El virus que se extiende por el mundo ha llevado al hospital en EE.UU. a más de 13.000 personas y ha causado casi 3.000 muertes hasta el 8 de febrero.
Son los datos de la epidemia de gripe de esta temporada. Todos los años, según las estimaciones de la OMS, entre 3 y 5 millones de personas sufren casos graves de gripe, y de ellas mueren entre 290.000 y 650.000.
Hasta ahora, se han contado en todo el mundo unos 75.200 casos de coronavirus COVID-19, con unas 2.000 muertes (el 99% de unos y otras, en China), menos que las de gripe solo en EE.UU. Pero si los medios de comunicación nos dijeran todos los días los números más recientes de la epidemia de gripe en el hemisferio norte, como hacen con los del coronavirus, tal vez pensaríamos que padecemos una plaga como la peste del siglo XIV.
“El goteo de datos brutos actualizados al minuto puede crear impresiones falsas sobre los hechos”
Claro que no todo es cuestión de cifras. La diferente atención que reciben una y otra epidemia se debe, primero, a que estamos acostumbrados a la gripe y damos por descontado que causa muertes, mientras que el coronavirus es nuevo y no sabemos cuánto daño puede hacer. Además, contra el COVID-19 no hay vacuna (aunque disponer de una para la gripe no evita centenares de miles de defunciones anuales). Y es más letal: en torno a 25 muertes por mil casos, según se estima, mientras que la gripe apenas llega a 1 por mil.
Sin embargo, la estimación es muy incierta aún, advierte el matemático John Allen Paulos en The New York Times. Los muertos se pueden contar, pero a veces no es fácil determinar con certeza la causa de muerte, pues eso exige distinguir el efecto del coronavirus de las complicaciones y de las enfermedades crónicas subyacentes. Eso ocurre con la gripe. Según las estadísticas oficiales, en China las muertes por gripe son menos de 200 anuales, en vez de miles como en EE.UU. No es que los chinos sean más resistentes; es que sus autoridades sanitarias cuentan de otra manera: solo atribuyen a la gripe las defunciones de pacientes sin otra enfermedad de base, y la gripe mata sobre todo a los que tienen males crónicos de corazón o de pulmones, o diabetes…
Más difícil todavía es contar las personas infectadas. La sanidad china no ha podido hacer la prueba a todos los que presentaban síntomas, y sin embargo, desde el 13 de febrero empezó a incluir en el recuento pacientes con síntomas que no habían sido sometidos a la prueba, más otros que habían dado resultado negativo. Puede, por eso, haber contado de más, en especial porque los casos leves presentan síntomas parecidos a los de la gripe o un simple catarro. Por otro lado, puede haber contado de menos, pues se han detectado casos asintomáticos. Como no se conoce tampoco con exactitud el periodo de incubación, las estimaciones se complican. Y mientras haya tantos casos en curso, que no han acabado en recuperación ni en muerte, no es posible hacer balance.
Sin visión de conjunto
Por eso, un comentario en la revista médica The Lancet recomendaba tomar los datos con cautela. Mientras dura una epidemia –dice–, sobre todo al principio, las estimaciones de mortalidad suelen ser exageradas, porque “la detección de la enfermedad se concentra desproporcionadamente en los casos más graves”.
A ese problema general se suma otro particular de las estadísticas chinas, señala Paulos. El 13 de febrero, cuando China amplió el criterio de diagnóstico, el número de casos nuevos se multiplicó por nueve de la noche a la mañana. Pero el 17 de febrero, China anunció que había bajado el número de casos nuevos por tercer día consecutivo. ¿Cómo interpretar eso? Lo más seguro que se puede concluir es que aún no sabemos a ciencia cierta si la epidemia remite o no.
John Allen Paulos, que en su libro Un matemático lee el periódico revisa críticamente números que traen los medios de comunicación, advierte que la abundancia de cifras no necesariamente nos deja bien informados. “El goteo de datos brutos actualizados al minuto puede crear impresiones falsas sobre los hechos”. Para entender lo que ocurre no suelen bastar los puros números porque ellos solos no dan visión de conjunto.
“Los números –dice Paulos– tienen una especie de mística. Parecen precisos, exactos, incontestables a veces. Pero, fuera del ámbito de la matemática pura, esa fama raramente es merecida. Y cuando se trata de la epidemia de coronavirus, darla por buena puede ser peligroso”.