Julián Marías (1914-2005) ha iniciado su última travesía después de una larga y fecunda vida, que el mismo relató en «Una vida presente», los cuatro tomos de sus memorias. Su legado lo conforma una abundantísima producción intelectual, que supera los 100 títulos, cuyo destino, sin embargo, es incierto. El itinerario existencial y personalidad de su autor y las peculiaridades de la sociedad y de la cultura española han acabado por colocarlo en un terreno ambiguo y peligroso, ya que, si bien suscita simpatías, genera pocos entusiasmos y muchas animadversiones en grupos culturalmente poderosos.
Hombre de centro donde los haya, su paso por la cárcel franquista no le supuso el rédito social e intelectual que muchos otros consiguieron, pues su cristianismo confeso le excluyó de ese paraíso. Los sectores de ideología conservadores tampoco lo vieron como uno de los suyos, pues su mentalidad era excesivamente abierta y constructiva. Por cuestiones complejas, que no es posible reseñar ahora, la universidad española le rechazó, lo que limitó mucho el impacto académico de su obra y truncó la posibilidad de forjar auténticos discípulos y continuadores. La limpidez de su lenguaje, por último, decepcionó con frecuencia a los cultores de una filosofía en la que la dificultad y oscuridad son sinónimos de profundidad e inteligencia.
Marías, sin embargo, en medio de esas enormes dificultades, logró una fama y reconocimiento notables gracias, fundamentalmente, al aprecio de los lectores y la fidelidad a sí mismo. Su capacidad de ver cosas nuevas o de verlas de modo nuevo -lo esencial en el progreso de la filosofía- y su hermoso castellano hacen de la lectura de cada uno de sus libros una experiencia reconfortante y enriquecedora que el público ha sabido apreciar. Que uno de sus libros más conocidos, «Historia de la filosofía», hubiese alcanzado 28 ediciones ya en 1976 es una buena muestra de ello.
Pero el prestigio de Marías se debe sobre todo al inmenso cúmulo de reflexión filosófica original que ha producido a lo largo de su dilatada existencia. Analizar siquiera someramente tal montaña especulativa exigiría un espacio excesivo, por lo que me limitaré a comentar brevemente algunas obras que me gustaría que fueran, para el lector, como cerezas, que no se pueden extraer solas, puesto que al tirar de una aparece el resto del racimo. En cualquier caso es bueno saber que Marías, a diferencia de Zubiri o Polo, no ha generado un mundo propio que implique una dedicación previa y esforzada para conocer sus claves hermenéuticas. El acceso a su obra es fácil y directo lo que permite elegir, dentro de su amplísima producción, los temas congeniales.
Comenzaré mi breve recorrido por «La perspectiva cristiana» (1999), un pequeño libro especialmente útil en nuestros días porque da luces sobre lo que significa ser cristiano desde un punto de vista no estrictamente teológico o dogmático sino existencial. «El cristianismo», escribe en el prólogo, «lleva consigo una visión de la realidad, enteramente original y que se añade a su contenido religioso, del cual emerge y que no se reduce a él. El hombre cristiano, por serlo, atiende a ciertos aspectos de lo real, establece entre ellos una jerarquía, descubre problemas y acaso evidencias que de otro modo le serían ajenos». El redescubrimiento de esta «perspectiva cristiana» resulta esencial, en mi opinión, para una redefinición adecuada de lo que significa ser cristiano en el siglo XXI.
Intuiciones fecundas
«Antropología metafísica» (1970), un libro mucho más técnico es, sin duda, una de sus obras maestras. Llena de intuiciones fecundísimas, tiene además el indudable mérito de ser uno de los primeros escritos sistemáticos de antropología dual, es decir, en los que hay un tratamiento diferenciado del varón y de la mujer. Marías ancla su construcción en este texto -en dependencia de Ortega- en la vida individual de la persona, en mi vida. Pero posteriormente, en un acercamiento más explícito hacia posiciones personalistas, daría cada vez más importancia al concepto de persona, un cambio de perspectiva que resulta patente en textos breves y sugerentes como «Mapa del mundo personal» (1993) y «Persona» (1996). También continuaría su reflexión sobre la mujer, que se caracteriza por un delicado equilibrio entre el respeto exquisito de su igualdad ante el hombre y el asombro y la admiración ante su diversidad, en «La mujer en el siglo XX» (1980) y «La mujer y su sombra» (1986).
«La educación sentimental» es un libro delicioso que conjuga un inteligente análisis histórico-literario con la profundización en el concepto de afectividad. Marías elige para cada época de la historia unos textos literarios de referencia y, apoyándose en ellos, muestra cómo va evolucionando el concepto de amor hasta la época presente. Así hace ver cómo la enorme riqueza que supone la máxima libertad nunca antes alcanzada en la posibilidad de relación entre el hombre y la mujer, se contrapesa negativamente por la banalización, vulgarización y sexualización de esas mismas relaciones.
España ha sido otro de sus grandes temas, pero no una España agónica, anómala y sufriente, sino una España inteligible y proyectiva, con una identidad precisa forjada a lo largo de dos mil años. Justamente con ese título publicaría en 1985 «el libro que representa el conjunto de mi reflexión sobre nuestro país, a lo largo de mi vida entera, con todos los recursos de pensamiento acumulados a lo largo de mi vida».
Y así sería posible seguir con otros muchos títulos : «Breve tratado de la ilusión», «La felicidad humana», «El método histórico de las generaciones», los ensayos sobre Ortega, sobre Unamuno, sobre Cervantes… (Alianza Editorial está reeditando las obras de Marías). Pero mantendré la analogía de las cerezas dejando que sea el lector mismo quien se sienta animado a proseguir la lectura de este gran filósofo contemporáneo con quien la sociedad española y, en especial, el catolicismo intelectual tiene una deuda pendiente de conocimiento, de difusión y de estudio que convendría comenzar a pagar cuanto antes.
Juan Manuel Burgos