El declive de la Turquía de Erdogan

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La inestabilidad que sacude a Turquía desde los incidentes del parque Gezi en Estambul el pasado 31 de mayo, no ocupa los titulares de los medios informativos, pero ha abierto grandes incertidumbres sobre el futuro inmediato del que hasta hace muy poco tiempo era señalado como uno de los grandes países emergentes. A esto se han sumado las malas perspectivas de la política exterior, considerada como “neo-otomana” por su acercamiento al mundo árabe y musulmán, en contraste con décadas anteriores en las que los vecinos del Próximo Oriente, a excepción de Israel, fueron ignorados.

Una consecuencia de los últimos acontecimientos es que las ambiciones políticas del primer ministro Recep Tayyip Erdoğan, se han visto cuestionadas por lo que está sucediendo dentro y fuera de las fronteras turcas. ¿Puede decirse que Erdoğan y su partido islamista de la Justicia y el Desarrollo (AKP) han entrado en declive y que esto se reflejará en las próximas convocatorias electorales –locales, presidenciales y parlamentarias– de 2014 y 2015?

Es pronto para decirlo porque la fuerza en las urnas del AKP no parece haber disminuido, entre otras cosas porque sus victorias consecutivas desde 2002 respondían a un estado de descontento popular que llevó al rechazo de los partidos tradicionales. Entre estos se incluía el Partido Republicano del Pueblo (CHP), depositario de las esencias laicas del fundador de la República, Mustafá Kemal Atatürk. Pero también influyó la crisis del sistema de tutela de los militares sobre la clase política, un hecho frecuente en la historia republicana, así como la ascensión de una clase media, pujante en las principales ciudades de Anatolia, que sabe compatibilizar la práctica religiosa con el éxito en los negocios.

El revés más sonado para la Turquía de Erdoğan ha sido la caída del presidente egipcio Morsi y del partido gobernante, los Hermanos Musulmanes, con el que el AKP se había identificado excesivamente

Por lo demás, una encuesta del pasado mes de junio, estando muy recientes los disturbios callejeros, adjudicaba un 47% de intención de voto al AKP, a gran distancia del 30,9% para el CHP, y seguido por el movimiento nacionalista del MHP con el 14,6%. Ambos partidos de la oposición han compartido las críticas a las últimas actuaciones de Erdoğan, pero las críticas no serán suficientes para lograr la alternancia en el poder, aunque se especula sobre posibles pactos electorales entre el CHP y el MHP en las elecciones locales.

Algunos analistas proponen un nuevo liderazgo para el CHP, en particular el de una exjuez que ahora es uno de los portavoces parlamentarios del partido, Emine Ülker Tarhan, y que salió a la calle en las manifestaciones de junio. Es evidente que no estará de acuerdo con un posible cambio de imagen el actual líder Kemal Kilicdaroglu, que consolidó su control en el congreso de 2012, y que ha llevado al CHP a posiciones próximas a la de un partido socialdemócrata europeo.

La rivalidad entre Erdoğan y Gül
Pero el dominio en las urnas de los islamistas no significa que no existan serias dificultades para la carrera política de Erdoğan. No oculta sus aspiraciones a la presidencia de la república en 2014, aunque se diera la circunstancia de que Turquía no contara entonces con el sistema presidencialista al que aspira el primer ministro, ya que no se registran avances sustanciales en el consenso entre las fuerzas parlamentarias que permitiera aprobar a tiempo la ley fundamental.

Turquía no tiene un papel destacado en las negociaciones palestino-israelíes, lo se interpreta como el fracaso de un país con capacidad para mediar entre las partes

Supongamos que hay un intercambio de cargos políticos y que el actual presidente Abdulá Gül pasa a ser primer ministro al tiempo que Erdoğan asume la jefatura del Estado. Hay quien opinará que esto es una recreación turca de la alternancia de cargos en Rusia entre Putin y Medvédev, pero la comparación no es correcta. Pese a sus defectos, Turquía es una democracia más próxima a los parámetros occidentales que la llamada “democracia soberana” rusa, puesta al servicio de un poder presidencial dominante. Y si entre Putin y Medvédev se descartan las rivalidades, no podría decirse lo mismo de Erdoğan y Gül.

Resultó destacada la actuación conciliadora del presidente Gül al distanciarse de la brutal represión de las manifestaciones ordenada por el gobierno y llamando al diálogo, y fue muy comentada su expresión de que la democracia no consiste únicamente en elecciones. Lo último que desearía Gül es la ruptura del partido o competir abiertamente contra Erdoğan, pero el verdadero peligro para Erdoğan reside en él mismo y eso puede favorecer a Gül tanto en el partido como de cara a la opinión pública.

Erdoğan ha dejado de ser un líder indiscutible y es ahora un líder discutido, pues su imagen se ha deteriorado, aun entre los votantes del AKP, pues muchos le perciben como un político con un excesivo complejo de superioridad, de esos que creen que son ellos los únicos que saben hacerlo todo en cualquier circunstancia. Sufre el desgaste de más de una década en el poder y sus aspiraciones presidenciales contribuyen a empeorar su imagen. En el 4º congreso del AKP, celebrado el año pasado, Erdoğan proclamó su intención de servir a su nación con diferentes deberes y títulos, pero es temible el riesgo de un Erdoğan elegido presidente con el actual estatus constitucional, que muy probablemente se sentiría llamado a esgrimir de continuo su legitimidad popular frente a un primer ministro, Gül, que seguiría siendo el centro del sistema político.

Erdoğan es ahora un líder discutido, aun entre los votantes del AKP, pues muchos le perciben como un político con un excesivo complejo de superioridad

El fracaso de la política de “cero problemas” con los vecinos
La posición de Erdoğan se ve además debilitada por los reveses en política exterior, que cuestionan el proyecto de una Turquía convertida en modelo democrático de sus vecinos árabes y musulmanes.

La guerra civil siria ha frustrado la diplomacia de problemas cero con los vecinos. Bashar Al Asad era uno de los principales aliados de Erdoğan hasta que las masacres en Siria fueron percibidas como una amenaza para la estabilidad en Turquía, y Ankara buscó el apoyo de EE.UU. y de sus aliados en la OTAN para frenar que el conflicto sobrepasara sus fronteras. Pero enemistarse con Asad contribuyó a debilitar las relaciones turcas con Irán, principal valedor del régimen sirio, aunque la instalación de un radar en territorio turco, como parte del escudo antimisiles de la OTAN, ya había contribuido a enrarecer las relaciones entre Ankara y Teherán.

No mejores son las relaciones de Turquía con un Iraq gobernado por los chiíes, y en buena sintonía con Irán. La gran paradoja es que Turquía mantiene vínculos privilegiados con el gobierno regional del Kurdistán iraquí, que a su vez tiene serias divergencias con Bagdad, y una de las más importantes es la explotación de los recursos petrolíferos.

Respecto a la reconciliación de Turquía con Israel, anunciada con gran satisfacción por Obama en su visita al Estado hebreo, cabe señalar que no se han dado grandes pasos en la práctica, pese a que Netanyahu se comprometiera a indemnizar a los turcos por el abordaje en 2010 del ejército israelí a la flotilla turca que pretendía hacer llegar suministros a la franja de Gaza.

Pero tampoco es excelente la relación de Erdoğan con los palestinos, pues Ankara ha dado muestras de preferir a los islamistas de Hamás sobre los laicos de Fatah. El aplazamiento de la visita del primer ministro a Gaza, prevista para el pasado 5 de julio, en plena efervescencia de acontecimientos tras el golpe militar en Egipto, indica una mayor cautela de la diplomacia turca en la cuestión palestina, aunque Ankara tampoco está llamada a tener un papel destacado en las negociaciones palestino-israelíes, lo que algunos analistas interpretan como el fracaso de un país con ciertas capacidades para mediar entre las partes.

La caída de Morsi y las debilidades de la diplomacia turca
Con todo, el revés más sonado para la Turquía de Erdoğan ha sido la caída del presidente egipcio Morsi y del partido gobernante, los Hermanos Musulmanes. Ha habido una excesiva identificación entre el AKP y el partido egipcio en los últimos meses, fundamentada en que el modelo político turco de islamismo moderado podía ser un referente para los regímenes nacidos de la Primavera Árabe (ver Aceprensa, 23-03-2011). Es comprensible que Erdoğan condenara el golpe militar egipcio, dados los antecedentes históricos de las intervenciones militares en Turquía, alguna de las cuales fue dirigida contra partidos islamistas, pero su posición debió ser más cautelosa para salvaguardar los intereses, sobre todo económicos, turcos en el país del Nilo. Los sucesos de Egipto también ponen de manifiesto el fracaso del llamado eje suní, que alineaba a Turquía con Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos Árabes frente al régimen de Asad en Siria; pero estos países que veían a los Hermanos Musulmanes como sus competidores en el mundo islámico han aplaudido, al contrario que los turcos, la destitución de Morsi.

La principal fuerza de la diplomacia turca era su capacidad de presentarse como una potencia neutral, capaz de mantener relaciones con regímenes muy dispares, pero tanto los secularistas egipcios como los chiíes de Siria, Líbano, Iraq e Irán han dejado de percibirla así, y si a esto añadimos las discrepancias entre Turquía y las monarquías petroleras del Golfo, llegaremos a la conclusión de que Turquía corre el riesgo de convertirse en una potencia solitaria. Es una circunstancia agravada por las tensiones con la UE, especialmente con Alemania, por el punto muerto en el camino hacia la integración europea, y por las desavenencias con la Administración Obama, que, en sus comienzos, cultivó una relación privilegiada con la Turquía de Erdoğan.

El prestigio internacional del primer ministro declina también por el hecho de que este atribuye sus dificultades internas a conspiraciones externas e internas. Culpar de los problemas de Turquía a la acción conjunta de países occidentales, medios de comunicación, corporaciones bancarias y agencias de calificación de riesgos, a las que se sumaría la traición de colaboradores internos, no es nada convincente, y contribuye a que la reputación de Erdoğan se siga deteriorando.

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