entre ellas”, asevera Sánchez Cámara.
De forma que se llega a un tratamiento por igual de lo que, por esencia, es desigual. En otras palabras, se comete una injusticia pues se olvida que “ninguna otra religión como el cristianismo ha promovido la democracia, la separación entre iglesia y Estado y la tolerancia”. Pero es que, como dice Sánchez Cámara , la tolerancia sólo es necesaria “si existe la verdad y el error. Se tolera lo que se considera equivocado, pero aquel que niega la verdad no necesita tolerancia”.
De todo esto, lo que queda patente es la “animadversión hacia el cristianismo que exhiben la mayoría de los progresistas y laicistas”. Porque se niegan a reconocer que “apenas existen democracias en naciones que no hayan vivido bajo una prolongada influencia de la cultura cristiana”.