Jerusalén.– Tras cincuenta años, Israel alberga todavía en su interior la fractura provocada por la Guerra de los Seis Días. La celebración de este aniversario ha reforzado el sentimiento de superioridad desde el que Israel gobierna desde hace medio siglo.
El pasado 24 de mayo marcó el inicio de las celebraciones por el 50 aniversario de la Guerra de los Seis Días, que enfrentó a Israel contra Egipto, Jordania y Siria, y que concluyó con la reunificación de Jerusalén y la conquista de los Altos del Golán, la Franja de Gaza y Cisjordania por parte de las tropas israelíes.
Una marcha en Jerusalén celebró la victoria israelí de 1967 y otra en Tel Aviv se manifestó a favor de la solución de los dos Estados
Aunque para el resto del mundo el aniversario se cumple el próximo 5 de junio –fecha en que comenzó la guerra–, el 24 de mayo, día señalado por el calendario judío, se inauguró una serie de eventos y celebraciones que se extenderán durante todo el verano, para culminar a mediados de septiembre en el asentamiento israelí de Gush Etzion.
Reunificación u ocupación
La singularidad de esta fecha no deja de estar marcada aún por la tensa convivencia entre dos narrativas que, desde 1967, se mantienen todavía vigentes: la de quienes el pasado día 24 marcharon desde la Puerta de Damasco hasta el Muro de las Lamentaciones a través del barrio musulmán para celebrar el Yom Yerushalayim, fiesta de la reunificación de Jerusalén; y la de quienes consideran esta fecha, simple y llanamente, como el recuerdo de ya medio siglo de ocupación militar sobre unos territorios ilegítimamente arrebatados. Se trata de la misma tensión que algunos, como Amos Oz, ya percibieron nada más acabada la guerra en declaraciones al ya desaparecido diario Davar: “Estamos ahora condenados a gobernar sobre un pueblo que no quiere ser gobernado por nosotros (…) Temo lo que estamos sembrando en los corazones de los ocupados, pero temo aún más lo que será sembrado en el corazón de los ocupantes”.
Era de esperar que, según se acercara el aniversario, cada uno de estos dos polos opuestos aprovecharía fecha tan redonda para reforzar su posición y concienciar a la comunidad internacional de la validez de sus argumentos. Y así fue. Durante estos últimos meses, numerosas iniciativas han visto la luz. El Consejo Judío de Asuntos Públicos, que reúne las principales organizaciones judías en Estados Unidos, elaboró recientemente una lista con algunas de las publicaciones, artículos o películas que abordaban directamente la guerra de junio del 67. Entre algunas de ellas cabe destacar Six Day War Project, una serie documental de doce pequeños vídeos que a lo largo de estas semanas irán abordando cronológicamente el desarrollo de la guerra; In our hands: the battle for Jerusalem, una película de la productora cristiana CBN que narra la toma de Jerusalén a cargo de la brigada 55 de paracaidistas; o la página web Six Day War, en la que se encuentra a disposición una gran cantidad de recursos en torno a la guerra: cronología, imágenes, declaraciones, etc.
Imperativo mesiánico
El pistoletazo de salida lo dio, no obstante, la celebración del Yom Yerushalayim. Apenas repuesta de la visita de Donald Trump, la ciudad acogió a más de 60.000 personas venidas de distintas partes del globo para celebrar que, por fin, Jerusalén es suya, ahora y para siempre. En torno a las seis de la tarde, una marea de gente compuesta en su mayor parte por adolescentes y colonos, comenzó a entrar a través de la Puerta de Damasco en dirección al Muro. El recorrido estuvo acompañado de distintos cantos en torno a la ciudad de Jerusalén y algún que otro “muerte a los árabes”. Al comienzo de la marcha, la policía de frontera israelí tuvo que desalojar a varios activistas propalestinos que se habían apostado frente a la Puerta de Damasco en señal de protesta.
Por múltiples y variadas que sean, la mayoría de estas manifestaciones de orgullo nacional se encuentran informadas por el mismo imperativo mesiánico que recorre el movimiento sionista desde el principio –desde Theodor Herzl hasta David Ben-Gurion o Moshé Dayan–: la creencia, fraguada a lo largo de 3.000 años, de que esta tierra –Eretz Yisrael– es el hogar indiscutible del pueblo judío. A efectos prácticos, un sentimiento de estas características termina por convertirse en una especie de carta magna de origen divino capaz de justificar cualquier medio que sea concebido como necesario para habitar de nuevo en la tierra de los jueces, los reyes y los profetas. Pocos días después de acabar la guerra, el gabinete de ministros se reunió para discutir el futuro de la población árabe de los territorios recién ocupados. Ante la negativa de Yaakov Shimshon a realizar deportaciones masivas, el entonces primer ministro Levi Esckhol contestó: “Tampoco sería un gran desastre… no es que nos hayamos colado en esta tierra, nos pertenece por derecho”.
Cada bando del conflicto quiere aprovechar el cincuentenario de la Guerra de los Seis Días para concienciar a la comunidad internacional de la validez de sus argumentos
Es fácil reconocer esta misma dialéctica en cualquiera de las iniciativas hasta ahora mencionadas aquí. La propia Guerra de los Seis Días aparece descrita en muchas de ellas como una proeza táctica y militar en la que un país notablemente inferior en fuerzas a sus vecinos consiguió unirse y derrotar milagrosamente a los enemigos árabes que trataban de aniquilarlo. Afortunadamente, desde que se abrieron los archivos en 1997, distintos historiadores como Michael Oren –La Guerra de los Seis Días (2003)– o Tom Seguev –1967 (2007)– han corregido el mito de David y Goliat creado en torno a los eventos de mayo y junio de 1967. A esto hay que sumar la publicación, el pasado 25 de mayo, de las transcripciones de todas las reuniones de gabinete mantenidas durante 1967, en las cuales se refleja una opinión dividida en torno al futuro estatuto y administración de los territorios ocupados.
Críticas del lado israelí
Como entonces, muchas voces e iniciativas judías se muestran también hoy críticas contra la política de ocupación israelí. Entre ellas destaca Breaking the Silence, una organización formada por veteranos del ejército israelí que desde 2004 recoge distintos testimonios de las prácticas abusivas que los militares llevan a cabo en distintas poblaciones de Cisjordania. Uno de sus miembros fundadores, Yehuda Shaul, acaba de publicar recientemente, junto con Ayelet Waldman, la antología Kingdom of Olives and Ash: Writers Confront the Occupation, en la que se recogen ensayos de distintos autores, escritos tras viajar a lugares como Hebrón, Ramallah o Belén, donde el conflicto puede palparse más vivamente.
A su vez, unas 15.000 personas se reunieron el 27 de mayo en Tel-Aviv para participar en una marcha a favor de la división del territorio en dos Estados independientes como solución al conflicto. La manifestación, en la que se dieron cita las principales organizaciones antiocupacionistas –BDS, Peace Now, New Israel Fund o Geneva Initiative–, contó con la lectura de un mensaje del presidente de Palestina, Mahmoud Abbas, y con la presencia del líder del partido laborista israelí, Isaac Herzog, quien criticó la falta de voluntad mostrada por el primer ministro Benjamín Netanyahu para acercar posiciones entre Israel y Palestina.
Cincuenta años después, las posturas ante el futuro de esta tierra no han cambiado sustancialmente. La creencia sionista permanece aún vigente a través de la política de asentamientos y ha encontrado en las nuevas generaciones de israelíes el caldo de cultivo idóneo: a medida que el recuerdo de la guerra va difuminándose en la memoria colectiva, más hondamente va arraigando en la mentalidad de los jóvenes la convicción de que este país les pertenece. En la mayoría de casos, no obstante, este pensamiento es sustituido por una indiferencia que prefiere desviar la atención del conflicto. El pueblo palestino, por su lado, ahogado demográficamente, sin posibilidad de acceder a una educación de calidad y sin acceso a una democracia real, va intercalando actitudes de resignación e inmovilismo, y para muchos de sus miembros la opción más sensata consiste en amoldarse a las circunstancias y vivir. Vivir día a día.